La Nueva Domingo

A 16 años de su partida: un amigo contó quién fue el recordado Leif

El dorreguens­e Juan Carlos Sanz, quien solía salir con el pescador en el rústico bote, compartió sus enseñanzas.

- Anahí González agonzalez@lanueva.com

De chico, el dorreguens­e Juan Carlos Sanz, veraneaba en Monte Hermoso, en casa de sus abuelos. Terminaba la década del 50 cuando conoció a Leif Larsen, el pescador artesanal que se convirtió en una leyenda en el balneario.

“Era un muchacho muy pintón, con un físico muy envidiable” recordó con los ojos de aquel niño.

Años después, Sanz compró un departamen­to sobre la Avenida Argentina, en una esquina, a media cuadra, de la casa de Leif Larsen.

“Ahí empezamos nuestras charlas diarias, entre 1974 y 1978", contó.

"Nuestras charlas eran de todo tipo. Él tenía una cultura general increíble, de lo que le hablabas siempre tenía una respuesta: apicultura, ingeniería, de lo que fuera el siempre sabía algo sobre el tema” dijo.“También hablábamos mucho del mar donde él estaba mas seguro que en la tierra. Siempre lo decía”, contó.

Sanz recordó que su vecino tenía una forma de vivir un poco desordenad­a.

“A veces la arena cubría parte del interior de su vivienda y ni hablar de que sus perros eran la condición primordial para él”, comentó.

“Él me enseñó a pescar corvinas o pescadilla con un movimiento ascendente y descendien­tede la plomada", contó.

Aemás, por su condición de pescador, recibía muchas visitas.

“Su casa era invadida totalmente. Iba gente todos los días", dijo.

“No faltaban los oportunist­as que se aprovechab­an de esa situación. Como él trabajaba y hacía un peso, era más fácil comer en su casa y gastarle los pesitos”, recordó.

Comentó que tocaba muy bien el piano y hablaba dinamarqué­s, alemán y algo de inglés.

“Lo que sabía sobre el mar era increíble. Se arrimaba a la costa y por el olfato

“Por lo general, todas las mañanas caminaba por la orilla del mar seguido por no menos de 10 perros”, señaló Sanz.

sabía si había pescadilla o iba a haber corvina o pejerrey que emana un olor caracterís­tico muy fuerte y él lo percibía desde la orilla”, comentó.

Sanz contó que una vuelta lo invitó a cenar a su casa y con su señora, casi no lo reconocen: se había bañado, lucía una camisa impecable y se había recortado bastante la barba.

“Cuando entraba a pescar con él, mi tarea era achicar con el tarro, el agua que entraba en el bote. Él renegaba porque le tiraba

al mar las almejas que estaban descompues­tas. Las guardaba porque decía que esa era la forma de atraer los peces pero el olor era insoportab­le”, recordó.

“Luego nos fuimos a Buenos Aires y varios años después volví a Monte y fui a visitarlo”, contó.

Golpeó las palmas y salió Leif con el mate en la mano.

“Desde una distancia de 20 metros me conoció por la voz. Fue la última charla. La siguiente vez que lo vi, estaba en el Penna, pero no me conoció”, recordó.

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FOTOS> GENTILEZA JUAN CARLOS SANZ LA FOTO autografia­da por Leif que Sanz atesora entre los legados personales.
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