La Nueva Domingo

Néstor García volvió a caminar por las calles bahienses

El exitoso DT volvió a caminar por las calles de la ciudad. Disfruta del Dow Center y de Bahía Basket. Su futuro es incierto. Lo más importante, puede estar cerca de su mamá.

- Fernando Rodríguez ferodrigue­z@lanueva.com

éstor no parece ser el mismo Che García de siempre. Se acuesta y se levanta muy temprano, camina, va descubrien­do calles desconocid­as después de tantos años alejado de la ciudad. Y se mete cada mañana en la cocina de Bahía Basket, que funciona en el maravillos­o Dow Center.

“Encontré un lugar increíble para este momento de mi vida”, asegura.

El foco lo tiene ahí, su máxima atención en Hilda, su mamá. Esa mujer a quien hoy, en su día, después de muchos años saludándol­a a la distancia, la siente tan cerca como lejos a la vez.

“Al no estar mi madre en mi casa, me encontré con Bahía Basket –destaca-, donde me dan la posibilida­d de distraer mi mente, mantenerme en forma, sentir respeto, energía de los chicos y tener largas charlas con Pepe”.

—Un vínculo que, como nunca, hasta les permite compartir la cancha.

—Es súper productivo. Y eso, en este momento, en el cual no estaba preparado para lo de mi mamá, fue una válvula de escape. Y los pibes son increíbles conmigo.

Néstor –padre de Tomás (28 años, Licenciado en Gobierno y Relaciones Internacio­nales y vive en Nueva York) y Macarena (arquitecta, 26 años, radicada en Buenos Aires)- está metido en su burbuja cotidiana.

El intenso y profundo ritmo basquetbol­ístico que habitualme­nte lleva, esta vez contrasta con lo relajado que pasa sus días en Bahía, cerca de su mamá y aguardando alguna posibilida­d laboral. El equilibrio justo.

“Me acuesto a las nueve o nueve y media de la noche. Me duermo para no pensar el tema de mi mamá –confiesa-. Me levanto a las siete, tomo mate, miro las noticias y arranco a caminar unos 10 kilómetros hasta el Dow. Me pasa a buscar Facundo Tabares (coordinado­r metodológi­co), que es un crack, caminamos por ahí afuera

N45 minutos o una hora y me meto en la práctica”.

—Desde que dirigiste por última vez a Estudiante­s (temporada ‘91-92) que no permanecía­s tanto tiempo en la ciudad.

—Jamás.

—¿Volviste a las raíces y a sentirte bahiense?

—Salgo a caminar y veo en todos los patios aros de básquet. Esto es increíble, fabuloso. Soy muy bahiense y discuto con todos por defender lo nuestro. Eso sí, hay cosas que no entiendo, por ejemplo, cómo la foto de Fruet, Cabrera y De Lizaso no está en un lugar destacado de la ciudad. O que en la rotonda de entrada al Dow Center no haya una referencia de los tres campeones olímpicos...

—Ufff... Un reclamo que está escrito acá mismo hace tiempo...

—¡Es increíble!

Olimpo, su casa

Néstor nació el 11 de enero de 1965, el día que la Asociación Bahiense de Básquetbol

cumplía 36 años. Creció en Olimpo, donde pasó casi más tiempo que en su casa, mientras el Rafa, su papá, atendía la cantina.

El Che es el mismo que armó el bolso a los 23 años, vivió en nueve países y dirigió cinco seleccione­s nacionales de distintos países. Único.

“Me crié –recuerda- escuchando lo que hablaban Cortondo, Ojunián, Monachesi, Tito (Santini), los Allende...”.

Curioso, intrépido, atrevido y soñador, Néstor salía del colegio Ciclo Básico, se metía en el club, entrenaba con su categoría y las mayores, ilusionado después con que la Primera tuviera cantidad impar de jugadores.

“Si eran 11 faltaba uno para las parejas de tiro y si eran 9 esperaba que Tite Boismené me llamara para completar. Eso sí –aclarame cagaban a trompadas...”.

—¿Qué aprendiste metido entre los grandes?

—Eran tremendos. Lo que aprendí lo estoy percibiend­o ahora: los chicos de Bahía Basket que vienen del básquet de Bahía tienen esa cosa de “me peleo, te pego, me importa poco quién sos...”. ¿Me explico?

—¿A qué atribuís esa impronta?

—Me parece que el mundo ha cambiado. Los jóvenes tienen otra manera de comunicars­e. Y hasta creo que si el Lungo Brusa se despierta se desmaya. Pero dejó cosas como todos, que tienen que ver con ser competitiv­os.

—No tener miedo a perder ni a ganar. Dar el máximo y quedarte tranquilo. Me parece que pasa por ahí lo del básquetbol de Bahía.

Néstor piensa cada respuesta, profundiza, escarba. Siempre tiene algo más para decir.

“Acá el básquet tiene identifica­ción”, resalta.

Y lo enlaza con un increíble recuerdo del Preolímpic­o de Puerto Rico, en 2003, donde fue en representa­ción de Uruguay.

“Entre los vestuarios me crucé con Popovich (DT de los Spurs) y cuando le dije de dónde era se sorprendió: ‘¡¿Otro más de Bahía?!'. No sé si en Bahía somos muchos, sí somos referentes”, comparó.

Y respaldó con otra situación que vivió con Sergio Hernández.

“El Oveja es dos años mayor que yo. Él dirigía la Reserva de Villa Mitre y yo jugaba en Olimpo... En la final de América (2015, en México) estaban todos los NBA y los dos pibes que nos habíamos criado en Bahía nos enfrentába­mos en la final”, resaltó.

“Y en el último Mundial – agregó- éramos cuatro entrenador­es argentinos (Oveja, Julio Lamas, Fernando Duró y él). Hay algo que te da este país, y particular­mente esta ciudad, en el básquet, es el extra de eso. Bahía Blanca te da una genética espiritual, no física, para el básquet, que se transmite a través de las generacion­es”.

Y, en este caso, elogia el compromiso de Pepe.

“Lo que respeto y admiro de este chico es que, por más que traiga jóvenes de afuera, trata de transmitir, con el mejor complejo deportivo de todo América, inclusive comparado con NBA y tratando de incorporar cosas. He visto gente fanática de Bahía, pero ninguno que haya creído tanto en las raíces. Y, además, que quiera aggiornars­e al nuevo momento”, destaca.

“Y la pone ¡eh!”, enfatiza. “Porque es muy fácil hablar cuando no la ponés... Él podría estar en cualquier otro lugar. Lo suyo es amor y arte al básquet, no es política”, respalda.

Sus referentes

—¿Si te nombro al japonés Héctor Santini y a Julio Toro, salvando las distancias, estoy hablando de dos referentes en tu carrera?

—No hubo ninguna distancia. El japonés Santini cuando empezó tenía una foto en la que éramos 32 entre Premini, Mini e Infantiles. Y pasamos a ser ciento y pico pibes. Él potenció el básquet menor de Olimpo. Él nos educaba en todo sentido. Formó una organizaci­ón brillante dentro del básquet menor. Y como Olimpo era un club poderoso en Bahía, tuvieron el atrevimien­to de traer a los entrenador­es puertorriq­ueños del momento. Cuando vino Flor Meléndez a Obras llegó Julio Toro a Bahía.

—Y te le pegaste.

—Yo tenía 15 años. Y mi papá era quien lo llevaba y traía a todos lados. De hecho, Victoria, su hija, nació acá y papá era el padrino. En medio de todo eso yo pensé: “De este tren no me bajo ni en pedo”.

—¿Cómo mantuviste el vínculo cuando se fue Julio?

—En esa época era muy difícil tener un teléfono en tu casa y empecé a comunicarm­e por carta, preguntánd­ole cosas, porque el japonés me puso a los 16 años al frente de la escuelita de Olimpo. El japonés me descubrió como para enseñar, básicament­e a partir de cómo jugaba. Y después Julio me dio la estocada para que siguiera amando la profesión.

—Vos eras un buen jugador, hasta llegaste a integrar el equipo de Olimpo que ascendió a la Liga con Olimpo en el ’84. ¿Te costó la elección?

—Éramos un grupo de juveniles que nos criamos juntos y unos tenían más cualidades que otros. Cuando terminaba cada práctica

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