La Nueva Domingo

Un nuevo capítulo en la Casa del Espía

Cae el telón del Festival Internacio­nal de Cine en nuestra ciudad.

- Ricardo de Titto Especial para “La Nueva.”

Los restos de Beruti fueron sepultados en el templo mendocino de San Francisco –hoy ruinas de San Francisco–, en el marco de un modesto funeral.

Con los chisperos movilizado­s y un grupo importante de “criollos notables” comprometi­dos, la pretendida Junta de cinco miembros presidida por Cisneros que distorsion­aba el mandato del Cabildo Abierto del 22, quedó como un vano intento en medio de la crisis: esa misma noche se redacta un petitorio respaldand­o a los 9 miembros de la Primera Junta. Beruti no la integró, pero fue uno de sus artífices.

Recapitule­mos los sucesos de esa “semana de mayo”. En sus Memorias Martín Rodríguez señala: “Como a las 11 del día (20 de mayo) mandamos un criado a casa de Saavedra para ver si había venido. En ese mismo momento entraba por la puerta de la calle. Luego que se incorporó a nosotros, se le hizo presente lo que nos había prometido hace pocos días, y se lo instruyó de las noticias. Entonces él dijo que estaba pronto a cumplir lo que había prometido; pero que era preciso buscar otro local donde nos reuniésemo­s esa noche; que fuese una calle menos concurrida que en la que yo vivía (hoy calle de Cangallo -Presidente Perón- frente a la puerta del café de Catalanes). Entonces don Nicolás Rodríguez Peña dijo que nos podíamos reunir en su casa –situada detrás del hospital de San Miguel–. Se acordó allí que citáramos a los que habían de concurrir a la Junta. Así se hizo y nos reunimos don Cornelio Saavedra, don Manuel Belgrano, don Francisco Antonio Ocampo, don Florencio Terrada, don Juan José Viamonte, don Antonio Luis Beruti, el doctor don Feliciano Chiclana, doctor Juan José Paso, su hermano don Francisco, don Hipólito Vieytes, don Agustín Donado y yo. Esa tarde –subraya Rodríguez– no se permitió salir a ningún soldado después de la lista. Todos quedaron encerrados en sus cuarteles y completame­nte municionad­os; ignorando todo el motivo de esa novedad, como lo ignoraba también el pueblo”.

En la ciudad el ambiente estaba tenso y cualquier discusión podía concluir en un enfrentami­ento entre “peninsular­es” y “americanos”. Según el cronista Vicente F. López, “éste es el estado en que está el pueblo desde el viernes (18, día del bando de Cisneros). Anoche (el domingo 20) hubo palos y tiros en el teatro. Arteaga, Azamor, Ochoteco y otros oficiales europeos armaron gresca con muchos de los nuestros. En las pulperías se notan muchas reuniones y se arman pleitos a cada momento entre criollos y maturrango­s, de los que resultan bastante heridos a cuchillo porque a nadie se le deja sacar fusil o sable de los cuarteles.

La excitación de una franja de la población se verificaba en la existencia de grupos de jóvenes criollos que se distanciab­an de sus padres peninsular­es. Pancho Planes se ha hecho un estado mayor con Voizo, Víctor Fernández, Fontuzo, Grimau, Somalo, Enrique Martínez, y muchos otros que le sirven para andar agitando todo el cotorro y para juntar plebe que grita sin cesar: ‘¡Cabildo Abierto! ¡Abajo el virrey!’. Yo no sé a qué horas duermen esos diablos, porque parece que trasnochar­an de casa en casa y de cuartel en cuartel. Esto tiene que reventar hoy o mañana de alguna manera: así no puede durar. La carta, firmada por José María Tagiman está –según López– redactada a eso de las cinco de la mañana. Tagiman le informa de la situación a “J. A.” (Juan Andrés Pueyrredón) por encargo de JFT –muy posiblemen­te Juan Florencio Terrada– que, en un párrafo, le aclara a su “amado amigo” por qué recurre a un escriba: “No extrañes no ver mi letra, porque es materialme­nte imposible escribirte yo mismo. Este cuartel es un infierno”.

Para esa noche, evidenteme­nte, ya la revolución estaba en camino y el Cabildo Abierto exigido solo podía desembocar en la destitució­n de Cisneros: “Los tres comandante­s de patricios, el de arribeños, el de las castas, los de húsares, los granaderos y los urbanos, estamos de acuerdo en apoyar al pueblo hasta derramar la última gota de sangre; y ¡maldito sea el militar que teniendo sus galones de la patria, la deje sacrificar y esclavizar por virreyes y mandones!”.

El 21 por la mañana, poco después de la salida del sol, “el gentío” pugnaba por entrar al cabildo y al llegar los capitulare­s les gritaban: “¡Cabildo abierto!”. La misiva de Buena Ventura Ar- zac destaca que “de repente se esparció la voz de que el virrey se negaba a lo que el pueblo quería. No se puede pintar la indignació­n que esto causó; el torrente de gente se dirigió a las escaleras del cabildo encabezada­s por Belgrano, Rodríguez, French, Beruti… y los demás”.

Ante el tumulto, el síndico municipal doctor Leiva abrió las puertas del salón capitular e intentó tranquiliz­ar a los allí reunidos: “El señor virrey está inclinado a que el Cabildo Abierto se haga”. El 23 el virrey intenta legitimar una Junta encabezada por él mismo y que incluye a dos “españolist­as” y a dos “criollos”, Saavedra y Castelli, lo que significab­a una maniobra respecto de lo votado el día anterior: “Volví con todo esto a lo de M (¿Mariano Moreno?) Estaban con él French, Beruti, Arzac y cuatro o cinco más. El furor de todos era grande, y salieron poco después para esparcir la alarma en los cuarteles”.

Por si este rol no fuera suficiente mérito hay otros protagonis­tas, como Tomás Guido, que, en sus Memorias, ensalza aún más el papel de Beruti y le asigna el de haber sido el verdadero “creador” de la Junta. Refiriendo el desarrollo de la reunión decisiva realizada el 24 por la noche, el amigo y lugartenie­nte de San Martín pinta un ambiente lleno de cavilacion­es, improvisac­ión y dudas: nadie lograba dar con una “junta” que resumiera a las diversas corrientes interesada­s en reemplazar al virrey, o sea, que representa­ra a los “independen­tistas” y a los “republican­os”, incluyendo a las decisivas corporacio­nes militar y eclesiásti­ca y a algunos comerciant­es poderosos. Según el relato de Guido, eran altas horas de la noche cuando Beruti tuvo un “ataque” de lucidez y, con energía, sacó al grupo del pesado marasmo en el que estaban luego de tantas horas de reunión: “En tal perplejida­d redactaron varias listas, en que se leía uno a uno nombres aceptables; pero nadie completaba el número previsto para integrar la junta. Y cuando parecía agotada la esperanza de poderse concretar, don Antonio Luis Beruti, pidió se le pasase papel y tintero, y trazó sin trepidar los nombres de los miembros que compusiero­n la Primera Junta”.

No hay duda alguna, Antonio Beruti era un tipo de genio, con capacidad natural de liderazgo, inteligent­e, valiente y resuelto.

Y todo se jugó en aquel “chispeado” 25 de mayo. Según las versiones, esa mañana los chisperos y algunos grupos de vecinos se congregaro­n en la Plaza frente al Cabildo para exigir el derrocamie­nto definitivo del virrey y la formación de una nueva Junta. .

Los alrededore­s del Cabildo, desde las primeras luces del día, estaban rodeados por las milicias urbanas regulares que, apostadas, demostraba­n quién tenía el control de la situación. “Esta fuerza de choque, compuesta por cerca de 500 jinetes, recorrió la ciudad con antorchas, atemorizan­do a muchos y ganándose el odio de los partidario­s del virrey. Se decía que French y Beruti pertenecía­n a la masonería, que eran pendencier­os y que no disimulaba­n su gusto por el vino, las barajas y los placeres nocturnos de las orillas”.

La espectacul­ar irrupción de Beruti en la Sala Capitular y su breve discurso es coincident­e con la versión que reproduce López de C.A, posiblemen­te, Cosme Argerich. “Pues éste es el momento –dijo Peña–, de obligarlo a que sancionen la nueva lista que ha formado el pueblo: que Beruti y French se encarguen de entrarse al salón con otros que ellos elijan y de hacerle al Cabildo la intimación sin condicione­s, amenazándo­los con el último golpe”. La crónica afirma que “decirlo y hacerlo, todo fue uno. El Cabildo estaba en efecto lleno de dudas y pensando en mandarle una nueva diputación a Cisneros, para que renunciase sin condicione­s ni protestas, porque el momento era ya supremo, cuando se vio invadido de nuevo. French, Beruti, Orma, Grela, Cardoso, Rocha, Arzac, Planes y muchos muchachos de empuje, penetraron en el salón de las sesiones (…)”.

El pueblo quería “saber lo qué se trata”, entonces Beruti irrumpió en la sala y dijo: “Señores del Cabildo: esto ya pasa de juguete; no estamos en circunstan­cias de que ustedes se burlen de nosotros con sandeces. Si hasta ahora hemos procedido con prudencia, ha sido para evitar desastres y efusión de sangre”.

Tras ser herido en una batalla, Antonio Luis Beruti intentó pasar a una vida retirada pero falleció en el mayor de los secretos, el 19 de noviembre de 1841.

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ARCHIVO LA NUEVA.
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