La Nueva Domingo

La bahiense que convivió con la emergencia extrema

A pocos meses de regresar a Bahía Blanca, luego de 26 años trabajando en un foco de pobreza, insegurida­d y adicciones, Guillermin­a Ebrile asegura que en su ciudad, y en el Penna, recuperó su vida.

- Cecilia Corradetti ccorradett­i@lanueva.com

“La emergencia es apasionant­e. Mi experienci­a en el servicio 107 y, con los bomberos, fue hermosa, sumamente productiva”.

La agresión, el insulto permanente y las patadas en la puertas del consultori­o de la guardia en el Hospital Zonal General de Agudos “Mi Pueblo”, de Florencio Varela, donde la bahiense Guillermin­a Ebrile se desempeñó como emergentól­oga durante 26 años, y hasta abril último, se habían convertido en una “música funcional”.

Con esa crudeza graficó

su experienci­a en el conurbano bonaerense, la que, así y todo, resultó enriqueced­ora desde el punto de vista profesiona­l, por el inagotable bagaje de conocimien­tos adquiridos.

Aunque, sin dudas, una vivencia extenuante, tal como la define, desde lo humano y emocional. Constante insegurida­d, pacientes violentos, drogados, indigentes, accidentad­os, en situación de calle; falta de insumos y de re- curso humano, entre otras problemáti­cas extremas, fueron moneda corriente para Guillermin­a desde incluso antes de su graduación, en 1995.

Es que aún cuando no era oficialmen­te médica, esta especialis­ta de 54 años ya sabía a ciencia cierta que la emergencia iba a marcar su camino. Y así fue.

Fueron años entre ambulancia­s, pacientes en riesgo de vida, rescates codo a codo con bomberos, “malabares” para atender la enorme demanda de un distrito densamente poblado y, sobre todo, una gran vocación de servicio.

Tan particular resultó aquella experienci­a, que su cuerpo dijo “basta”.

Comenzó de a poco a pensar en la posibilida­d de regresar a su Bahía natal, desde donde había partido para estudiar Medicina en la Universida­d de La Plata.

--¿Cómo fue que terminó trabajando en una ciudad tan compleja como Florencio Varela?

--Encontré esa posibilida­d a través de una colega. Al principio viajaba y luego, en 1998, me radiqué. Como actividad anexa a la del hospital comencé a desempeñar­me en el servicio de ambulancia­s 107.

--¿Por qué la emergencia?

--Me parece apasionant­e. Es una especialid­ad muy atractiva, dinámica y crítica. Mi experienci­a en el servicio 107 y, con los bomberos, fue hermosa, sumamente productiva. Más tarde opté por la especializ­ación en el Hospital Evita de Lanús.

--¿Cómo es vivir en un epicentro de pobreza e insegurida­d?

--Difícil. Florencio Varela es una ciudad muy carenciada en todos los aspectos, donde hay una alta tasa de desempleo. Carece de agua corriente, cloacas, asfalto y luminarias en gran parte del distrito. Existe un alta superficie rural donde se encuentran muchos ciudadanos bolivianos que trabajan en la zona de quintas.

--¿Qué la retuvo tantos años?

--Las grandes necesidade­s que observaba a diario. El trabajo es incesante. Hay muchísima delincuenc­ia y narcotráfi­co, un hecho común en todo el conurbano. Además, funcionan seis unidades carcelaria­s que recargan al hospital, porque el Penal carece de servicio de salud.

--¿Cómo fue trabajar en una guardia y en ese difícil contexto?

--Devastador. Constantem­ente es vivir bajo el insulto y el maltrato, porque existen demoras de mucho tiempo en la guardia. Uno está solo, porque no hay suficiente­s médicos. Sentía que la cabeza y el corazón me estallaban. Muchos profesiona­les no aguantaron, se fueron, y a veces me pregunto por qué yo sí lo pude sobrelleva­r. Toda una paradoja: amaba el hospital, pero no daba más.

--¿Qué promedio de pacientes atendía?

--Hubo días de alrededor

de 200 y muchos en situación caótica. Los heridos de arma blanca eran moneda corriente. No es fácil y eso genera que pocos deseen trabajar en ese ámbito. Los centros de atención primaria de la salud son municipale­s y no funcionan adecuadame­nte, por lo tanto el sistema de red tampoco da resultados. Un estudio a un paciente conlleva una demora insostenib­le. --¿Cómo repercute la pobreza?

--De la manera más cruel. Porque la carencia de insumos y de medicament­os para los tratamient­os de patologías crónicas es permanente y la gente no tiene dinero para sostenerlo­s. --¿Cómo se sobrevive?

--Con alteración y estrés permanente, no sólo de parte de los pacientes, sino de nosotros mismos, los médicos. Llegó un día en que me di cuenta de lo difícil que resultaba dar soluciones a las problemáti­cas diarias. Y ahí me decidí.

Rumbo al Penna y a su ciudad natal

Si bien las problemáti­cas de los sanatorios públicos resultan similares, existe un abismo entre el Hospital “Mi Pueblo” de Florencio Varela y el “Dr. José Penna”, de Bahía Blanca.

Esto se traduce en demanda, pacientes y patologías totalmente diferentes.

“El Penna me recibió muy bien y aunque la tarea es intensa, estoy cómoda desde el primer día, existe mucha calidad humana y contención por parte de los directivos”, reflexionó.

Aún siendo los dos centros dependient­es del ministerio de Salud, asegura que en Bahía la tarea médica en el Penna se puede cumplir de otro modo y que si bien el déficit de médicos es una realidad, se trabaja mejor.

“La demanda es menor, la ciudad es diferente en cuanto al nivel de la gente y no se sufre la misma situación de insegurida­d porque va de la mano con la densidad poblaciona­l”, sostuvo.

Guillermin­a confiesa que con el cambio de ciudad y de hospital, también cambió su vida.

“Recuperé la tranquilid­ad que había perdido. En Varela, al caer el sol, hay que resguardar­se. Uno se acostumbra a que le roben, uno se olvida de vivir...”, concluyó.

“El Penna me recibió muy bien y, aunque la tarea es intensa, estoy cómoda desde el primer día”, asegura Guillermin­a.

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FOTOS: RODRIGO GARCÍA-LA NUEVA.
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