El valor del silencio
“Cuando logramos no responder , a una fuerte agresion, , somos los mas fuertes, porque hay un espacio temporal que puede durar hasta toda la existencia y producir , , mas dolor que la “mas altiva de las respuestas .
Hay que aprender a distinguir quién merece una explicación, tan solo una respuesta o absolutamente nada. La réplica surge rápida, sin revisión previa, especialmente cuando se recibe una ofensa. Sin embargo, hay que tener verdadero talento para saber callar. En una buena mayoría, los hombres (más que las mujeres) que han dejado de amar eligen la ausencia de palabras y la distancia, y evitan controversias, reproches y prolongaciones. Dorys del Valle fue feliz con Emilio Disi compartiendo hogar, hijos y trabajos interpretativos, pero un día lo encontró en su casa de Punta del Este con una valija dispuesto a marcharse: así, sin vueltas, disculpas ni desciframientos. Esta total falta de motivo, excusa o justificación la dejó a ella en una pena que tardó años en superar (si es que alguna vez la superó). Alejandra Pizarnik se lamentaba con desesperación: “Estoy muriendo porque alguien ha creado un silencio
para mí”. Aun sin palabras, la verdad habla. Hay matrimonios de décadas que dialogan poco, pero se siente la comprensión mutua en cada gesto, en ese adivinarse los deseos, los gustos, la intención. Se puede hablar y no decir nada: hay un parloteo que solo llena aparentemente la distancia emotiva con el interlocutor o tapa algún sentimiento que no quiere expresarse. Dostoievski escribía para desahogar instancias de su vida. Y lo explicó
claramente: “Soy un experto en hablar en silencio, toda mi vida he hablado en silencio. He vivido en silencio verdaderas tragedias. ¡ Y es que yo también he sido un desgraciado! ¡ Todo el mundo me ha rechazado y olvidado, y eso nadie lo sabe!”. Confucio aseguraba que el silencio es el único amigo que jamás traiciona. Dicen que es
el más fuerte de todos los ruidos. Y, sin duda, cuando logramos no responder a una fuerte agresión, somos los más fuertes, porque hay un espacio temporal que puede durar hasta toda la existencia y producir más dolor que la más altiva de las respuestas. Hay un método de la educadora María Montessori que conviene recordar y es breve. Lo llama “el juego del silencio” y consiste en seis pasos: desarrollo de la disciplina interna, autocontrol, paciencia, tolerancia, relajación y refinamiento del oído. Luego de cien años, la teoría de la educación de esta médica y pedagoga perspicaz resulta más eficiente en la actualidad que en otras épocas, cuando el niño es respetado en su total personalidad, sin imposiciones que lo perturben. Antoine de Saint-Exupéry opinaba: “El amor es sobre todo audiencia en el silencio. Gustar
es contemplar”. Son tan fuertes las implicancias del silencio que se ha llegado a decir que callar es un idioma. Mario Benedetti afirmó: “Hay pocas cosas tan ensordecedoras
como el silencio.” Adhiero. A lo largo de mi vida he acumulado más gestos que palabras. Puedo recordar hechos puntuales sin ninguna emisión de voz, como arrojarme a una pileta abrazada a un hombre, superando mi pánico infantil: se escuchó solo el ruido de la zambullida de a dos y puedo evocarlo sin fisuras. También me llevaron de la mano hasta el medio del campo para mirar las estrellas y f ijaron su vista en mis ojos, sin frases mediantes, y supe que estaba trazando mi destino. Uno recuerda un brazo que detuvo una caída, la mano en el talle para bailar un tango y la caricia en una mejilla arrebolada. Todo lo demás es bullicio, algarabía, festejo, alboroto. Pero el ruido del silencio es decididamente atronador y retumbante cuando lo acompaña una intención. Y todos nos emocionamos con el silencio breve pero contundente que precede al aplauso atronador del público después de una ejecución magistral.