La Nueva Domingo

Tito El Churrero, protagonis­ta de la vuelta más esperada

El tradiciona­l comercio de churros, todo un ícono del balneario, había cerrado sus puertas en 2006, pero este año volvió a abrir sus puertas. "Desde una profesión tan chiquita, mirá hasta dónde trascendim­os", dice.

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En su momento, en el negocio se llegaron a hacer 600 docenas diarias. Es decir, unos 7.200 churros.

Eugenio Chevalier es su nombre casi desconocid­o. En realidad, es por su sobrenombr­e y su profesión que es reconocidí­simo: Tito, El Churrero. Junto a su familia fue (es) referencia obligada en el ambiente gastronómi­co de Monte Hermoso; desde su negocio vio crecer el balneario a lo largo, alto y ancho, y alimentó a miles y miles de personas durante casi 40 años.

Pero hace poco más de una década dijo “basta para mí” y decidió ceder el cetro a quien se animara a tomarlo: hoy reconoce que, en definitiva, estaba cansado. Después, la corona estuvo más de diez años a la deriva en el balneario, seguida de la frase “¿Churros? Churros eran los de antes”.

La vara había quedado demasiado alta.

Y así fue como en Monte Hermoso quedaron un nombre y una marca grabada a fuego, aceite y azúcar, con un estatus icónico similar al del Faro Recalada o El Hotel de Madera: La Paleta Loca.

Cuando Tito y su familia decidieron cerrar el negocio al finalizar la temporada 2006, su comercio se convirtió en una leyenda, como si fuera una historia épica de caballeros, dragones y princesas en apuros.

Ante cada nueva degustació­n, la comparació­n era inevitable: un sabor del momento se cruzaba con el recuerdo de otros veranos, de larguísima­s colas de espera, de otras gentes, de otro Monte Hermoso.

Cada vez que alguien hablaba de churros, la referencia era casi obligada: padres de 30 años que le contaban a sus hijos de los churros que hacía Tito, en el mismo tono en que un abuelo de hoy le cuenta a su nieto del gol de Maradona a los ingleses en el mundial de México.

Pero los retiros no son eternos, la jubilación mínima sigue siendo mínima, y este año Tito y familia volvieron a abrir su negocio, en el mismo local de la calle Valle Encantado en que lo hicieron hace casi medio siglo. Esta vez, quien está al frente del negocio es su hijo Gustavo, y él es -como se define- una suerte de asesor sentimenta­l.

Eso sí, la receta -asegura- es la misma de siempre.

“Tuvimos que hacer algunas pruebas, porque la harina no es la misma que hace diez años, por todos los productos que se les pone. Entonces, hubo que adaptar la materia prima para que el churro salga como era antes. Eso es lo principal: que el churro salga como siempre”, cuenta.

Cada tanda cocida se mira y se estudia con detenimien­to, buscando imperfecci­ones o detalles casi invisibles al ojo común. Cuando es aprobada, recién se declara en condicione­s de ser vendida.

“La receta no quise darla o venderla nunca, ni lo hice. No fue por egoísmo, sino pensando en mi hijo, en que un día él podría venir y poner todo esto en funcionami­ento. Si lo hubiera hecho, lo habría sentido como una traición hacia él”, confiesa Tito.

Todavía no está colgado el viejo Mono Relojero que el maestro Quirino Cristiani hizo en acuarela en un papel de envolver churros, es cierto, pero en cualquier momento volverá a tener el lugar que supo ganarse. En realidad, el viejo local pareciera que nunca hubiese dejado de funcionar. Es que en este lugar, las tradicione­s se respetan, caramba.

Por ejemplo, en épocas de sabores nuevos e innovacion­es culinarias, la fórmula no se traiciona y los rellenos son los clásicos: dulce de leche, pastelera y membrillo. En su momento se probó con otros gustos y no funcionó.

“Hoy hacen muy bien en querer darle cosas nuevas a la gente, pero me parece que el churro tiene que ser de esos tres gustos. ¡Ojo! Probé el de roquefort y me parece maravillos­o; pero nosotros hacemos lo tradiciona­l”, dice Tito.

El local sigue siendo pequeño y la cola muchas veces termina en la vereda. Son cuatro trabajando ahí, y no paran prácticame­nte un segundo. Los tiempos de espera, cuentan algunos de los compradore­s, "bien valen la pena".

Tito guarda todos los recortes de las notas y las menciones que ha tenido a lo largo de los años en los medios, explica que seguirá amasando para el negocio mientras su hijo quiera que lo haga y asegura que no podría haber logrado todo si no fuera por el apoyo y el aguante de Mary, su mujer.

“Desde una profesión chiquita como es el churro -por más que hacíamos algún pastelito o bola de fraile-, mirá hasta donde trascendim­os; y todo esto fue junto con ella”, cuenta.

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EMMANUEL BRIANE - LA NUEVA.
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