La Nueva

El peronismo en estado deliberati­vo

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El kirchneris­mo está muerto y no hay Cristo capaz de resucitarl­o. Pero a muchos la cuestión no les pareció tan clara. Creyeron que la Fernández, tras un eclipse momentáneo, podía volver por sus fueros en el supuesto de que la administra­ción de Cambiemos no diese pie con bola. Es más, luego del show que protagoniz­ó la viuda de Kirchner cuando debió presentars­e en Comodoro Py, reclamada por el juez Claudio Bonadio, no faltaron quienes especularo­n con una suerte de recuperaci­ón de los espacios públicos por parte de los K. No se daban cuenta de que cuanto veían eran tan solo los saldos y retazos de una corriente política peronista destinada, de manera inexorable, a abandonar la escena.

Casi podría decirse que, a esta altura de los acontecimi­entos, el kirchneris­mo es lo de menos. Es cierto que la mitad del país desearía ver presos a Cristina Fernández, a Julio De Vido, a Cristóbal López y a Aníbal Fernández. Para que ello ocurra -lo cual no es seguro, ni mucho menosdeber­á todavía correr mucha agua bajo los puentes. Mientras tanto, se encuentra en juego la suerte de un justiciali­smo que no termina de hacer pie y que, desde 1983, nunca ha enfrentado tamaña adversidad.

Entiéndase bien, se halla, con diagnóstic­o reservado, no el peronismo sociológic­o sino sus elencos dirigencia­les. La parte del pueblo dispuesto a seguirlo y a votarlo, inclusive en medio de la tormenta, sigue firme. En cambio, los jefes no aparecen. Terminado el liderazgo de Cristina Fernández, hay una legión anotada para sucederla. Con la particular­idad de que, a diferencia de lo acontecido después de la derrota que les infligiera Raúl Alfon- sín hace treinta y tres años, faltan en esta instancia los Cafiero, Grosso, Saadi y Menem que, más allá de sus falencias, eran muy superiores a los Pichetto, Urtubey, Gioja, Randazzo y compañía. No sólo eso. En el corto y mediano plazo, los contendien­tes actuales no tienen forma de dirimir supremacía­s. Las elecciones de octubre del año próximo pueden, en la mejor de las hipótesis, ofrecer un indicio. Nada más.

Mientras duró la hegemonía indisputad­a del santacruce­ño y luego la de su mujer, en el movimiento nacido a instancias de Juan Domingo Perón, el 17 de octubre de 1945, nadie abrió la boca – salvo para entonar una loa en homenaje del matrimonio­y a nadie se le ocurrió la idea de consultar nada con las autoridade­s partidaria­s. Cuando hay un jefe, en el peronismo las institucio­nes son puro decorado. Pero cuando la ausencia del que manda se hace notar, entonces sí cobran relevancia los congresos, las internas y las convencion­es.

Por tercera vez desde el retorno de la democracia en 1983, el peronismo se encuentra en un lugar que siempre le ha resultado incómodo. En el llano, lejos de Balcarce 50, debe asumir sus responsabi­lidades como fuerza opositora. Pero como el llano es el resultado de la derrota y los reveses electorale­s se pagan caro, a similitud de 1983 y, en menor medida, de 1999, el justiciali­smo se halla huérfano de un jefe y, por lógica consecuenc­ia, falto de la unidad que es la condición necesaria para intentar un regreso, en el 2019, a la Casa Rosada.

El peronismo asambleíst­a –por denominarl­o así- ha recobrado aliento como instrument­o

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