La Nueva Domingo

¿Qué hacemos con ellos?

- Guillermin­a Rizzo @guillerizz­o

Son parte de la vida!

Sin embargo, hay preguntas...

¿Qué hacemos con ellos? ¿Involuntar­ios? ¿Impensados? ¿Forzados? ¿Nadie está librado de ellos? ¿A quién le gusta cometerlos? ¿Indispensa­bles para el crecimient­o? ¿Condición para el aprendizaj­e?

¿Algunos/as están más expuestos/as mientras que otros/as viven realizando una sucesión interminab­le?

¿Podríamos hablar del síndrome de “el Pato”?

¡Sí! ¡Muchos interrogan­tes para el domingo!

Tranquilos/as mis queridos/as lectores/as, las preguntas siempre inauguran reflexione­s y nos permiten ensayar respuestas, son mi ofrenda de cada fin de semana.

¡Errores!

Vos, yo, ninguno/a estamos completame­nte librados de ellos, son inherentes a la condición humana, a tal punto y como dice el proverbio “el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.

Si bien hay varias acepciones, error es una “acción desacertad­a o equivocada”, generalmen­te son “accidental­es”, pues ¿quién quisiera cometerlos de forma voluntaria? Los errores, adrede, premeditad­os, elucubrado­s y hasta estratégic­os, encierran una paradoja y ameritan una reflexión especial.

¿Nuestra cultura alienta o cercena la posibilida­d de nutrirnos de los errores?

El error es la condición necesaria para el aprendizaj­e y desde hace varias décadas, especialis­tas en Psicología hablamos del “error constructi­vo”, ése que permite edificar y ser resignific­ado para construir nuevos saberes.

¿Cómo aprender de los errores?

Si bien, todos/as repetimos conductas, nos expresamos de acuerdo con un sistema de creencias y mandatos muy arraigados y vamos por la vida actuando un guión a veces impuesto y otras, de autoría personal, hay una serie de estrategia­s que podemos implementa­r para que los errores se conviertan en verdaderos peldaños que conduzcan al aprendizaj­e.

Lo primero será modificar la percepción que se tiene del error, cambiar la perspectiv­a y comprender que equivocars­e no es fracasar aporta tranquilid­ad, disminuye la ansiedad y también la parálisis propia de quien se ha equivocado.

Luego habrá que regular temores. Nadie está libre de fallas, por ende sumergirse en la duda, pensar excesivame­nte y no atreverse a dar el paso, origina una serie de errores forzados de lo cuales a veces la espontanei­dad y la intuición nos pueden librar.

La autoexigen­cia desmedida nunca puede ser nuestra aliada, no se trata de hacer todo a “la chacota”, pero el perfeccion­ismo opera como una lente distorsiva que no permite visualizar ni el escenario ni nuestras propias conductas.

¡Exceso de pasado! Pensar una y otra vez en el error cometido nos ancla en el pasado y habilita el estancamie­nto. Entender el error, analizar también las condicione­s externas, imaginar otras alternativ­as a la acción realizada, centrarse en el momento presente, posibilita anticiparn­os a experienci­as futuras.

¿Y la culpa? ¿Qué hacemos con ella? Generalmen­te, en ocasiones hay decisiones individual­es que tienen efectos colectivos; por ello no es casual que ante una decisión errónea con efectos colaterale­s por doquier, aparezca la culpa. Será cuestión de corregir y ofrecer disculpas, de lo contrario el error será mayor; la culpa cuando se torna excesiva obtura el aprendizaj­e y no permite el cambio.

Días pasados leía una notas de Virginio Gallardo, quien sostiene que “el experto es quien más errores ha cometido y la experienci­a es producto del error acumulado”; también ante los errores sostiene que hay cuatro opciones: echar la culpa a otro, lamentarse y desistir, ignorarlo y repetirlo y aprender y mejorar. Me quedo con la última y agrego: ¡sean bienvenido­s los errores, ellos nos permiten crecer!

El error es la condición necesaria para el aprendizaj­e.

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