Francisco, siempre Francisco
El Gobierno está obsesionado por todo lo que el Papa Francisco dice y escribe y se siente permanentemente aludido. Todo lo pasa debajo de una lupa, ya que algunos en el entorno presidencial suponen que Jorge Bergoglio ha vuelto por sus fueros, que les está disputando el poder y saben que pueden hacer poco, debido a que el personaje, por su dimensión, les resulta inasible.
Durante la última semana, el oficialismo se persiguió mucho más porque, en medio de la gira latinoamericana de Francisco, se sucedieron discursos, homilías, telegramas y gestos, y entonces más que tomar nota de los “qué” papales, no pararon de preguntarse “por qué” dijo tal cosa, “por qué” el avión sobrevoló territorio argentino o “por qué” la Iglesia local hizo tal otra. Paranoia pura, propia de los tiempos electorales.
En este juego de inseguridades, desde Olivos se festejó cuando el Papa dijo lo que se interpretó como profesión de fe populista, a la hora de criticar el sistema económico global. En este aspecto, a la cabeza kirchnerista (y aún mucho más a la del cristicamporismo) le cuesta entender el significado de la Doctrina Social de la Iglesia, algo que al justicialismo clásico le suena más cercano a la tercera posición de Juan Perón y a su alineamiento social-cristiano, justamente en línea con las bases de Guardia de Hierro, aquellas con la que simpatizaba el actual Papa en los años 70.
Pero, más allá de algunas loas interesadas, desde Olivos también se lo anatematiza a diario a Francisco, ya que el Gobierno ha vuelto a pensar que cada vez que él habla trata de condicionar al Gobierno de su país con mensajes cifrados y también cuando cree que ha mandado a sus curas a atacarlo.
Estos reparos surgieron claramente tras el discurso del arzobispo de Tucumán el 9 de julio, en el que el prelado derrumbó la tesis kirchnerista de la validez del voto como fundamento único de la democracia, aquel famoso 54% que sustentaba el “vamos por todo”. “De qué pluralismo y democracia se habla? ¿De la de un discurso único y excluyente que convierte automáticamente en enemigo al que con todo derecho discrepa?”, dijo monseñor Alfredo Zecca.
Las broncas ahora seguramente se van a potenciar, tras la publicación de un aviso que no resalta demasiado en el diario del sábado, pese a algunos toques de color celeste, en el que se anuncia que, el próximo miércoles, la Universidad Católica Argentina (UCA) difundirá los índices de pobreza e indigencia del Barómetro de la Deuda Social Argentina.
El texto de la publicidad llama mucho más la atención, ya que con palabras cui- dadosamente elegidas, la UCA anticipa que la presentación se referirá a las desigualdades “persistentes” y a las “desilusiones” registradas en términos de desarrollo humano e integración social. Aunque el texto alude también a los “progresos” y a las “ilusiones” es evidente que el trabajo va a marcar indubitablemente que el deterioro de la sociedad perdura y que es eso lo que decepciona. Así, no hay relato que aguante.
Visibilizar la pobreza es uno de los cucos que más encrespan al Gobierno a dos puntas, porque desnuda sus mentiras estadísticas y además hace trizas su épica de la inclusión.
Cuando el Papa dijo en Santa Cruz de la Sierra “¡basta de descartes!”, clamaba por los pobres excluidos y, en ese sentido, no es que el Papa ataca de nuevo con este Informe, sino que es la Iglesia argentina la que toca la misma música: la UCA está comandada por monseñor Víctor Manuel Fernández, uno de los teólogos de consulta habitual de Francisco. Otro tanto ocurrió con lo que dijo Zecca, quien, cuando solicitaba diálogo para darle mayor plenitud a la democracia, también se estaba quejando por el “descarte” del otro 46%.
La necesidad de continuar con el modelo ha llevado a Cristina a decir el jueves, en Tucumán, que “no nos vamos a mover ni un milímetro del lugar en el que estemos”, evidentemente en una sintonía de rigidez que no es la que aconseja la Iglesia. A lo sumo, impulsó una fuerte acción catequizadora de sus seguidores fuera de las virulencias con un “no hay que enojarse con el que piensa diferente. Hay que argumentar las veces que sean necesarias para convencer”, aconsejó, esta vez más cerca de la confrontación amable que del diálogo.
Mientras el Gobierno sigue encerrado en este juego de ajedrez con la Iglesia y su actual jefe, los opositores poco hacen para ir marcando diferencias, preocupados como están por llegar bien saludables a las elecciones, antes que mostrarse como mensajeros de malas noticias. Hasta ahora, ninguno de ellos, tomó la posta de los mensajes papales, ni siquiera con la picardía de subirse al discurso de Francisco.
“Visibilizar la pobreza es uno de los cucos que más encrespan al Gobierno a dos puntas, porque desnuda sus mentiras estadísticas y además hace trizas su épica de la inclusión”.
Hugo E. Grimaldi agencia DyN.
es periodista de la