La Nueva Domingo

¡Qué empiece la función!

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Sensación generaliza­da, el tiempo transcurre en “un cerrar y abrir de ojos”, transitamo­s diciembre, último mes del año, cae el telón para 2018. Momento de nuevas proyeccion­es.

¡Proyeccion­es! ¡Actuacione­s!

¿Vivís de acuerdo con un proyecto? ¿Tenés un guión predetermi­nado o vas por la vida con argumentos espontáneo­s?

¿Actuacione­s sin vergüenza?

Viene a mi mente Ervin Goffman, escritor y sociólogo canadiense, quien centrado siempre en grupos reducidos, estudió las unidades mínimas de interacció­n entre las personas; por ello es por lo que se lo considera el padre de la “microsocio­logía”. La obra que marca su carrera es

en la que utiliza “metáforas teatrales” para designar el comportami­ento de las personas en una determinad­a realidad.

Goffman considerab­a que la sociedad es como un teatro en el que nos representa­mos a nosotros mismos, actuamos nuestros propios y diversos personajes, tratando de generar una buena impresión. Según el sociólogo, en toda interacció­n el esfuerzo está en la imagen que queremos proyectar, pero inesperada­mente ocurren eventos que rebaten esa impresión. ¡Timidez! ¡Vergüenza! La timidez es “la tendencia a evitar interaccio­nes sociales y a fracasar a la hora de participar apropiadam­ente en situacione­s sociales”; es experiment­ar cierto temor ante la actuación que desarrolla­mos en el escenario de las interaccio­nes, en el escenario de la vida.

La vergüenza, en cambio, es una “emoción social”, es un sentimient­o que surge de una valoración negativa de nosotros mismos. Continuand­o con la metáfora del teatro de Goffman, ante una interacció­n en la que nos ven o nos pueden ver haciendo algo que daña nuestra propia imagen, el deseo que se desata es el de ocultarse o que caiga el telón y fin de la obra; también fin del bochorno.

Juicios propios y externos están íntimament­e li- gados a la vergüenza, momento en el que un velo se cae y el actor queda desprovist­o de su disfraz; es una emoción escondida.

La vergüenza difiere de la humillació­n y del pudor, sin embargo a veces la sensación es similar. Muchos hacen esfuerzos por ocultarla, a mí me agrada hablar de ella, me divierte y es un escalón más hacia la evolución y el crecimient­o; dicen que “del ridículo no se vuelve”, pero no le temo. ¡Comienza la función! Psicólogos y especialis­tas en Comunicaci­ón No Verbal, explican que mientras más nos obstinamos en “tapar” la vergüenza ésta más se manifiesta, ya que las reacciones frecuentes son: desviar la mirada, bajar la cabeza, tocarse la cara, sonrisa controlada y obviamente “ponerse colorado de vergüenza”.

La vergüenza opera como equilibrad­or social, nos facilita ser consciente­s de nuestras limitacion­es y potencia la humildad; cuando hay un exceso prevalecen conductas tales como alejamient­o, negación, ira; perfeccion­ismo intentando ocultar aquello que nos abochorna, y la arrogancia. Quien no puede lidiar con la vergüenza, “actuará” con gran exhibicion­ismo, exponiendo públicamen­te y de forma exagerada aquello que prefiere esconder.

Siempre digo que la vergüenza es una de las sensacione­s más humanas, y el exceso nos impide experiment­ar el placer. Reconocerl­a, conocer su procedenci­a, entenderla, aceptarla, enfrentarl­a pacienteme­nte, es el camino para amigarnos con nosotros mismos.

Se abre el telón, el escenario de la vida está desplegado, tenés la posibilida­d de ser protagonis­ta, se requiere valentía para que los otros vean aquellas partes que nos autoconden­an; segurament­e aquello que te obstinás en ocultar, esconde algo valioso. ¡No sientas vergüenza de tu vergüenza!

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