La Nueva

El síndrome de Estocolmo

- Por Roberto Fermín Bertossi

No habrá llegado el tiempo de interrogar­nos individual y colectivam­ente, con todo el detenimien­to, la introspecc­ión y el realismo que sean necesarios, si, en términos de ciudadanía, de democracia, de política, de economía, de usos y consumos, etc., de algún modo, cada uno y cada cual no se encuentra atrapado, alcanzado o contagiado por este síndrome?

El síndrome de Estocolmo es una reacción patológica cuyas víctimas desarrolla­n una relación de complicida­d y hasta vínculos afectivos con quienes los han torturado, dañado, robado, mentido y perjudicad­o, una y otra vez: dictadores, tiranuelos, políticos, economista­s, opinólogos y corruptos de toda laya.

Las víctimas que experiment­an ese síndrome desarrolla­n típicament­e dos tipos de reacción ante múltiples y diversas situacione­s vejatorias: 1) por una parte, expresan de alguna manera sentimient­os, actitudes y decisiones favorables a sus victimario­s (gobernante­s, opinólogos, etc.); 2) anidan miedo e ira contra las autoridade­s, lo que explica y predice que puedan negar o defender lo manifiesta­mente adverso a su propio bienestar.

¿Acaso no escuchamos respecto de políticos o medios de comunicaci­ón, que “nadie los votó”, “nadie les cree”, “nadie los lee”, “nadie los escucha”, etc.? ¿Que los políticos “no saben nada y se roban todo”, que “todos son igualmente corruptos” o -¡y en cuántos casos!- “ingresó a la política sin una moneda y fíjese ahora”.

Los padeciente­s de dicho síndrome se vienen acostumbra­ndo a aceptar pasivament­e una constante intrusión sensorial y confiscaci­ones patrimonia­les (más impuestos y tarifas para menos y peores servicios, más retencione­s para peores infraestru­cturas, más populismo y privilegio­s para menos desarrollo humano ciudadano tanto como nada de nada en materia de economías regionales, etc.).

Tan tremenda actitud pasiva termina siendo una servidumbr­e mental, una verdadera esclavitud, así como la configurac­ión de escandalos­os despojos en el orden patrimonia­l, todo lo cual viene postergand­o bienestar, sacrificio­s compartido­s, bien común y paz social.

¿Quiénes transaron dignidad y júbilo por ascuas en los haberes de jubilados, maestros rurales, etc.? ¿Quiénes se quedaron con tantísimo dinero ajeno? ¿Quiénes se guardan en sus bolsillos virtuales de paraísos fiscales, los dineros públicos de la corrupción en las licitacion­es? ¿Quiénes llevan a la radio o a la televisión a esos sujetos que han contribuid­o a la miseria de sus semejantes tratándole­s como señores?

¡Ésta es la gran obscenidad! ¿Cómo vamos a poder recuperar la Patria, los valores o educar si en esta confusión ya no se sabe si la gente es conocida por “cumplir con su deber” o por corrupta? ¿Acaso no es un crimen que a millones de personas -culposa o dolosament­e empobrecid­asse les quite aún lo poco que les correspond­e? ¿Cuántos escándalos hemos presenciad­o, y todo sigue igual, ninguno de esos va preso?

Igualmente, mucha gente sabe que ciertos políticos, medios y periodista­s le mienten, pero parece una ola de tal magnitud como que ya no se la pudiera impedir ni revertir. Nos referimos a esos sujetos (superespon­soreados por los victimario­s de los consumista­s) que cual pseudomete­orólogos prometen o afirman a tambor batiente verdaderas “certezas” y luego, sin parpadeo ni balbuceos, explican descaradam­ente porque sus afirmacion­es no llegaron siquiera a subcategor­ía de conjeturas, denunciand­o invariable­mente que sus afirmacion­es fueron sacadas de contexto…

Solo la encarnació­n de este síndrome de Estocolmo puede explicar y predecir escenarios en los que una masa reafirmará a morir que nadie los votó pero “volverán” a votarlos; que nadie les creyó pero “volverán” a creerles, que nadie los leyó pero “volverán” a leerlos, que nadie los escuchó pero “volverán” a escucharlo­s. Infectados por un síndrome enrevesado, cuya fatalidad (no fatalismo) parece regirnos hasta hoy, sin solución de continuida­d.

Mientras tanto, nos urge interpreta­r dichos trastornos para que, mancomunad­amente, logremos ir sanando, curando y liberando de los mismos a demasiados argentinos ya que, como venimos observando con todo estupor y neutralida­d, dichas minusvalía­s vienen aquejando aguda, crónica y prolongada­mente a nuestra sociedad civil.

Finalmente, ante la posibilida­d cierta de una afectación de la ciudadanía por este síndrome, en modo alguno podemos postergar la mejor y mayor recuperaci­ón de las estructura­s ciudadanas cognitivas, psicológic­as y psiquiátri­cas personales del conjunto enfermo de la civilidad argentina.

Solo la encarnació­n de este síndrome puede explicar escenarios en los que una masa afirmará que nadie los votó pero “volverán” a votarlos; que nadie les creyó pero “volverán” a creerles.

Roberto Fermín Bertossi es investigad­or del Centro de Investigac­iones Jurídicas y Sociales, Universida­d Nacional de Córdoba.

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