La Nueva Domingo

Delia y Máximo, 66 años de amor, respeto y lealtad

A los 90 años --él-- y 83 ella, se siguen emocionand­o cuando evocan su largo camino recorrido basado en el respeto y la lealtad.

- Cecilia Corradetti ccorradett­i@lanueva.com

Lo veía con overol, trabajador, buena persona, respetuoso. Nos enamoramos. Me pidió matrimonio y esa noche no pude dormir”. DELIA SOGNI DE RASMUNSEN Cuando mis hijos eran chicos solía hablar mucho con ellos, aconsejarl­os. Hoy, de alguna manera lo sigo haciendo y eso me gratifica. MÁXIMO RASMUNSEN

Tan feliz se sintió Delia cuando Máximo le pidió matrimonio, que aquella noche no pegó un ojo.

Tenían “veintipico” y cumplían todos los requisitos de la época para comenzar una vida juntos: trabajo estable y muchos deseos de formar la familia que anhelaban.

Con una próspera carrera en Gas del Estado, Máximo, que había nacido en la localidad de Laprida, recaló temporaria­mente en nuestra ciudad en la década del ‘50 para trabajar en la construcci­ón de un gasoducto.

Se instaló con su padre, también empleado del gas, en un hotel de Soler al 600. Unos metros hacia el centro vivía Delia, ocho años menor, hija de un matrimonio de inmigrante­s italianos y lo- cutorade

LU3.Entre saludos y sonrisas, empezaron a frecuentar­se. “Lo veía con el overol, trabajador, buena persona, respetuoso...”, lo recuerda ella, con una sonrisa ancha y una admiración que no disimula. De inmediato él posó los ojos en aquella señorita “agraciada” y ya no quiso alejarse de Bahía.

Por entonces, Delia había quedado huérfana de sus padres y la vida se había transforma­do en un camino difícil. Vivía con su hermana mayor y tan formal era Máximo --y sigue siendo-- que la mano de la novia se la pidió a ella.

“¿Secretos? No creo que haya. El amor es la base de todo, así como el respeto y saber callarse a tiempo. Pero también hay algo de suerte en el amor, algo de lotería”, reflexiona Delia, que apenas se casaron, obedeciend­o el mandato de aquellos tiempos, dejó su empleo y se dedicó al hogar.

“En casa nadie manda, nadie impone. Eso sí: yo le digo lo que pienso y si él no está de acuerdo, me quedo callada porque sé que al rato pasa, todo vuelve a la normalidad”.

Porque sólo en silencio y con las horas, aquello que parecía difícil se resuelve, asegura.

Claro que algún “palo” nunca falta, confiesan los dos, entre risas.

“Lo más duro que he llegado a decirle cuando se empecina con algún tema es si se cree el Señor Razón”, grafica.

A Delia la sigue enamorando la capacidad de su esposo de aceptarla tal cual es.

“Porque tengo mis cosas, mis defectos, no soy perfecta”, advierte, mientras él asiente con la cabeza y agrega: “Es una excelente ama de casa, una cocinera de lujo y se ha dedicado de lleno a nuestro hogar y a los hijos”.

Se casaron en la parroquia de Laprida el 14 de julio de 1956 “con todas las de la ley”.

Por eso, los 14 de todos los meses; de todos los años y de todas las décadas que llevan juntos, resultan ser especiaell­a guarda un recuerdo muy especial de la familia de su esposo. “Me adoptaron desde el primer día que entré a la familia. Era gente muy buena y con unos valores impresiona­ntes”, evoca. Un padre “ejemplar” Poco tiempo después del casamiento llegaron los hi-

jos, Carlos de 61 años y Ricardo, de 59.

Tienen cuatro nietos: Nicolás, Micaela, Abril y Facundo.

Delia relata con orgullo el padre ejemplar que fue su esposo y que aún hoy sigue siendo.

“Cuando los chicos eran adolescent­es y tenían dudas propias de la edad, se encerraban en la habitación y hablaban largo rato mientras me quedaba en la cocina”, rememora. Y asegura que siempre tuvo una palabra justa para ellos.

Hoy, remata Máximo, lo siguen consultand­o por temas trascenden­tes y también de los otros, y no deja de ser una satisfacci­ón enorme para él.

Porque, según dice, los años de experienci­a cuentan, así como también haber trabajado en la calle, donde “siempre se aprende”.

“Vengo de una familia que fue por ‘derecha’ y que se ha basado en el diálogo, en la unión”, acota. Lo mismo ha tratado de inculcarle a sus descendien­tes.

Sólido y duradero

Siempre caminando de la mano por el sector donde viven, en un edificio de la primera cuadra de la calle Moreno, Delia y Máximo se sorprenden cuando los observan extrañados.

“Por lo visto no debe haber muchos matrimonio­s como nosotros, porque suelen observarno­s con sorpresa, son- reírnos, felicitarn­os. Días atrás frenó una pareja que iba en moto y nos pedía la receta”, recuerda, y ríe.

Recorriero­n juntos casi todo el país, aunque hoy prefieren disfrutar de la tranquilid­ad de su casa y recibir a hijos y nietos.

Delia sigue recapitula­ndo la historia de su vida.

Y rememora con profunda gratitud a la periodista bahiense Beatriz Serruya, “Helen”, ya jubilada, quien cuando más lo necesitaba, le abrió las puertas para trabajar en LU3.

“Hoy somos amigas y siempre le digo ¡gracias! Cuando empecé en la radio no teníamos ni para comer. Con mis hermanas habíamos quedado huérfanas, por eso aquella etapa fue la más difícil de mi vida”, señala.

Aquella pasión que es el micrófono la pudo volcar, años más tarde, en el voluntaria­do del Hospital Municipal, donde trabajó durante casi 30 años.

Y él, como no podía ser de otra manera, la acompañó como en cada decisión que Delia tomó en su vida.

Ella insiste en que no hay secretos ni misterios para el éxito del matrimonio. Simplement­e, asegura, hay “complement­os”.

Y vuelve a contar que ella encontró el suyo en Soler al 600, allá por 1952, cuando Máximo se cruzó en su camino con un overol azul gastado.

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