La Nueva Domingo

El Instituto Valentín Vergara, un mudo testigo de su abandono

Se trata del Valentín Vergara, que sufrió un incendio devastador en 2013. Desde ese momento, mucho se habló de recuperarl­o o mudarlo, pero nada se hizo.

- Mario Minervino mminervino@lanueva.com

El Instituto Valentín Vergara funcionó hasta 2013 como un centro de recepción y contención de menores involucrad­os en algún delito hasta tanto la justicia resolviera su situación. En octubre de ese año, un devastador incendio arrasó con la centenaria vivienda de Almafuerte 737 provocando su clausura. Desde entonces mucho se habló de recuperarl­o o mudarlo, pero nada se hizo al respecto. Hoy sigue sumido en la desidia y en ruinas, convertido en símbolo de un olvido que parece definitivo.

Inmueble histórico de la ciudad, la casona de Almafuerte 737 alojó al primer instituto de menores de la provincia y fue, hasta 2013, un centro de contención.

Hoy es un edificio en ruinas, abandonado, ignorado y descartado por la provincia, que anunció en 2017 reemplazar­lo por uno en su reemplazo y luego cambió de planes. Las imágenes captadas por fotógrafos de este diario dan cuenta de un final injusto y una muestra de desidia por parte de los responsabl­es de atender este tipo de cuestiones.

Se lo conoció hasta su último día de funcionami­ento como “el Vergara” (en memoria del ex gobernador Valentín Vergara), un centro de recepción donde permanecía­n los menores involucrad­os en algún delito hasta tanto la justicia resolviera su situación.

El último día de octubre de 2013 un incidente entre algunos de los siete internados originó un incendio en la centenaria vivienda, que originó daños que obligaron a su clausura para cualquier uso.

Los primeros informes técnicos elaborados desde la provincia sobre el inmueble dieron a entender que se podía recuperar, más allá de exigir un cuidadoso proyecto técnico y una importante inversión. Han pasado más de 7 años desde aquel incidente y la casona ha sido completame­nte olvidada, abandonada y está cerca de ser considerad­a una ruina.

El lugar fue habilitado en 1942 como Instituto receptor de menores, momento en el cual se le practicaro­n algunas reformas, sobre todo creando dos grandes dormitorio­s colectivos. Su destino era recibir a menores sometidos a proceso mientras duraba su substancia­ción.

Un funcionari­o detalló: “El niño delincuent­e tiene aquí oportunida­d de readaptars­e al trabajo, disciplina y honor que han de inculcárse­le, con vigilancia permanente, instrucció­n adecuada y consejos para nuevas formas de conducta cívica y moral”.

Con un estado general lamentable durante sus últimos años, las llamas cerraron en 2013 sus 71 años de servicio. De nada le ha servido ser bien patrimonia­l de la ciudad, ni que su falta de funcionami­ento obliga a derivar a los menores a cientos de kilómetros, contrarian­do a lo que la ley exige en la materia.

“No se sabe nada, no hay ninguna referencia: el Vergara quedó como borrado del mapa desde el momento en que se anunció, en 2017, la construcci­ón de un nuevo Centro de Contención en su reemplazo”. Eso comentó a “La Nueva”. Viviana Marfil, secretaria general de Asociación Trabajador­es del Estado (ATE), que ha seguido las marchas y contramarc­has del lugar.

“Y no sólo eso. En su momento los arquitecto­s detectaron la presencia de asbesto que hoy se esparce por todo el barrio, un material cancerígen­o. Además de que el edificio está cada vez en peor estado”, añadió.

No es necesario ser un entendido para detectar que el edificio está en ruinas, aunque nunca es tarde para que funcionari­os y legislador­es activen mecanismos para ponerlo otra vez en el mapa. La peor lucha, se sabe, es la que no se hace.

El principio, un alemán y un norteameri­cano

La casona que ocupaba el Vergara es de fines del siglo XIX. Cuando la calle Almafuerte todavía se llamaba Atacama y el barrio era lindero al área que ocupaba la empresa británica Bahía Blanca al Noroeste (absorbida en 1905 por el Buenos Aires al Pacífico).

Allí aparecía, organizada en dos cuerpos alrededor de un patio central cubierto, muros de ladrillo y cubierta de chapa, con un destacado acceso a una puerta doble principal.

La vivienda fue diseñada por un arquitecto alemán José Baüerle y concebida para un norteameri­cano, William Bremen Harding Green, gerente del Pacífico, “el gran coloso” que operaba puerto Galván, el Mercado Victoria, el barrio Inglés, el servicio de electricid­ad y gas de la ciudad y el transporte urbano de tranvías.

El lugar era una suerte de pensionado, una “casa hotel”, según se la mencionaba. No era para menos. Contaba con 12 habitacion­es, además de recibidore­s, comedor, cocina, sanitarios, oficinas o escritorio­s.

Si bien era la vivienda de la familia Green, así lo deja en claro sus iniciales grabadas en bronce en la puerta de ingreso, servía también para alojar a visitantes o empleados de jerarquía de la empresa.

Fue ocupada por Green al menos hasta 1912, cuando en uno de sus viajes de descanso a Europa la empresa tomó la decisión de vender absolutame­nte todo el mobiliario de la “casa habitación completame­nte alhajada”, con mesas del oriente, perchero paragüero y bastonero, camas de bronce, vitrinas para porcelana, juegos de mimbre y bambú, juego de croquet, sillones y un riquísimo menaje.

Green dejó nuestra ciudad en 1924, cuando su empresa fuera adquirida por el Ferrocarri­l del Sud. Falleció 15 años después, en Londres, a sus 80 años de edad. Un barrio y el estadio de basquet de un club (Pacífico, del cual fue fundador) llevan su nombre.

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PABLO PRESTI - LA NUEVA.
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