Natalín acertó al hacerle caso a su mamá: “Este era mi sueño y lo pude conseguir”
La bahiense Natalín Pellegrini es la primera persona sorda en recibirse y ejercer la docencia ante personas con su misma discapacidad en toda la provincia de Bs As.
“A mí mamá le parecía raro que yo durmiera todo el día y que no llorara nunca, ni siquiera durante una noche de tormenta cuando tenía 3 meses”.
Según le contaron sus padres, el descubrimiento se dio durante una noche de tormenta. “Antes –-cuenta ella--, la audiometría no era un chequeo de rutina en los bebés recién nacidos, por lo que mis papás recién se dieron cuenta cuando yo tenía tres meses, básicamente porque no lloraba nunca”.
Natalín Pellegrini, que ahora con 32 años se comunica con lengua de señas, por escrito y hasta oralmente, prácticamente no tiene ratos libres entre tantos trabajos, esos que tanto le costó conseguir y de los que tanto se enorgullece.
Según cuentan sus colegas de la Escuela Especial 513 “Juan Bautista Azopardo”, no conocen en toda la provincia de Buenos Aires un caso como el suyo, es decir el de una persona sorda que se haya recibido y ejerza como docente especial de personas con su misma discapacidad.
Pero el camino de la joven docente bahiense, claro está, nunca fue de rosas.
“Cuando nací, a mí mamá le parecía raro que yo durmiera todo el día, no lloraba, no hacía nada. Un día de tormenta fuerte, cuando ya tenía tres meses, notó que yo no me asustaba, empezó a hacerme más ruidos a propósito y nada. Entonces se dio cuenta de que pasaba algo, me llevó al hospital Español y me hicieron la audiometría, que en 1987 no se hacía al nacer”, recordó Natalín.
Para desasnar al público en general, tanto ella como sus colegas, presentes durante la entrevista, aclararon algunos puntos importantes sobre la sordera. Uno es que no existen personas sordomudas, al menos no mudas a causa de la sordera. “Si hablan con señas o escriben, ya dejan de ser mudas, se están comunicando”. Otro es que si
bien clínicamente existen distintos grados de sordera e hipoacusia, “para la comunidad sorda ellos son todos sordos, el grado queda solo para un certificado de discapacidad”. Y por último, que el término correcto es “lengua de señas” y no “lenguaje de señas”.
Siempre cansada
“Apenas el doctor me detectó la sordera empecé tratamientos con una fonoaudióloga, estimulación temprana y con dos años entré en esta escuela, que en ese momento estaba en calle Zapiola. Venía a articulación, que es metodología oralista, porque la lengua de señas en ese entonces estaba prohibida en educación y recién la pude aprender a los 10 años”, contó Pellegrini.
“Al jardín de infantes iba solo algunas veces para poder compartir con otros chicos y para que evaluaran qué educación iba a poder tener en el futuro. Mi familia se reunió con una directora y finalmente la escuela la empecé directamente en segundo grado, porque en esta –-la Especial 513-- ya había aprendido a leer y escribir”, agregó.
Durante toda la etapa escolar, de lunes a viernes sus mañanas eran en la escuela “común” y sus tardes en la especial. “Siempre llegaba cansada a mi casa, no tenía tiempo para jugar, ni para hacer nada lo que hacían los chicos de mi edad. En mi vida nunca tuve intérprete en el ámbito educativo, siempre tenía que leerles los labios a mis maestros o profesores, con lo cansador que resulta no poder desconcentrarse ni un segundo. A mi mamá también tenía que leerle los labios, la única persona sorda en mi familia soy yo”, explicó.
No bajaron los brazos
En el momento más emotivo de la charla, de la que aún faltan sacrificios y recompensas, Natalín reconoce su emoción y no duda en destacar que “le estoy muy agradecida a mi familia, porque me empujaron y apoyaron siempre, nunca bajaron los brazos conmigo, siempre lucharon y se esforzaron”.
“Le creí a mi mamá, yo en la secundaria sentía que nunca iba a llegar a nada, no iba a conseguir trabajo, y ella siempre estuvo detrás de mí haciéndome creer en mí misma. Cuando tiré mis primeros currículum y no me llamaba nadie me re bajoneé, me pasaba los días encerrada, pero ella siempre fue positiva y optimista. Siempre fui muy apegada a mi mamá, mi papá trabajaba todo el día y de hecho a veces hasta me enojaba con él porque no nos podíamos comunicar”, recordó.
El colmo de la inclusión
Una vez egresada de la escuela, Natalín hizo un curso de auxiliar de farmacia y después, test vocacional mediante, empezó a estudiar el profesorado de educación especial. En el Avanza, y estudiando una carrera en la que se convive con la discapacidad, Natalín encontró algunas dificultades inesperadas.
Cuando yo empecé a cursar no había intérprete, por lo que les pedía por favor a los profesores que hablaran despacio, me esforzaba mucho para leer los labios. Algunos me respetaban y lo hacían, pero otros no, articulaban muy rápido y yo no les podía seguir el ritmo. Profesores en una carrera de educación especial...”, lamentó la joven.
“En la secundaria sentía que nunca iba a llegar a nada, que no iba a conseguir trabajo. Mi mamá siempre estuvo para hacerme creer en mí”.
“Algunos docentes me respetaban y hablaban despacio, otros no, pese a mis súplicas. Y eso que era una carrera de educación especial...”.
“Una vez una profesora me preguntó dónde había aprendido a escribir. En la escuela, ¿dónde voy a aprender? ¿Por qué a mi compañera no le preguntaba dónde había aprendido? Después, rindiendo el final de esa materia, lo aprobé y cuando me dio la nota me preguntó por qué no había elegido otra carrera. No podía creer que me estuviera preguntando eso”, recordó.
Luego de tres años en el Avanza, y ante la ausencia del profesorado específico para sordos en dicho instituto, la odisea continuó en La Plata.
“Viajé todos los meses durante dos años, la primera vez me acompañó mi papá y casi sin darme cuenta, una vez que conseguí alquiler me dejó sola. Y yo sin saber lavar, cocinar, todo eso...”, recuerda con humor.
“En La Plata tampoco había intérprete, lo sufrí más todavía porque era una semana super intensa, todos los días de 8 de la mañana a 10 de la noche. Mis compañeras oyentes podían distenderse un poco en la clase, pero yo tenía que estar concentradísima en la boca de los profesores para poder entender. Les tenía que pedir recreos para descansar”.
Hoy, gracias al sacrificio propio y al de su familia, y con esos días de desilusión enterrados en el pasado, Natalín trabaja en la Escuela 513 como “Melsa” (maestra especial de lengua de señas Argentina), como profesora de sordos en dicha institución, como profesora en el Avanza enseñando lengua de señas a futuras profesoras de sordos, y dictando un curso de dicha lengua, brindado de manera conjunta por la UNS y la Municipalidad.
"Este era mi sueño y lo pude conseguir", cerró emocionada Natalín.
Más inclusión que integración
Cumpliendo sus 43 años de vida y apenas 2 en su nueva sede de Tucumán 335, la Escuela 513 cuenta con 7 alumnos estables que asisten doble turno al establecimiento y un total de 83 que alternan entre la escuela “común” y las clases de apoyo a contraturno.
“Desde una resolución ministerial de 2017 se habla y se actúa más pensando en inclusión, dejando atrás el concepto de integración. Ahora es la sociedad la que tiene que tratar de eliminar las barreras, no es más cuestión de homogeneizar, forzar o ‘normalizar’ a las personas disapacitadas dentro del funcionamiento esperable de un trabajo”, explicaron la vicedirectora Aldana Galli y la docente Lorena Giacobbe.
A diferencia de lo que ocurrió siempre, ahora la mayoría de las personas sordas asisten, además de a la escuela especial, a una de nivel. “Antes eran muy pocos los que podían ir a la escuela de nivel, ahora son la mayoría. Las docentes que estamos con los chicos en el aula tradicional, más que acompañarlos a ellos, acompañamos al docente, se trabaja en pareja pedagógica, como se le llama ahora”, agregó Giacobbe.
“Nuestros alumnos, dado que la dificultad que tienen es justamente entre la comunicación y la lectoescritura, tienen la posibilidad de trabajar en nuestra escuela a contraturno para anticipar los textos que verán en clase", contó Galli.