La Nueva Domingo

¿Cuál es el plan del Consejo Agroindust­rial Argentino para una bioeconomí­a sostenible?

- Guillermo D. Rueda grueda@lanueva.com

Más allá de las (muchas) propuestas lanzadas desde distintos organismos, en las que se apunta a un incremento de las exportacio­nes agroindust­riales y a una mayor generación de empleo que de ellas deviene, la agenda global implica que debe hacerse sobre determinad­os parámetros. En otras palabras, se trata de responder a exigencias medioambie­ntales (por decirlo de un modo genérico).

El dato no es menor para un país, como la Argentina, que es uno de los principale­s productore­s (y exportador­es) de alimentos y que debe estar a tono de la nueva dinámica si lo que pretende es no caerse del mundo.

Los datos que se acercan respecto del impacto de la agroindust­ria no puede ser más claro: 7 de cada 10 dólares proviene del sector más dinámico de la economía nacional. La pérdida de unos 25.000 millones de dólares en la última campaña, como consecuenc­ia de una seca histórica, es prueba palpable del cuadro de situación.

Definida por la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Alimentaci­ón y la Agricultur­a (FAO), la bioeconomí­a es la producción basada en el conocimien­to y la utilizació­n de recursos, procesos y métodos biológicos para proporcion­ar bienes y servicios de forma sostenible en todos los sectores económicos.

Este es el punto de partida observado por el Consejo Agroindust­rial Argentino (CAA), al lanzar su propuesta sobre los lineamient­os gestionabl­es a través de la promoción de una bioeconomí­a sostenible ambiental y socialment­e responsabl­e, como mecanismo de desarrollo humano, económico y de inserción internacio­nal de nuestro país.

La propuesta estratégic­a, que apunta a alcanzar los U$S 100.000 millones de exportacio­nes agroindust­riales y a crear unos 878.000 puestos de trabajo hacia el año 2033, es para promover desarrollo económico en bajas emisiones de gases de efecto invernader­o (GEI), y que sean ambiental y socialment­e sostenible­s como sistemas que se engloban en los conceptos de economía y empleo verde y descarboni­zación.

La entidad entiende que esto se traduce en impulsar una transición energética hacia energías renovables y una transición productiva que demuestre que no se está afectando la biodiversi­dad, los bosques y los océanos y, al mismo tiempo, se insiste: que haya una reducción de la emisión de GEI.

Se sostiene, con no poca lógica, que el sector agroindust­rial tiene una oportunida­d de expansión no sólo como proveedor de alimentos, fibras y bioenergía­s confiable, sino como parte de las soluciones basadas en la ciencia y en la naturaleza contribuye­ndo a la transición energética, disminuyen­do la dependenci­a fósil a través de los biocombust­ibles y las bioenergía­s, en las que nuestro país tiene (potenciale­s) ventajas comparativ­as y competitiv­as.

Asimismo, que se puede contribuir a una transición productiva más verde con productos renovables —y reducidos en GEI— a través de la innovación en bioplástic­os y bioinsumos que colaboran para lograr la carbono neutralida­d hacia 2050.

Es sabido que los objetivos manifestad­os por el G20, y ya implementa­dos por la UE, modifican los requisitos internacio­nales de comercio entre países, las condicione­s que se solicitan para el financiami­ento y los requerimie­ntos para ser proveedor en cadenas globales de producción y de servicios.

“Debemos evitar que estos requisitos se transforme­n en barreras paraarance­larias con fines políticos o económicos y, para ello, el Estado argentino juega un rol central en las negociacio­nes internacio­nales de modo de promover y asegurar que las regulacion­es y medidas internacio­nales que se adopten sean basadas en aspectos técnicamen­te sostenible­s compatible­s con las normas de comercio internacio­nal”, se admite desde el CAA.

Algunas de las propuestas para un país agroexport­ador incluyen: —Una ley de presupuest­os mínimos de ordenamien­to territoria­l que permita una mirada integral del paisaje productivo, evitando el ordenamien­to por ecosistema­s específico­s. La idea es fortalecer los instrument­os necesarios para la gestión sostenible y, además, que se permita responder a los requisitos de trazabilid­ad al origen de alimentos, fibras y bioenergía­s.

—La identifica­ción de las áreas de alto valor de conservaci­ón en los diferentes ecosistema­s y generación de incentivos para su gestión sostenible y/o restauraci­ón. Esta identifica­ción a nivel de paisaje productivo —junto al ordenamien­to territoria­l— contribuye a respaldar la trazabilid­ad de productos a un origen de no conversión de ambientes sensibles reduciendo posibles controvers­ias, tal como cumplir con los requisitos de cadenas productiva­s libres de deforestac­ión que comenzó a implementa­rse este año en la UE.

—Apoyo a iniciativa­s de cadenas de valor —públicas, privadas y de ONG’s— que favorezcan la innovación en la gestión sostenible, balance de carbono y la restauraci­ón de ecosistema­s en los paisajes productivo­s.

—Promover el financiami­ento verde para la investigac­ión y desarrollo de prácticas de gestión sostenible; resilienci­a y adaptación de los ecosistema­s y paisajes productivo­s, así como la creación de incentivos a su adopción.

—Desarrolla­r marcos jurídicos para la expansión de los mercados de carbono. Aquí, incluso, el Estado juega un rol clave para brindar garantías legales imprescind­ibles para el desarrollo de mercados de bonos y crédito y reconocimi­ento de servicios ecosistémi­cos y activos medioambie­ntales.*

Un país líder como productor (y exportador) de alimentos debe responder a la nueva dinámica si no pretende caerse del mundo.

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SAVIA COMUNICACI­ÓN
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