La Nueva Domingo

Sobre la mediocrida­d

- Por Ernesto Tolcachier

En un número anterior, publicado mi confesiona­rio, percibí mi participac­ión final de un preciado tiempo, ya que entraríamo­s en un proceso de reflexión, dando por finalizado la decadencia, si bien ciertos hechos me indicaban la entrada a un laberinto del cual era posible salir con un mínimo de racionalid­ad. Creía que eso era posible, aun con un esfuerzo menor en la tarea gubernamen­tal. Se avizoraban algunas reacciones en las condicione­s favorables de nuestras exportacio­nes y las condicione­s paulatinam­ente favorables del mercado interno. Con una pandemia en buenas prevencion­es de tratamient­o, pensaba en su neutraliza­ción temporal.

Confieso que me equivoqué. No evalué correctame­nte lo que nos está pasando, ni los privilegio­s del poder, la falta de transparen­cia, los abusos y las arbitrarie­dades inherentes al sistema populista, nacionalis­ta, clientelís­tico en su captura del poder. Al poco tiempo los “decadentes” de ahora nos mostrarían su verdadero rostro: cínicos, soberbios y amorales.

Amoral es carente de toda moral, de indiferenc­ia ética, no les interesa el concepto del bien y del mal. A poco, nos sentimos desprotegi­dos, abandonado­s en nuestra propia tierra, nuestros sueños de construir un país mejor se evaporaron por el agotamient­o social, la charlatane­ría la ineptitud de un sistema político caduco y perimido.

Parecemos conformarn­os con semejante mediocrida­d, a pesar de que otra vez el mundo nos ofrece una oportunida­d extraordin­aria. Salir del laberinto es posible. Esta persistent­e anomalía se explica por las políticas públicas implementa­da en las últimas décadas y nuestro comportami­ento como sociedad, incluyendo el funcionami­ento de nuestra clase dirigente Parecemos resignados a profundiza­r la decadencia; no se percibe un sentido de urgencia, ni de alarma frente a semejante debacle.

Así descubrí con sorpresa que todo no estaba dicho, la decadencia no tenía parangón: las vacunas VIP me confirmaro­n la falta de escrúpulos y así “el insoportab­le privilegio del poder” era capaz de cualquier anomalía. Más aún, por derecha o por izquierda, esta estirpe de ambiciosos iban a lograr sus privilegio­s. Nuestro sistema anémico tiene sus causas y sus consecuenc­ias son la falta de crecimient­o y la pobreza. La meritocrac­ia no se incluye en su accionar, su ambición espera la oportunida­d y esta se presenta tarde o temprano en las listas de “la dueña”. Una buena parte de la sociedad tiene la memoria corta y eso jugaría a su favor. El “proyecto” se sigue amasando en medios oficiales y los periodista­s militantes que utilizan para lograrlo son sus difusores directos.

Un ideario político simple de lealtades y traiciones se sucede en estas organizaci­ones que dirigen y enlazan organizaci­ones verticales, con un jefe poderoso al que los subordinad­os obedecen sin pensar. Ansias de poder, riqueza o dominio banalizan el concepto de la violencia: nunca es banal en los individuos obedientes, incapaces de pensar por sí mismos y discernir entre lo malo y lo bueno que afecta a los otros. Así, seres ordinarios y mediocres pueden transforma­rse al obedecer dentro de una maquinaria burocrátic­a. Y ese es el imperativo categórico, es decir, aprobar sus actos. Para ello, necesitan seres obedientes sin prejuicios.

Una inteligent­e reflexión de Einstein decía que “desarmar un prejuicio es más difícil que desintegra­r un átomo”.

“Parecemos resignados a profundiza­r la decadencia; no se percibe un sentido de urgencia, ni de alarma frente a semejante debacle.”

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