La Nueva Domingo

“Lucho por seguir, pero te hacen sentir discapacit­ada”

Rosaura Álvarez, de 45 años, fue mal diagnostic­ada y por una trombosis, perdió una pierna. Casi dos años después, sigue peleando para que su obra social le otorgue la prótesis adecuada.

- Laura Gregoriett­i lgregoriet­ti@lanueva.com

El 21 de septiembre de 2017 la vida de Rosaura Alvarez se desarmó por completo. Una trombosis de pierna mal diagnostic­ada concluyó en una amputación inesperada. Pero los dolores eran tan intensos que hasta la tan drástica decisión significó un alivio.

En pocos meses se cumplirán dos años desde que Rosaura tuvo que volver a empezar. Desde que tuvo que aprender a lidiar con la desaprensi­ón del sistema de salud y sus representa­ntes, con médicos que poco les interesa honrar su profesión y con los vaivenes y burocracia­s de una obra social.

También tuvo que aprender a vendar un muñón, a arrastrars­e en una silla (la silla de ruedas no pasa por las galerías de su pequeña casa) y a caminar con muletas.

El doloroso calvario de Rosaura comenzó en la guardia de OSECAC. Hasta ahí llegó con un fuertísimo dolor en gemelo y pie. Le dieron calmantes, la revisaron por arriba y le dijeron que tenía un desgarro. El pie, ni se lo tocaron.

“Terminé en la guardia, luego de dos visitas en el mismo día, con morfina. Recuerdo que el sector estaba colapsado y que el médico me reclamó que justo 'cayera' ahí un domingo. Como si uno eligiera vivir esas cosas”.

En la última visita a la guardia, los dedos del pie ya los tenía dormidos. La doctora que la vio le dijo que los tenía “fríos”. Volvió a su casa y ya para entonces, Rosaura gritaba de dolor y no sentía el pie completo.

“Cuando volví me dijeron que me tenían que operar de urgencia. Tenía una trombosis en la pierna y había que destapar las venas y poner un stent”.

Soportó tres operacione­s y una internació­n en Terapia donde cada vez que se despertaba era para seguir sintiendo un dolor insoportab­le.

Nada daba resultado. Tres operacione­s y hasta un medicament­o considerad­o “peligroso” que su marido tuvo que firmar y autorizar y que “barrería” todo lo que obstruía las venas no fueron suficiente.

La solución, la más inesperada: había que amputar la pierna. Y ya.

“A esta altura me pregunto si es el hospital que no está preparado para este tipo de situacione­s o son los médicos los que fallan. Falta contención, informació­n, el trau- matólogo me vendó mal y no me circulaba la sangre, tenía todo edematizad­o, el muñón cuadrado, la venda ahorcando al muslo ¿y nadie se dio cuenta?”

Durante meses, sin saberlo, estuvo mal vendada. En ese entonces podría haber hecho varias sesiones de kinesiolog­ía y fisioterap­ia para que mejorar la cicatriz y que no se hiciera un queloide, y nada. Yo seguía sumida en el dolor”.

Fue el ortopedist­a quien por fin le explicó cómo debía vendarse.

“En esa entrevista me explicó que cada prótesis se conforma por una rodilla y un pie, que ellos lo piden y lo arman con un anclaje. Según la evaluación que hizo sobre mi edad, actividade­s y que era lo mejor para mí y el estado del muñón me recetó una prótesis nivel 4. No soy deportista, pero soy joven, quiero bailar, caminar en la arena, meterme al agua con la prótesis, pero OSECAC decidió autorizarm­e una clase 3. Yo podría hacer un montón de cosas más con la 4, por qué no me dejan “poder”?, reflexionó.

En la sede local de la obra social, nadie sabe nada. No le muestran ni le imprimen ningún papel.

“Todos son contratiem­pos. Todo se hace allá. Viajar en mi caso implica esfuerzos y gastos impensados, porque si bien te pagan el colectivo (por reintegro, tenés que contar con la plata), allá es todo en taxi. Con la muleta de acá para allá. De la ortopedia, al taxi, a OSECAC a retirar un voucher para que vayas a otro lado a buscar los pasajes y después, otro taxi y al colectivo”. Rosaura llora. No entiende. “La verdad es que yo sufrí menos cuando me amputaron que con todo este manoseo. Esto es seguir con la agonía. Yo tenía miedo, entré al hospital y me despedí de todos y agradezco estar viva, pero este manejo te hace sentir realmente discapacit­ada. Porque yo le pongo garra... pero estas trabas que te ponen te hacen sentir disminuida. ¿Pensarán que es un capricho mío querer seguir con mi vida?, concluyó.

“Yo sufrí menos cuando me amputaron que con todo este manoseo. Esto es seguir con la agonía. Este manejo te hace sentir realmente discapacit­ada”.

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Rosaura tuvo
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Rosaura sigue con las muletas, a pesar de haber pasado casi dos años de la amputación.
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que dejar su trabajo habitual para pasar a una labor casi de escritorio. Aprendió a hacer tortas, decoración y crochet para tener “otra entrada”.
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FOTOS: EMMANUEL BRIANE-LANUEVA.

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