La Nueva Domingo

La venganza de Donald Trump

- Por Jorge Elías /

La “dura venganza” prometida por el líder supremo de Irán, Alí Jamenei, no compensa su propia pérdida. La del general cinco estrellas Qasem Soleimani, comandante de la fuerza de élite Quds de la Guardia Revolucion­aria, el único militar en la historia que recibió la Orden de Zolfaghar, establecid­a en 1856 bajo la dinastía Qajar.

“La República Islámica lo necesita por muchos años más, pero espero que, al final, muera como mártir”, le dijo el ayatolá al entregárse­la en febrero de 2018. Murió como mártir en el aeropuerto de Bagdad tras un ataque con un dron ordenado por Donald Trump en respuesta al asalto contra la embajada de Estados Unidos en Irak.

Quizás Jamenei no creyó que las amenazas de Trump fueran verosímile­s, como ocurrió al abortar un bombardeo contra Irán con aviones en el aire y buques en posición. Esta vez, tras la evacuación de la embajada de Estados Unidos en Bagdad por la embestida de las Fuerzas de Mo- vilización Popular, formadas por paramilita­res chiitas proiraníes, la represalia no tuvo contemplac­iones. Dio en la médula espinal del régimen teocrático, del cual Soleimani era una pieza esencial en las operacione­s militares en el exterior. Razón de ser de la fuerza Quds. En el ataque también murió el número dos de las milicias proiraníes, Abu Mehdi al Muhandis.

En abril de 2018, Estados Unidos declaró organizaci­ón terrorista a la Guardia Revolucion­aria de Irán, creada durante la Revolución Islámica de 1979. Dentro de ese parámetro, nunca antes utilizado con una fuerza militar nacional extranjera, Trump legitimó la ejecución de Soleimani en represalia, a su vez, por la muerte de un contratist­a norteameri­cano en la frontera de Irak con Siria. Ese crimen, no reivindica­do por ninguna organizaci­ón, desencaden­ó un bombardeo norteameri­cano que liquidó a 25 milicianos de Kata'b Hezbollah, facción del partido libanés Hezbollah, hijo dilecto de Irán.

La muerte de Soleimani cobra otro relieve. Se trata de la caída del arquitecto del poder chiita en Irak, Siria, Líbano y Yemen, así como del mentor de amenazas y atentados contra Estados Unidos e Israel. Un maestro del espionaje, como lo definió “The New York Times”, cuyo deceso tal vez “sea central para un nuevo capítulo de tensión geopolític­a en toda la región”.

Trump, dicen los suyos, tuvo que restablece­r la disuasión para mostrarle al régimen iraní que no iban a ser gratuitos los misiles lanzados contra barcos en el Golfo Pérsico ni los ataques con drones contra las refinerías de la compañía Aramco en Arabia Saudita.

La disuasión, palabra clave en Estados Unidos, es un plato que se sirve frío, como la venganza. La escalada tuvo un origen: el retiro unilateral en 2018 del acuerdo nuclear alcanzado en 2015 por el G5+1 (China, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Rusia y Alemania) e Irán, aunque la rivalidad se remonte a la Revolución Islámica. La progresión en Irak, así como en Yemen contra Arabia Saudita y en Siria contra Israel, muestra al régimen iraní tal cual es, renuente a una guerra directa en su territorio o en el del enemigo. Menos aún contra Estados Unidos.

Esa era la misión de Soleimani: fomentar la táctica de la proxy war o guerra por delegación, de modo de utilizar mercenario­s extranjero­s en terceros países.

Trump legitimó la ejecución de Soleimani en represalia por la muerte de un contratist­a norteameri­cano en la frontera de Irak con Siria.

Periodista. Director del portal de actualidad y análisis internacio­nal El Ínterin y conductor en Radio Continenta­l.

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