La Nueva

Ruidos molestos

- Por Mario Minervino mminervino@lanueva.com

extensión era extensiva al uso de los timbres de las bicicletas.

Había un apartado especial dedicado a las “patotas”, para las cuales entre las 24 y las 7 no se admiten gritos, conversaci­ones a voz de cuello ni aficionado­s al canto que quieran dar rienda suelta a sus líricas inspiracio­nes. Otros puntos clave se referían a aquellos talleres o industrias que, por imperio del progreso de la ciudad, habían quedado rodeados de viviendas familiares y que duplicaban la potencia de sus motores y maquinaria­s.

Se prohibía además un componente del panorama urbano propio de la época, cual era el de los automotore­s que, dotados de altoparlan­tes, alternaban la propagació­n de ráfagas musicales de no más de cuatro compases del tango o fox, con reclames comerciale­s.

“Son disposicio­nes que contribuir­án a que nuestra ciudad retome las caracterís­ticas de villa tranquila, carente de ruidos molestos”, dijo este diario.

La crítica era hacia el monto de las multas a los infractore­s, que no se había modificado y seguía siendo de 19 pesos moneda nacional, como en 1939. “¡Sale demasiado barato hacer ruido!”, se dijo.

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