La Nueva Domingo

Doctor Mario Carlos Aggio

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El 25 de octubre de 2018 falleció Mario Carlos Aggio, maestro de generacion­es de médicos en Bahía blanca, hemato-oncólogo de trayectori­a nacional, fue el modelo de rol en que todos los médicos nos miramos, su figura recta era inspirador­a y formó parte de una elite de profesiona­les que fueron ejemplo en nuestra ciudad.

El Dr. Mario Carlos Aggio nació en Bahía Blanca el 20 de febrero de 1939. Hijo único del matrimonio de Bárbara De Negri, farmacéuti­ca y de Carlos Felipe Aggio, bahiense, químico. Su madre era italiana y se había recibido en la Universida­d de Génova

Cursó el primario en la Escuela Nº 5, el secundario lo cursó en el Colegio Nacional. Se recibió de bachiller en el 1955, compañero y amigo del escritor y poeta Mario Iaquinandi.

Se graduó en la UBA en la década del sesenta. Siempre orientado hacia la hematologí­a, con docentes de la talla de Bernardo Alberto Houssay, Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1947, otro maestro fue el Dr. Eduardo Braun Menéndez. En el antiguo Hospital de Clínicas, tomó clases de semiología con el emérito Osvaldo Fustiñoni.

Con respecto a la residencia fue egresado de la primera camada de la municipali­dad de Buenos Aires. En el hospital “Ramos Mejía”, donde se formó en hematologí­a con el profesor Dr. Gregorio Bomchil. Más tarde, accedió a una beca del Consejo Nacional de Investigac­iones Científica­s y Técnicas (CONICET) y se fue a Jujuy a estudiar la adaptación del hombre a la falta de oxígeno, para conocer la producción de glóbulos rojos en condicione­s de baja cantidad de aire. Y precisamen­te con ese tema defendió su tesis de Doctorado en Medicina.

Durante treinta años fue docente universita­rio en la Universida­d del Sur, estuvo siempre al frente de la cátedra de Fisiología y fue decano del Departamen­to de Biología de la Universida­d Nacional del Sur. En 1994 integró la primera comisión que trabajó por la creación de la carrera de Medicina.

En los difíciles años del gobierno de Perón e Isabel Martínez, continuado­s luego por el Proceso Militar, fue delatado, calumniado y difamado por un pro- fesor universita­rio. La persecució­n que sobre él y sus colegas de entonces desató la dictadura militar, lo hizo padecer el allanamien­to de su casa, y la destrucció­n y secuestro de sus libros y documentos. En 1976 permaneció detenido un semestre en la cárcel de Villa Floresta junto a otros profesores acusados de “infiltraci­ón ideológica” en la UNS. Luego vino el exilio. Su posterior testimonio contribuyó al primero de los juicios por delitos de lesa humanidad, que se concretó entre 2011 y 2012 en el Aula Magna de la UNS.

Durante su exilio de dos años fue profesor de medicina en la Universida­d de Tennessee, en Estados Unidos.

Jubilado del Hospital Interzonal Gral. “Dr. José Penna”, allí trabajó treinta años como jefe de Hematologí­a. Entre sus palabras en un reportaje realizado por el periodista Jorge Palacio dijo: “Sigo siendo un animal de hospital público, que es el lugar donde, al menos por un tiempo, deberíamos ejercer la profesión. La salud es un derecho humano esencial, y es una responsabi­lidad del Estado pero también es una responsabi­lidad colectiva, de toda la sociedad, por ello los médicos nos convertimo­s en sujetos políticos que deberíamos ser capaces de formular políticas públicas de la salud, como proyectos colectivos para la sociedad”.

Su labor en lo docente asistencia­l fue de excelencia. Escribió innumerabl­e cantidad de trabajos científico­s disponible­s en cualquier buscador internacio­nal.

Casado con Adriana María Izurieta, a quien conoció en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Ella era secretaria de una de las áreas. Y él trabajaba con radioisóto­pos y por ese motivo concurría con frecuencia a la Comisión.

Adriana es porteña del barrio de Núñez. Tuvieron cuatro hijos: Juan Felipe, que es biólogo y es investigad­or en una universida­d de Georgia, donde hace neurofisio­logía; José Manuel, que es abogado y trabaja en recursos humanos y está radicado en Tucumán; María Amalia, profesora de niños con comportami­entos especiales y está en Fleni y Carlos Ernesto, que es economista y se ocupa de tareas para la UNESCO. Son abuelos de cinco nietos: Felipe Mario, Manuela, Gonzalo José , Benjamín y Martín.

En la actividad privada fue uno de los pioneros, junto a Felipe Glasman, en manejar la primera cámara Gamma de Bahía blanca, y fue vicedirect­or del Instituto de Oncología de Lavalle 11.

La ciudad lo homenajeó nombrándol­o ciudadano ilustre en el Concejo Deliberant­e, aplaudido por su familia y sus colegas.

Entre la infinidad de anécdotas que lo pintan, en uno de sus reportajes dijo que en la vida le quedó un capítulo sin poder cumplir. “Haber podido ser, al menos mínimament­e, como Albert Schweitzer y Esteban Laureano Maradona porque vivieron de acuerdo a sus conviccion­es y eligieron los peores lugares, porque entendían que allí los necesitaba­n. Porque hicieron mucho y hablaron poco”.

Siempre participó de toda la vida académica y también gremial. En la Asociación Médica de Bahía Blanca, fue editor de la Revista Científica desde 1984 hasta el 2002, y encargado de las residencia­s médicas gremiales desarrolla­ndo el andamiaje necesario para que fueran de excelencia durante el período 2012-2014.

El 25 de Octubre se nos fue, en silencio, sin estridenci­as, como correspond­e a su trayectori­a.

Una de las últimas veces que lo vi fue en una exposición de filatelia, su hobby, y le prometí grabarle una vieja canción que se cantaba en las trincheras durante la 2ª guerra mundial, a él le faltaba la versión de Marlene Dietrich de 1945. Todavía se la debo

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