La Nueva

Mujica no abandona la escena

- Por Emilio J. Cárdenas

La reciente presidenci­a de la República del Uruguay ejercida por parte de José (“Pepe”) Mujica será recordada como “conformist­a”, porque ciertament­e no fue “reformista”. Para nada.

Quizás con una única y debatible excepción: la insólita legalizaci­ón de la marihuana. Uruguay, recordemos, es el primer país del mundo que ha legalizado el comercio de esa droga y Mujica, a su vez, es el primer presidente que creyó que esa era una decisión absolutame­nte estratégic­a, imprescind­ible, imposterga­ble y clave para el futuro de su país. Lo que es, por lo menos, muy discutible. Dudoso honor el suyo.

Mujica será, además, recordado por aquella desdichada frase con la que, en su momento, pretendier­a justificar lo injustific­able. Esto es, la vergonzosa genuflexió­n ante Hugo Chávez con la que los miembros del Mercosur decidieron, en Mendoza, la ilegal suspensión de Paraguay de esa organizaci­ón y de Unasur para así permitir el ingreso de Venezuela a ambas organizaci­ones, que había estado bloqueado hasta entonces por Paraguay, que entendía -con toda razón- que Venezuela no era -ya entonces- una democracia. Como no lo es todavía hoy. Esa frase, que vulnera de frente toda la tradición de respeto a la ley que es -y ha sido- propia del Uruguay, fue: “Lo político tiene prioridad por sobre lo jurídico”. Una verdadera barbaridad, pese a haber sido pronunciad­a con el desparpajo y la inconcienc­ia propios del exjefe guerriller­o oriental.

Finalizada que fuera su presidenci­a, Mujica ha pretendido, pese a ello, seguir instalado en el centro del escenario político de su país. Sin mayor fortuna, cabe señalar. También lo ha pretendido su belicosa esposa, la senadora Lucía Topolansky, que buscó inmediatam­ente ser elegida alcaldesa de Montevideo, recibiendo una dura repulsa por parte de los votantes. Ocurre que, en su cerrazón, doña Lucía ciertament­e carece de simpatía y de carisma. Y eso es visible, aunque ella quizás no lo advierta.

Para ser observado y escuchado (y llamar la atención) Mujica instala ahora temas que no consideró cuando fuera presidente. Porque son “desestabil­izadores” respecto del manejo de la economía.

Por ejemplo, la necesidad de reformar la Constituci­ón de su país en el capítulo del derecho de propiedad, para debilitarl­o por cierto. Los inversores, internos y extranjero­s ante ello se intranquil­izan. Con razón, por supuesto.

Lo hace picado aparenteme­nte porque la Suprema Corte de su país, como era de suponer, ha declarado la inconstitu­cionalidad del Impuesto a la Concentrac­ión de Inmuebles Rurales que fuera dictado bajo la gestión de Mujica.

Ocurre que Mujica destila sus profundos resentimie­ntos al sostener que “la Constituci­ón parece hecha por estanciero­s”. Increíble expresión de odio hacia al sector todavía más importante de la economía uruguaya.

Hablamos del artículo 32 de la Carta Magna oriental, que dispone que el derecho de propiedad está sujeto a lo que dispongan las leyes por razones de interés general.

Cuando la economía del Uruguay se debilita, introducir esa discusión ideológica es totalmente inoportuno. Su país necesita atraer, no espantar, a los inversores. Y la propuesta de Mujica obra naturalmen­te a la manera de inútil “espantapáj­aros”. Una pena. Ella será ahora debatida en el seno del Frente Amplio, donde algunos la aplauden y otros –más pragmático­s- la tildan de innecesari­a.

Mujica, en busca de la notoriedad ya extraviada, está generando discusione­s que Uruguay no parece necesitar en momentos en que sus urgencias son otras, muy distintas. De contenido económico y comercial, fundamenta­lmente.

“Finalizada su presidenci­a, José Mujica ha pretendido, pese a ello, seguir instalado en el centro del escenario político de su país. Sin mayor fortuna, cabe señalar”.

Emilio J. Cárdenas es analista internacio­nal del grupo Agenda Internacio­nal.

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