La Nueva Domingo

Los Zapp: unieron las Canarias con Guyanas Francesas en un velero

Esta vez, Herman, Candelaria y sus cuatro hijos cruzaron el Atlántico como fin de una etapa. La epopeya duró 24 días. Llevan 19 años viajando por el mundo.

- Agonzalez@lanueva.com

Quienes conocen a Herman y Candelaria Zapp, los viajeros argentinos que dieron la vuelta al mundo con sus cuatro hijos en un auto de 1928, saben que solo le tienen miedo a algo: a tener miedo.

Pero a eso ya le encontraro­n la vuelta: cuando quieren hacer algo que les da miedo ¡simplement­e lo hacen!

Parece una fórmula sencilla y, sin embargo, ¿cuántos la aplicamos? Ellos no escuchan a nadie que les diga: “¡Qué locura! ¡eso es muy arriesgado! ¡eso no lo hace nadie!, o pero aún, ¡eso no lo hizo nunca nadie!”.

Gracias a su filosofía de vida acaban de cruzar el Atlántico en un barco a vela y de unir las Islas Canarias con las Guyanas Francesas en 24 días junto a sus hijos Pampa, Tehue, Paloma y Wallaby, que heredaron el espíritu aventurero y la actitud encaradora de sus padres.

No permiten que alguien llegue con los dedos húmedos para apagar la llama del fosforito. Cuidan como leones ese fuego interior que los mantiene vivos y haciendo lo que aman , en familia, hace casi dos décadas.

Exactament­e 19 años atrás, el 25 de enero de 2000, partieron juntos desde Ar- gentina en un viejo GrahamPaig­e, al que llamaron Macondo Cambalache. Pensaban llegar hasta Alaska en seis meses y se extendiero­n un poco más: ¡pasearon por los cinco continente­s!

Tienen vidas de película. Tuvieron un hijo en cada país y escribiero­n el libro Atrapa tu sueño, con el que siguieron solventand­o este modo de vida que los cautivó.

Como broche de oro de esta espectacul­ar aventura, lograron vencer el terror que les daba flotar en el océano y, en 24 días, unieron dos continente­s sin tener conocimien­tos de navegación.

Para lograr su objetivo crearon una plataforma colaborati­va, a través de la cual juntaron gran parte del dinero que les permitió, tanto a ellos como a su legendario auto, subir a bordo a vivir esta experienci­a.

Ya en Kourou, en las Guyanas Francesas, estaban muy contentos por haber conseguido una invitación oficial para presenciar el despegue de una nave espacial que lleva satélites al espacio.

Dan la nota. No pasan desapercib­idos. Han dejado huellas en miles, millones de viajeros que tienen su libro como como biblia, han dormido en casas de personas de distintas culturas, han trascendid­o las barreras de todos los idiomas y no se arrugaron ante ninguna frontera.

Sus hijos estudiaron en el camino con la mejor maestra, mamá Candelaria, a través de un programa especial para niños en viaje del ministerio de Educación de la Nación. A la par que estudiaban geografía conocían en vivo la muralla china, la barrera de corales de Australia, Hiroshima, los elefantes de la reservas naturales de África, las ruinas romanas, mayas, incas y las iluminadas calles de Tokio, entre tantos otros lugares.

Con la humildad y simpatía que lo caracteriz­a, y como en cada uno de sus proyectos anteriores, Herman Zapp hizo una pausa en el camino para compartir su experien-

Nueva. cia con La

—¡Llegaron a destino! ¿Qué fue lo mejor de esta aventura de cruzar el Atlántico?

—Lo más lindo fue superar el pánico de estar en una cascarita de nuez sobre 4 mil metros de profundida­d de agua, y ver que se puede disfrutar de esa libertad de poder moverse nada más que con la fuerza de la naturaleza, con los vientos, la corriente y las olas. Vivir esa sensación de sentirte que lograste algo tan grande siendo tan pequeño: ¡porque en el mar sos un puntito!

“Estuvimos 14 días sin haber visto una nave o barco; nada eso nos hizo sentirnos muy pequeños. Lo más maravillos­o fue sentirnos ser parte de la naturaleza, dependíamo­s de ella tanto en el aspecto de la seguridad como para avanzar y superar todos los miedos.

—¿Aprendiero­n a navegar o al menos las nociones básicas?

—Obligatori­amente tenés que aprender a navegar porque tenés que ayudar. Éramos 16 personas a bordo, contándono­s a nosotros.

“El barco es gigante, para ser un barco a vela con dos mástiles. Era a la vieja usanza. No había nada moderno para las velas, todo era como se hacía antes. Teníamos que usar poleas antiguas con sogas rústicas, de esas que te comen las manos, teníamos las manos siempre empapadas, por la humedad del mar y la sal. Era increíble, al principio tenías que endurecer las manos y correr las velas cada tanto.

“A veces, a las dos de la mañana teníamos que cambiar las velas de lugar y todo el mundo a levantarse y siempre hacer ocho horas por día, de 4 a 8 y de 16 a 20, manejar y hacer lo que había que hacer. Todos aprendimos a timonear y los nombres de cada vela y de cada soga. Cuando tirás los aparejos, cada punta tiene su nombre. Al principio un enredo total. Todo parecía chino, pero después vas prestando atención y aprendés. El barco se hace andar en equipo. Todos ponen el 'lomo'. Hay que limpiar los baños, aunque seas el rey de España. El único que tiene ciertos beneficios es el capitán, después todos estamos en la misma.

“Eramos seis zappitos, tripulante­s, y diez pasajeros que pasamos a ser parte. Nadie toma sol”.

—¿Dónde están ahora y qué están haciendo?

—Estamos en Kourou, puerto espacial, muy famoso porque desde 1968 se hacen despegues al espacio de toda Europa. Despegan grandes naves llevando satélites de 10 toneladas. Tenemos una invitación oficial a un lugar que se va a ver muy bien, es casi un palco.

—Tras esta aventura ¿regresan a su casa en Los Cardales?

—Estamos en camino a Cardales. Llegamos a Surinam y bajaremos a Brasil, Paraguay y Uruguay. Brasil tiene 5.700 kilómetros de playas espectacul­ares y no va a ser pronta la llegada. Hemos aprendido que los tiempos los pone el camino. Si uno quiere disfrutar del camino tiene que ir al paso que el camino te vaya dando, porque la sorpresa, lo que aparezca, te va a ir diciendo si vas más rápido, o más lento. Cuanto más abierto estás a la sorpresa mejor lo pasás.

“¿Una pausa? No sé. Vamos viviendo el día a día. Cuando salimos de viaje creímos que salíamos por 6 meses y acá nos tenés: 19 años, cuatro hijos y la vuelta al mundo. Lo que suceda, sucederá. Creo que todo el mundo se preocupa más por nosotros que nosotros por nuestro futuro. Sabemos exactament­e qué vamos a hacer cuando lleguemos a Argentina: ¡dormiremos una buena siesta y después veremos qué hacemos!

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Pampa, Tehue, Paloma y Wallaby, junto a sus padres Candelaria y Herman, y el barco a vela en el que se embarcaron.
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FOTOS: GENTILEZA FAMILIA ZAPP

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