Inseparables, Agostina y su gato Lucero viajan juntos por Latinoamérica
Es bahiense, periodista y adoptó a su gato en la selva boliviana en 2018, en un viaje de mochila. Desde entonces son inseparables. Hace unos días partieron juntos otra vez. Ella planea visibilizar comunidades poco consideradas en los mapas turísticos.
Lucero. Se llama Lucero, pensó Agos ni bien lo miró. La pequeña bola de pelos tenía los ojos muy claritos. Era recién nacido. Lo alzó y se quedó dormido. La iluminó. La había elegido.
Estaban en Rurrenabaque, en una zona de selva, en Bolivia. No dudó en adoptarlo.
Agostina Pitton, bahiense, 21 años, venía viajando como mochilera desde hacía varios meses y no era la primera vez que le ofrecían adoptar un gatito, pero siempre había dicho no.
El flechazo fue en octubre y desde entonces son inseparables. A poco de adoptarlo, emprendió su regreso a la Argentina, con Lucero al hombro. No daría un paso sin él.
Sabía que habría momentos difíciles porque en Argentina no es común viajar con mascotas y está prohibido subir con ellas a los transportes públicos, pero eso no la detuvo. Era responsable de su mascota como El Principito de su rosa.
“Tenemos mucha complicidad. Cuando hay que esperar un poco más para comer, él espera. Y jamás hace sus necesidades mientras estamos viajando”, contó Agos.
Baja del auto, camión o colectivo y entonces sí, busca un rinconcito verde o de tierra, para hace lo suyo.
“Después, se para al lado mío y me mira, como diciendo: ya está, vamos”, cuenta.
Ahora, tras un breve recreo en Bahía Blanca, partieron juntos hacia Trelew, punto de partida de otro viaje de mochila por latinoamérica; esta vez con un proyecto periodístico: visibilizar comunidades poco consideradas en los mapas turísticos.
Días antes de partir, Agos visitó la redacción llena de raspones y moretones en las piernas: se había caído de un árbol tratando de bajar a Lucero.
Juntos empezaron a escribir otro capítulo de esta historia de amor sin fronteras.
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Enero de 2018. Agos había terminado de cursar la carrera de Periodismo en Médanos, en la Universidad Provincial del Sudoeste (UPSO) y no sabía muy bien en qué enfocarse pero sí sabía lo que no quería: buscar un empleo fijo en Bahía y establecerse. Al menos no sin antes haber vivido otras experiencias.
Le urgía un cambio. “Salir del raviol”, como ella denominó a la primera etapa de su viaje.
El 23 de ese mes, dio el salto y rumbeó hacia los carna- vales de Humahuaca en Jujuy. Antes visitó Tandil y La Plata -donde tenía amigos y conocidos- y anduvo por Córdoba, La Rioja, Mendoza, Tucumán y, finalmente, Ju- juy.
“Necesitaba sanar muchas cosas”, contó.
Viajó con la modalidad carpooling -gente que busca compañeros para compartir vehículo y gastos-, a dedo y en transporte público.
Cuatro meses antes de salir, pateó las calles bahienses vendiendo panes caseros para juntar dinero. Al llegar a Jujuy trabajó en un hostel y conoció a otros viajeros que la invitaron a Iruya y luego a cruzar la frontera con Bolivia.
Para entonces, sus padres empezaron a preguntar: “¿No volvías después de Humahuaca?”
Viajar con el gato
El camino le fue regalando historias, vivencias y un amigo entrañable: su gatito Lucero. Con él cruzaba un río en bote, en Bolivia, todos los días, para llegar al trabajo.
“Cuando hago dedo, Lucero siempre está en mi hombro. El que no quiere viajar con el gato directamente no para”, dijo.
“Si alguien te quiere dar una mano te la va a dar con gato o sin gato. He leído sobre experiencias de otros viajeros con sus mascotas. Si sos claro y sabés respetar, lo llevás con correa y con cuidado te dejan entrar hasta a parque naturales”, dijo.
Para salir del país le piden certificado de buena salud del gato.
“Todos los problemas que tuve con el gato fueron en Argentina. Acá no está popularizado. En tren o colectivo, ni siquiera lo podés llevar en jaulita. En Bolivia es super normal estar con los animales. Allá las gallinas suben a los transportes públicos y a todos lados”, comentó.
Un deseo profundo
“Siempre había querido viajar pero solo lo había hecho en familia. Conocía el sur argentino y también el norte, pero esto fue diferente”, narró.
“Salí buscando conocerme, encontrarme, queriendo ser más fuerte conmigo misma, con mis capacidades y mis limitaciones. Tratando de encontrar la confianza de vuelta, no sólo en mí sino en la gente que me rodeaba, en sembrar hermanos y nueva familia, en aprender a soltar y que esas relaciones sean puras y te queden en el corazón y en el alma para siempre, con un amor puro e infinito”, confió.
No todo fue color de rosas: tuvo inconvenientes con migraciones, se quedó sin dinero y también se cruzó con gente que abusó de su confianza. Lo procesó así: “El viaje no es de hadas, pero trae todo lo que pedimos, y cada cosa es un aprendizaje para ser mejor y más entero”.
Bolivia y Perú
“Cruzar la frontera de Bolivia me daba mucho miedo pero fue como cruzar una puerta. ¡No era tan terrible!”, contó.
En ese país, se animó a ha-
cer swing con banderas en los semáforos (algo que le había enseñado otra viajera) junto a un grupo de clowns, para ganarse la vida.
“Hay gente que no lo ve como un laburo. Jugás pero también tenés que entrenarte mucho y mantener el estado físico. En Bolivia, lo que te dan, te alcanza para vivir bien”, dijo.
El grupo partió y ella se quedó. Luego de recorrer varios departamentos, cruzó hacia Perú. Visitó Arequipa y Cuzco. No llegó a conocer Macchu Picchu.
El camino la puso a prueba, varias veces. Tuvo que hacer a un lado sus inseguridades. En Cuzco se animó a cantar en restaurantes y heladerías y, más tarde, hasta se lanzó a componer sus propias canciones.
“Les explicaba que estaba viajando y que les iba a compartir una canción que venía de mis tierras. La gente se emocionaba y colaboraba no solo con dinero. Nadie te niega un plato de comida y un vaso de agua”, dijo.
“Gente que no tenía un peso me ayudó quedándose con lo justo. Después todo vuelve. Es muy recíproco y está todo muy conectado”, expresó.
Hacia el más acá
Hacia el más acá. Un viaje para romper fronteras. Así se llama el proyecto de Agostina para esta nueva etapa.
Se compró una mochila y un grabador y gestionó un espacio en FM de la Calle para hacer un programa radial, de 30 minutos, como podcast, que podrá escucharse en las redes, con frecuencia semanal.
“Me gusta relacionarme con la gente; tengo una capacidad loca de hablar con cualquiera de cualquier cosa y me encanta viajar por lugares que no son turísticos”, dijo.
“Me pregunté: ¿por qué no visibilizar comunidades, lugares, que están re buenos y que existen al lado del lugar turístico tradicional? Por ejemplo, al lado de Humahuaca está Uquía, un pueblo muy chiquito que vale la pena conocer”, dijo.
El proyecto consiste en recorrer estos sitios para dar espacio a la gente: que ellos hablen de su cultura, su historia y su identidad como pueblo.
Camino a Cajamarca -un lugar en el que hay ruinas incas preincas y coloniales- pasó por pueblitos y fue alojada en casas de familia.
"La gente cantaba canciones en Aymara y lo compartían conmigo. Sería muy lindo dar a conocer sus historias”, dijo.