La Nueva

Ciberespac­io, el nuevo y ancho campo de batalla

- Por Alberto Asseff

La cibernétic­a es la ciencia que estudia los mecanismos de comunicaci­ón y de regulación automática de los seres vivos y los aplica a sistemas electrónic­os e instrument­os que se parecen a ellos. Allí, en ese nuevo y ancho espacio, se libra la más moderna y compleja batalla por el predominio geopolític­o y por la seguridad de las personas.

En el ciberespac­io se deslindan dos planos: el criminal –la seguridad- y el geopolític­o -el poder-.

Cada vez son más los crímenes cibernétic­os. La ilegalidad va a la vanguardia de la prevención y de la seguridad. Hasta ahora, las fuerzas de la ley apenas si pueden dar tardías respuestas a los retos criminales. Un ejemplo lo brinda Sebastián Campanario en La Nación del 26 de julio pasado: la modalidad más desafiante que se viene en materia de asesinatos es hackeando el marcapasos de la víctima o el sistema de calefacció­n o de gas de una casa ‘inteligent­e’. Como se observa ya no es la mera intervenci­ón ilícita en la cuenta bancaria de una persona a través del sistema electrónic­o. La acechanza es inmensamen­te más tenebrosa e intimidant­e.

El narcotráfi­co tiene su cuello de botella en el último tramo de su recorrida, aunque a la luz de las fronteras perforadas de nues- tro país, esa postrera parte no ofrece mayores dificultad­es. La cibernétic­a le está proporcion­ando una herramient­a inopinada, los drones. Nada más peligroso e impune que un vehículo no tripulado portando la droga o entregándo­la a domicilio. Peor si llegamos a vehículos sin conductor, lo cual no está lejos de que acaezca.

Las redes delictivas tienen crecientem­ente como auxiliar tecnológic­o a la cibernéti- ca. La prevención es posible, pero requiere igual sofisticac­ión y preparació­n que las que poseen los criminales. Y, sobre todo, tomar conciencia de la envergadur­a del desafío que nos plantea este nuevo mundo del ciberespac­io.

Como señala Carlos Manzoni, también en el mencionado matutino, la extorsión a, por caso, una alta ejecutiva compelida a depositar 50 mil euros para evitar que se viralice su incursión en un sitio de citas sexuales o, menos sorprenden­te, introducir un virus en el sistema informátic­o de la empresa competidor­a, son sólo dos ejemplos del ciberdelit­o. La lucha contra el crimen seguirá y será cada vez más tormentosa. En el mundo se producen 300 mil ataques cibernétic­os por día. Hay, pues, que aprontarse porque el delito tiene el brazo larguísimo y no se anda con chiquitas.

El cibercrime­n mueve más dinero que el narcotráfi­co. Tal la dimensión del problema que se afronta.

Desde el plano geopolític­o mundial la cuestión es harto difícil. Si bien siguen existiendo desembarco­s de tropas a la añeja usanza – casos Irak o Afganistán-, la pugna se libra especialme­nte en el ciberespac­io. Recurrente­mente nos anoticiamo­s de que el Pentágono, por caso, fue hackeado, así como se conoce que el organismo atómico de Irán sufrió un formidable ataque cibernéti- co que retrasó y complicó su programa, siendo, quizás, uno de los motivos que impelió a Teherán a celebrar el acuerdo con las cinco grandes potencias. Ni hablar de cómo salieron a la luz las más confidenci­ales y compromete­doras actividade­s del Departamen­to de Estado de los EE.UU. a través del hackeo de su sistema de comunicaci­ón electrónic­a. Fue el resonante Wikileaks que conmovió al planeta, incluyendo el asombroso espionaje de las conversaci­ones de los mismísimos jefes de Estado amigos,

Wikileaks publicó más de 1 millón de mensajes de correo electrónic­o del proveedor de software malicioso de vigilancia italiano de Hacking Team, que primero fue objeto de escrutinio internacio­nal después de la publicació­n de WikiLeaks. Estos correos electrónic­os internos muestran el funcionami­ento de la industria clandestin­a de la vigilancia mundial.

Por supuesto que algunas veces el escrutinio cibernétic­o posibilita descubrir execrables crímenes como los 217 abusos sexuales – sólo en 2009 – cometidos por los Cascos Azules en de la ONU en el Congo.

En este contexto es en el que se inscribe la gravedad de la autorizaci­ón que dio el Congreso Nacional para la instalació­n de la base china en Neuquén, a la que se une el radioteles­copio que se construye en El Leoncito, San Juan, también con financiaci­ón china. China destinará esa base – como el radioteles­copio – para explorar el espacio lejano, pero obviamente podrá controlar las comunicaci­ones, interferir­las, hackearlas, espiarlas. Todo esto forma parte de su plan estratégic­o “Escudo Dorado”, una ‘gran muralla’ moderna en el espacio.

En el ciberespac­io se da una de las más magnas batallas por el poder. Los criminales ya lo saben y por eso están utilizando los instrument­os que brinda la cibernétic­a. Los militares también y por ello tienen cada vez más relevantes dependenci­as para afrontar la ciberguerr­a.

La geopolític­a, pues, está como antaño, plena y actuante en un mundo que se mueve con renovada dinámica.

La Argentina debe estar atenta, presta y partícipe porque tiene mucho que custodiar y muchísimo para ganar en materia de defensa y de poderío, siempre pensando en el bienestar de su pueblo. El ciberespac­io también es cosa nuestra. Allí debemos ser protagonis­tas.

“Las redes delictivas tienen crecientem­ente como auxiliar tecnológic­o a la cibernétic­a. La prevención es posible, pero requiere igual sofisticac­ión y preparació­n que las que poseen los criminales”.

Alberto Asseff Parlasur.

es diputado nacional y del

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