La Nueva Domingo

Presidente rasurado

- Por Mario Minervino mminervino@lanueva.com

ace 109 años, en marzo de 1910, el tren que conducía al presidente de la Nación, José Figueroa Alcorta, dejó desairada a la entusiasta concurrenc­ia que, durante más de tres horas, lo esperó en los andenes de la Estación Sud.

Aquel día, el presidente y su comitiva, incluido Roque Sáenz Peña, se detendrían unos minutos en nuestra ciudad, en viaje con destino final en Neuquén, donde colocarían la piedra fundamenta­l del embalse sobre el río Negro, obra inspirada en un diseño del ingeniero César Cipolletti.

Ante tan trascenden­te visita, la estación de la avenida Cerri se vistió de fiesta. A las 9.30 llegaron al lugar el jefe de la Región Militar, el batallón 8 de Infantería y su banda, el escuadrón de policía, autoridade­s, empleados nacionales y probiaba vinciales, “personas atraídas por la curiosidad” y el general Arana, invitado a sumarse a la comitiva.

Con tres horas de atraso respecto de lo previsto, se anunció la llegada del tren, el cual, para decepción y desazón de todos los presentes, siguió su marcha rumbo al sur. “Ni siquiera mientras se cam- la máquina en Villa Rosas el presidente se dignó a bajar de su sleeping car”, escribió al día siguiente un cronista de este diario.

Pero acaso no fue tan curioso el plantón como el motivo que demoró al convoy entre Cabildo y Bahía Blanca, demora que luego motivó que el mismo no se detenga en la Estación Sud.

Sucedió que, apenas salido de Cabildo, el ministro Ezequiel Ramos Mejía ordenó, imprevista­mente, que el tren detuviera su marcha en medio del campo para que los pasajeros “tuvieran la comodidad de afeitarse con el tren parado”.

Arreglo estético que no fue siquiera apreciado por el dolido general Arana, quien debió pedir al superinten­dente Coleman que lo acercara prontament­e hasta Spurr, para sumarse a la coqueta comitiva.

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