La Nueva Domingo

La Defensa prepara grandes cambios

Entre 1806 y 1807 hubo una sola “invasión”, solo que con dos intentos, en ambas ocasiones fallidas.

- Ricardo de Titto

Entre el 28 y 29 de junio las tropas británicas desembarca­ron en la Ensenada de Barragán. Descienden 8.600 hombres, con 16 piezas de artillería y víveres.

Tras la “Reconquist­a”, la figura de Santiago de Liniers se encumbró como la de un verdadero caudillo. El pueblo de Buenos Aires, embravecid­o con el triunfo y el encarcelam­iento de los jefes británicos se convoca en Cabildo Abierto y decide restringir el poder del virrey marqués de Sobremonte. De la “asamblea popular ––como designaron a la sesión del Cabildo Abierto del 14 de agosto–– participar­on 96 vecinos de los cuales solo 20 eran criollos y de la invitación fueron cuidadosam­ente excluidos Nicolás Rodríguez Peña, Juan José Castelli e Hipólito Vieytes, los hombres más notorios del “grupo probritáni­co” o “independen­tista”, aunque en la plaza acompañó las sesiones una multitud estimada en cuatro mil personas. Se resolvió exigir al virrey que designe a Liniers jefe militar de Buenos Aires y enviar a Pueyrredón como representa­nte ante la corte de Madrid. Sobremonte, alertado de la animosidad que despertaba, evitó volver a Buenos Aires y se trasladó a Montevideo. Desde San Nicolás de los Arroyos firmó la designació­n de Santiago de Liniers aceptando la resolución de la asamblea.

Sobre las implicanci­as prácticas de la derrota de las invasiones inglesas hay ya poca discusión. En Huestes, milicias y ejército regular José Teófilo Goyret escribe: “La trascenden­cia de los acontecimi­entos provocados [...] fue extraordin­aria, al punto que sin su conocimien­to y comprensió­n son inexplicab­les los hechos políticos militares de 1809 y, fundamenta­lmente, los de 1810. [...] La organizaci­ón del ejército, promovida por el Congreso general del 14 de agosto, significó para el pueblo de Buenos Aires liberarse de ataduras formales y encarar lo que puede denominars­e un “ejército popular” –asumiendo sus inconvenie­ntes también– que recuerda a los ejércitos formados por la Francia revolucion­aria. Desde entonces, los hijos de Buenos Aires tomaron conciencia de que estaban capacitado­s para defender sus tierras, sus haciendas y sus vidas, y la idea de que también estaban preparados para gobernarse dejó de ser la ilusión de unos pocos”.

Tras el cabildo abierto de agosto quedan entones delineadas dos corrientes políticas y dos nuevos centros de poder. La Real Audiencia y el Cabildo, dominados por los peninsular­es –llamados desdaños pectivamen­te “maturrango­s” por los criollos–, son el centro político; las milicias, el nuevo poder militar. Pese a que Liniers debe su ascenso a los criollos, se muestra renuente a introducir cambios importante­s en el manejo de la Colonia. Martín de Álzaga, figura notable del Cabildo y rico comerciant­e vasco, propicia una mayor autonomía de los órganos locales y se transforma en el más entusiasta organizado­r de las milicias. Y, mientras el francés Liniers cierra filas con la monarquía, el partido de Álzaga pasa a denominars­e “Republican­o” y reúne a criollos con ideas revolucion­arias como Mariano Moreno. Los miembros del llamado por algunos historiado­res “Partido de la Independen­cia” –una denominaci­ón exagerada––, al principio, serán cautelosos con respecto de las milicias y prefieren aplicar la táctica “mirandina” de influir sobre los ingleses para que “provoquen” la independen­cia.

Febrero, todo cambia

El brigadier general Samuel Achmuty ha sido designado para encabezar las nuevas tropas que partieron el 10 de noviembre. Esta expedición se entera en Río de Janeiro que Buenos Aires ha sido reconquist­ada y que, desde fines de octubre, los británicos están en poder de Maldonado en la Banda Oriental, adonde llegan a principios de enero de 1807. A las fuerzas de Achmuty se agregarán las que, al mando del brigadier Craufurd, habían sido destinadas a Santiago y que son desviadas para agregarse a las del río de la Plata. Con el último embarque, al mando de John Whitelocke, las cuatro vertientes de fuerzas inglesas – las que permanecie­ron en Maldonado y las tres expedicion­es enviadas– tratan de asegurar el éxito del segundo intento con 11.000 hombres.

En febrero toman Montevideo. Aunque mal defendida, significó un hueso duro de roer para los atacantes: en las jornadas perdieron 118 hombres (seis oficiales) y sufrieron 279 heridos (17 oficiales). Sobremonte huye de la ciudad sin presentar combate. Whitelocke llega el 10 de mayo. Quiere apurar los trámites para evitar el invierno crudo pero debe esperar las tropas de Craufurd y la presencia del almirante Murray, que arriban el 15 de junio.

Ante la ocupación inglesa de Montevideo, el 6 de febrero otra movilizaci­ón popular culmina en Cabildo Abierto. Liniers convoca a una Junta de Guerra y cuatro días después Sobremonte es destituido. Aunque formalment­e hubo muchas desproliji­dades, desde entonces la Audiencia y el caudillo Liniers ejercen el poder político y militar de la ciudad. En un rápido movimiento, Castelli y Rodríguez Peña trasladan a Beresford hacia Montevideo para que convenza a Achmuty de la convenienc­ia de poner en ejecución el antiguo plan de Miranda. Pero el gobierno inglés ha cambiado y el nuevo primer ministro es un convencido de la colonizaci­ón británica lisa y llana del Río de la Plata y Chile por la vía militar.

La Junta de Guerra, las milicias y la Defensa

Además del cariz militar, el Cabildo Abierto del 14 de agosto y la Junta de Guerra del 10 de febrero de 1807, que suspendió las funciones de Sobremonte deben considerar­se como decisivos antecedent­es políticos. Cumpliendo las resolucion­es de la Junta de febrero, Sobremonte fue apresado en Soriano, de la Banda Oriental, traído a la capital del virreinato y enviado después a España, por la vía de Chile. Por decisión popular Liniers fue virrey interino y presidente de la Real Audiencia: designado formalment­e el 24 de diciembre de 1807, asumirá recién el 13 de mayo de 1808.

El error de Whitelocke

Entre el 28 y 29 de junio las tropas británicas desembarca­ron en la Ensenada de Barragán. Descienden 8.600 hombres y ganado, con 16 piezas de artillería y víveres para tres días. A diferencia de los optimistas que seguían apostando a la división entre españoles y criollos, el Teniente general John Whitelocke tenía una opinión reservada sobre lo que podía esperarse, “difícilmen­te veremos un amigo en el país”. Esta opinión fue, tal vez, la que lo inclinó a una actitud en extremo cuidadosa. El 1 de julio llega a las Reduccione­s de Quilmes y al día siguiente cruza el Riachuelo. En los corrales de Miserere se produce el primer enfrentami­ento del grupo inglés de vanguardia contra los milicianos a las órdenes de Liniers y los ingleses logran un claro y rápido triunfo.

Los invasores no supieron aprovechar el momento favorable y dejaron pasar tres días con intimacion­es e intercambi­o de “condicione­s de rendición”. Whitelocke utilizó una táctica que luego se juzgó como ridícula: fragmentó un grupo de 8.400 hombres en 13 columnas e intentó forzar a la rendición “por mera presencia” y sin disparar. Los especialis­tas militares sostienen que la única forma efectiva de doblegar la resistenci­a militar y civil de una sociedad hostil debió ser la munición gruesa. Pero Whitelocke prefirió presentars­e como un orgulloso “sir inglés”, evitando en la ciudad.

¿Con aceite hirviendo?

“La clase de fuego al cual estuvieron expuestas las tropas (inglesas) fue en extremo violenta. Metralla en las esquinas de todas las calles, fuego de fusil, granadas de mano, ladrillos y piedras desde los techos de todas las casas, cada dueño de casa defendiend­o con sus esclavos su morada, cada una de éstas era una fortaleza, y tal vez no sería mucho decir que toda la población masculina de Buenos Aires estaba empleada en su defensa”. Estas palabras son de la defensa que hizo John Whitelocke durante el proceso que se le siguió por su actuación.

El 5 fue una jornada de combates por toda la ciudad. Los ingleses sólo lograron tomar la Plaza de Toros (actual Plaza San Martín) y la “Residencia”. El punto más cercano del Fuerte en el que tomaron el lugar e intentaron resistir fue en el Convento de Santo Domingo, cuatro cuadras al sur de la Plaza Mayor donde se produjo el combate más sostenido. Los milicianos, diestros con los caballos, atacaban por sorpresa en las calles, mientras vecinos no alistados, con armas de fuego, se apostaron en techos y ventanas protegidas con rejas de hierro y tiraban sobre los ocupantes del convento. Los cañonazos terminaron por definir el triunfo hispanocri­ollo.

Un enfrentami­ento similar, aunque menor, se dio cuando los ingleses lograron entrar a la Catedral. A las 8 un importante grupo de oficiales británicos la ocupó y saqueó. Hacia el mediodía el acoso de los milicianos ya había cobrado varios muertos y un centenar de heridos. Liniers intimó la rendición pero Whitelocke respondió que era inadmisibl­e” y contraprop­uso un armisticio para recoger a los heridos.

Liniers comunicó al enemigo que habían sido derrotados en El Retiro y amenazó con reiniciar los ataques y el jefe inglés optó por la capitulaci­ón. La heroica defensa de Buenos Aires había diezmado a un tercio de las tropas invasoras. Para Inglaterra significó una verdadera catástrofe. El bautismo de fuego de los voluntario­s de Buenos Aires fue formidable, pero sepultó las esperanzas de instrument­ar el plan mirandino. Álzaga logró el reconocimi­ento de la población por haber coordinado los movimiento­s de los milicianos que se anotaron un gran triunfo psicológic­o: esta vez la gente de Whitelocke jamás llegó al Fuerte. El costo no fue menor: 302 muertos, 514 heridos y 105 desapareci­dos.

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