Los misterios que guardan los pasillos del ex Policlínico
Lo que hoy es el Hospital Interzonal José Penna antes tuvo un diseño sanitario propio de la época, donde cada especialidad se aislaba en su propio edificio, que se unían a través de galerías cubiertas.
Las tierras donde funcionó el Policlínico y hoy está el Penna fueron donadas en 1923 por el vecino Luis Godio.
El Hospital Interzonal José Penna tiene dos fundaciones.
La original, concebida en 1924, y la segunda que comenzó en la década del '80 y sigue hasta nuestros días, con un establecimiento sanitario en constante crecimiento y modernización.
De aquel inicio de la historia quedan los emblemáticos pabellones, parte del diseño sanitario propio de la época, donde cada especialidad se aislaba en su propio edificio.
El Policlínico, tal su primera designación --el nombre de José Penna data de 1957--, contaba con seis grandes pabellones, además de diez edificios complementarios, destinados a cocina, morgue, administración y lavandería.
Con el tiempo esa estructura, esa organización quedó obsoleta, con lo cual se construyó un nuevo hospital, quedando relegada la infraestructura histórica. Algunos de esos edificios fueron demolidos, otros adquirieron nuevos usos
sacando provecho de su construcción, sólida y útil. Otros quedaron abandonados, dando testimonio con sus casi-ruinas de esta historia sanitaria.
El lugar
El acceso al viejo Policlínico está enmarcado por un portal formado por dos pilares originales.
Una vez dentro del predio --el hospital ocupa una mega manzana-- es posible admirar el gran parque consolidado en esas tierras donadas en 1923 por el vecino Luis Godio.
Hay calles interiores que permiten recorrer los edificios que marcaron aquel inicio, un lugar que impacta y sorprende.
En el conjunto se destacan dos pabellones originales, uno organizado en dos grandes salas centrales, plagadas de grafitis, basura y abandono.
El silencio del lugar y los sonidos del entorno dan un marco singular al sitio.
Allí funcionaba la maternidad, con dos suerte de jardines de invierno abiertos al parque.
Es simple imaginar movimientos de otros tiempos, con miles de bahienses nacidos en ese sitio, mirando sus madres por esos ventanales hoy oxidados.
Pero sin dudas el mayor "atractivo" son las galerías cubiertas, con varios accesos mediante escaleras de mármol de Carrara, que vinculaban a esos pabellones.
Esa obra es particularmente laberínstica e invita a recorrerla. Otra vez parecen formarse fantasmales figuras con guardapolvos, pacientes sobrellevando esperas, informes y estudios dando respuestas.
El lugar genera asombro e inquietud. De lo que fue y dejó de ser. De aquello que se abandonó pero que permite aventurar otro destino menos ingrato.
Protagonista de la historia sanitaria de la ciudad y la zona, quizás una simple limpieza y una mínima adecuación podría generar un lugar de visita y reconocimiento.
Una posibilidad de repasar esas marcas del pasado que cimentan tradiciones y fortalecen identidades