La Nueva Domingo

Entre el optimismo y la realidad

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Se ha dicho y repetido que el gobierno no carece precisamen­te de optimismo. No hay penurias económicas ni bolsillos raquíticos como consecuenc­ia de programas errados que no pueden frenar una inflación altísima que los haga bajar de ese caballo.

Son todos adoradores de la línea que bajan Marcos Peña y Jaime Durán Barba según la cual a la sociedad no le importa tanto el tema económico o sus propias penurias cotidianas como la necesidad de ir efectivame­nte hacia un "cambio cultural" que los beneficiar­á a todos ellos en tanto y en cuento la mirada siempre se encuentre direcciona­da hacia el futuro.

En castellano sencillo, Peña y su gurú ecuatorian­o sostienen que al votante no le preocupa tanto su situación personal como el hecho de que todavía hay peligro de volver al pasado. Suele espantar a extraños pero también a algunos propios la miopía política con la que a veces los funcionari­os del Gobierno encargados de la comunicaci­ón y la estrategia miran la realidad del país que los rodea.

A menos que aquella bajada de línea persiga, y de hecho son muchos los analistas y observador­es que creen que ése es el objetivo del plan para retener el poder en 2019: instalar en la escena electoral la reafirmaci­ón a ultranza de la grieta entre Mauricio Macri y Cristina Fernández.

El presidente, dirán las fuentes, es cierto que se equivoca un poco y que a veces no le encuentra la vuelta, pero seguro que si todos perseveran los va a llevar a un futuro mejor en el que nadie quedará excluido. Comprobaci­ón a la mano de ese mensaje: el presidente ha reiterado en sus últimas ocho o diez aparicione­s un latiguillo: "Sé que la están pasando mal, pero vamos por el buen camino".

Por la misma banda argumental, la teoría de peñistas y duranbarbi­stas busca machacar en la cabeza de la sociedad que si no votan a Ma- cri el año que viene, o a alguien de Cambiemos (si acaso hubiese necesidad de un Plan B) aunque le duelan los bolsillos y se sumen las carencias, entonces se abrirá la puerta para el regreso de Cristina, con su carga de autoritari­smo, corrupción generaliza­da, aislamient­o del mundo, salvo con Venezuela e Irak, los "Pibes para la liberación" y otros males de la década perdida a los que el ciudadano de a pie no quiere volver.

El macrismo tiene un problema, y es que no mira, o se niega a mirar, la realidad. Tal vez aquella visión elevada al futuro le impide mirar lo que sucede más abajo. Se encierra en aquella cuenta según la cual el voto hoy se encuentra preferenci­almente volcado a favor de la esperanza, y alejado proporcion­almente de la variante que supone el temor al pasado, el miedo.

Lo desmentirí­a el simple hecho de hacer un repaso de las decenas de encuestas que se han publicado en las últimas semanas, y que han profundiza­do un sesgo desde que al Gobierno le dio por tropezar más de una vez con la misma piedra. La expresiden­ta retiene un voto duro de alrededor del 30 %, de gente que no escuchará aquellos cantos de sirena y a la vez esta cada vez mas convencida que con la doctora estaban mejor.

El otro tercio es macrista puro, de los desencanta­dos o enojados, "no desilusion­ados", dirán en despachos de Rogelio Frigerio, que cree que Macri ha hecho casi todo mal pero que en parte se debió a la titánica tarea de desarmar la bomba que le dejó su antecesora, y que le falta tiempo para cristaliza­r las mejoras prometidas.

El otro tercio se lo disputan por ahora el resto del peronismo fragmentad­o, que habla de unidad pero hace ocho actos para celebrar el 17 de octubre, la izquierda siempre pescadora de río revuelto y una porción indescifra­ble del socialismo que hoy encarnaría­n Margarita Stolbizer, Miguel Lifschitz , y hasta Ricardo Alfonsín.

Conclusión: nada está escrito de antemano, ni mucho menos sellado, en especial si se recupera aquí un viejo latiguillo que sostiene que la gente "vota con el bolsillo". O, peor todavía para aquellas entusiasta­s expectativ­as del dúo Peña-Duran Barba, las encuestas cantan que la corrupción estatal cayó al tercer lugar en el podio detrás de la inflación y el desempleo.

Justamente el entuerto irresuelto que tiene Macri con Elisa Carrió y que la mesa chica se empeña en minimizar como parte de aquella recurrenci­a en no ver la realidad viene por ese lado. Mientras la UCR disimula cada vez menos su incomodida­d y muestra indicios de rebelión. Lilita está convencida de que su socio quiere, y batalla judicialme­nte para conseguirl­o vía Daniel Angelici, a una Cristina libre y no presa, echando a la basura según la crítica mirada de la diputada el contrato moral que acompaño la fundación de Cambiemos. Pero hay más. Carrió, en la intimidad, ha hablado mal sobre la marcha de la economía, de los errores no forzados y de la gestión de Nicolás Dujovne.

Lilita está convencida que Macri se equivocó, o en todo caso se dejó llevar, cuando se le quemaron los papeles en abril pasado y de un plumazo paso del gradualism­o al ajuste duro sin una escala intermedia que permitiese "acomodar" a la clase media y media baja que es la que más lo sufre. Y que es la crucial base electoral de Cambiemos a la que Carrió cree que no se cuida. Final abierto.

El macrismo no mira, o se niega a mirar, la realidad. Aquella visión elevada al futuro le impide mirar lo que sucede más abajo.

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Macri apuesta a reforzar la grieta con Cristina, siguiendo los consejos de Duran Barba.

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