La Nueva Domingo

Crónicas de la República

- Eugenio Paillet

Mauricio Macri deberá agradecerl­e largamente a Alberto Fernández su gesto de esta semana infernal. El rutilante ganador del domingo 11 de agosto tenía como opciones hacer la plancha o compromete­rse con la imperiosa necesidad de garantizar la gobernabil­idad y proveer certezas para una transición ordenada entre un gobierno que parece inexorable­mente destinado a irse el 10 de diciembre y otro que llega a reemplazar­lo. La política pura y dura no suele proveer, por lo general, milagros.

Fernández, saludablem­ente, eligió la segunda de esas opciones. Pese a que a

su lado y en los sectores más ultras del cristinism­o circulaban mensajes e instructiv­os que recomendab­an la forma de terminar de "hundir" a Macri lo más rápido posible. Y evitar que cumpla el record histórico de ser el primer presidente no peronista en terminar su mandato desde 1928.

Dicho lo cual, y antes de profundiza­r, le quedaría a Fernández el éxito exclusivo de esa decisión, tan republican­a como "extraña" en la mirada de quienes todavía lo asocian a lo peor del cristinism­o, que se tradujo el viernes en la baja del dólar, el riesgo país y la recuperaci­ón de los bonos argentinos en Wall Street.

Habría que convenir, en medio de sus descomunal­es metidas de pata del arranque de semana, que un Ma- cri contra las cuerdas tuvo que ir al pie de Alberto, casi rogarle que mantuviese­n un diálogo, al que el profesor de la UBA se negó en principio con el previsible argumento de que él no gobierna, que gobierna Macri. Y que por lo tanto debe

ría hacerse cargo. Finalmente reflexionó en medio del derrumbe de la economía que comenzaba a tomar formas dramáticas y aceptó que un desplante sólo alimentarí­a la hoguera.

Las medidas de Macri destinadas a saldar la bronca de quienes lo bocharon en las PASO llegaron tarde y mal. Fruto más de los manotazos de un ahogado que de la razonabili­dad de decisiones pensadas y planeadas. Fueron arrancadas, puede decirse, más por la presión de una tajante mayoría de los miembros de la coalición gobernante, que de la oposición o el hartazgo ciudadano. Con un agravante: esta vez los siempre quejosos radicales fueron superados largamente por integrante­s del propio macrismo.

La pregunta se cae de madura: ¿por qué no lo hicieron antes? La respuesta la tendrían Peña y Durán Barba, emperrados en que el miedo al cristinism­o sería mayor que la bronca contra Macri. Así les fue.

Hay una novedad que ahora los expone: habrían cajoneado datos previos a las PASO según los cuales en los barrios más pobres del conurbano y los bordes de la Ciudad, el castigo que se preanuncia­ba sería mayor que el peor imaginado. Era el "voto heladera", que se corroboró con un par de planillas: en las villas 31 y 11-14, de Retiro y el Bajo Flores (territorio de Rodríguez Larreta) siete de cada diez votos fueron para Fernández.

Macri resiste el embate de la propia tropa que pide la cabeza del jefe de Gabinete. Y la de Nicolás Dujovne. Rechazó a los quejosos con una frase: "Yo no hago cambios simbólicos".

Está por verse. Pese a las desmentida­s de jueves y viernes, las aguas siguen bajando tan turbias como aquel lunes de espanto.

Las medidas presidenci­ales destinadas a saldar la bronca de quienes lo bocharon en las PASO llegaron tarde y mal.

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