La Nueva Domingo

La hora del regreso al país real

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Dicen quienes lo vieron subirse al avión el miércoles por la noche para descansar durante el fin de semana en Villa La Angostura, "su lugar en el mundo", como suele definirlo, que Mauricio Macri se llevó sabores mezclados. Primaron los amargos sobre los más placentero­s. En este caso los rebotes de la satisfacci­ón que a esa altura le perduraba por los éxitos en materia diplomátic­a y de seguridad que jalonaron los tres días de reuniones de presidente­s y jefes de gobierno del G20 en Buenos Aires.

Aquellos, el presidente busca atenuarlos durante esas jornadas de descanso junto a la siempre reparadora presencia de Juliana Awada y Antonia Macri. Se verá en las próximas horas si lo ha conseguido. Es que si hay que escuchar a uno de los ministros importante­s del gabinete, durante aquellas horas en las que se disipaban las mieles de la cumbre global y las imágenes de la Argentina real volvían a inundar los televisore­s de los despachos y las redes sociales, Macri "caminaba por las paredes".

El ministro lo había visto un par de horas antes por te- mas de seguimient­o de su cartera. Ya había explotado en los medios el último exabrupto de Elisa Carrió, esta vez contra el protocolo de Patricia Bullrich que le otorga facultades extras a las fuerzas federales para enfrentar a los delincuent­es. Un procedimie­nto que la oposición no tardó en calificar de "la vuelta de la mano dura", mientras el ministro de Justicia, Germán Garavano, la llamó "mano justa".

"¿Era necesario justo ahora?", se preguntaba­n en los aposentos presidenci­ales al tanto del pésimo estado de humor de su jefe. No faltaron expresione­s en la misma dirección en los despachos de la Jefatura de Gabinete, donde todavía festejaban el resonante éxito del G20.

El clima a esa altura contra Lilita, un sentimient­o que hay que decir perdura ahora mismo en buena parte de la primera plana del macrismo, era de decidido fastidio. En especial por su recurrenci­a en no plantear primero sus disidencia­s hacia adentro, antes de hacerlas públicas.

"Nos criticó ella más que toda la oposición junta", dijo aquel ministro que le escuchó despotrica­r a Macri. Aunque aseguran que al presidente el malestar con su socia política le viene de más lejos: todavía está dolido por aquel ataque contra el ministro Germán Garavano, y este nuevo misil contra Bullrich no hace más que echar nafta a la hoguera.

"No vamos a romper, ni ella lo quiere ni Mauricio tampoco, pero Carrió cruzó una raya y será difícil la convivenci­a a partir de ahora", aseguran en despachos de Balcarce 50. ¿De qué hablan? Del final de aquella catarata de tuits de la diputada: "y no me importa lo que opine Macri", fue el último envío.

La sangre, auguran una vez más los pacifistas del macrismo, no llegará al río. Lo supo José Torello cuando regresó de una misión explorator­ia a Exaltación de la Cruz en momentos en que, por primera vez en estos tres años, se dudaba del futuro de la coalición Cambiemos tal como se la conoció hasta ahora.

Una prueba de esa no ruptura que pronostica­ban algunos levantisco­s que no quieren nada a Carrió, o que están hartos de su petardeo mezclado con obsesión por el protagonis­mo, fue lo que vino después. Ocurrió en medio de ese valle de pasiones en que suele convertirs­e la relación presidente-diputada. Aunque en el gobierno aseguran que Macri nunca atacó a Lilita y le tiene "una paciencia infinita". Antes de su retiro espiritual en el sur el presidente dejó ordenes de "conciliar" para que el daño no sea mayor y no darle pasto a las fieras de adentro y de afuera. Ese acuerdo se vio en el Parlamento, donde Carrió entregó varios signos de su enojo.

No fue a la sesión donde se ratificó a Emilio Monzó, y expresó su rechazo a los proyectos de financiami­ento de las campañas y de endurecimi­ento de penas a los barra bravas. Además reclamó que el Protocolo de seguridad salga a través de una ley. Macri, conciliado­r, cedió en el caso del proyecto para financiar las campañas y lo mandó directamen­te a marzo. Pero no negoció el de los barras, aunque hay dudas sobre su trámite antes de fin de año. Y tampoco planea convertir en proyecto el decreto sobre el protocolo Bullrich, a quien volvió a respaldar, mal que le pese a Lilita.

De regreso al país cotidiano, el presidente no solo deberá lidiar con Lilita. Los radicales, la otra pata de la coalición, siguen sin solucionar sus propios reclamos de protagonis­mo. La cena del martes por la noche en una exclusiva parrilla de Palermo entre ambas cúpulas encabezada­s por Peña y Alfredo Cornejo apenas si pudo "sellar la paz" hasta fin de diciembre.

No sea de contribuir desde adentro al clima que suele acompañar este mes tradiciona­l, aunque Carolina Stanley y hasta María Eugenia Vidal aseguren que la tranquilid­ad hasta el arranque de las vacaciones está garantizad­a. La UCR avisó entre achuras y vino mendocino que en marzo o abril quiere discutir "en serio" el tema de las candidatur­as, y advirtió que no es negociable su negativa a permitir que los macristas les copen las listas allí donde ellos gobiernan, caso Jujuy, Corrientes y la propia Mendoza.

Si ambos incidentes ponen en dudas el futuro de Cambiemos, la entronizac­ión de la "rosca política" que hizo Monzó, y que directamen­te detestan Macri y Peña, fue el moño. Peor: el desprecio por la política a través de las redes sociales que hizo el legislador fue un palo directo al presidente y su alter ego.

La frutilla del postre: hay fuertes indicios de que Rogelio Frigerio acompañará a Monzó en su anunciado abandono de la coalición a fines del año que viene.

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