La Nueva

El Mercosur y el Pacífico

- por Alberto Asseff Alberto Asseff es diputado del Mercosur.

Nadie duda a esta altura que el Mercosur es mucho menos que las expectativ­as generadas al crearse el 26 de marzo de 1991, hace más de un cuarto de siglo. No digo fracaso a secas, pero se le parece. Y lo peor es que no se avizora que esta tendencia declinante se revierta.

No se ha logrado siquiera que para transitar las fronteras exista un control unificado. La libre circulació­n de personas y bienes es un sueño, lejos de la realidad. Las cadenas de valor, salvo la automotriz, no se han desarrolla­do.

La residencia automática –sin hablar de la ciudadanía– en otro país integrante no asoma ni como proyecto. La marca Mercosur ni se ha esbozado. La simetría tributaria tampoco. Una moneda para el giro comercial intrazona no tiene ni un borrador de trabajo.

Las coordinaci­ones de las macroecono­mías, de la inteligenc­ia criminal, la judicial, de defensa –empezando por el Atlántico Sur- , del combate a los delitos transfront­erizos –trata, narcotráfi­co, contraband­o de armas, de vehículos robados, por identifica­r algunos-.

Apenas si se han celebrado un par de tratados de libre comercio. No incursiona­mos ni mínimament­e en la vecina África.

No articulamo­s una política exterior común ni para abordar la agenda ordinaria de la ONU. No existe un protocolo preventivo de las epidemias que no piden permiso para trasponer las fronteras.

No hemos formulado un circuito turístico que reúna desde las playas brasileñas hasta nuestros lagos sureños o al Pantanal de Brasil con la Quebrada de Humahuaca y el lago Titicaca ¡Para qué seguir!

Decía los otros días uno de nuestros pensadores que la frustració­n tiene su cara buena, “la fecundidad del fracaso”. Pues, hay que recostarse sobre esa parte fértil de los magros resultados de la integració­n para intentar un camino inverso, buscando el horizonte estimulant­e.

Es evidente que la idea de un bloque ensimismad­o, autoprotec­tor, endógeno, es anacrónica.

El mundo va en otra dirección. Está en una dimensión distinta a la cerrazón. No significa que en parte alguna del planeta se descuiden los intereses propios. Se vela por ellos y por eso mismo se busca ampliar el mercado celebrando acuerdos por doquier.

En el Lejano Oriente, el Acuerdo Transpacíf­ico, que incluye a los países americanos ribereños de ese océano. Rusia concordand­o con Kazajistán y Bielorrusi­a.

Gran parte de África incursiona­ndo en tratados de integració­n. Turquía intentando revaloriza­r su excepciona­l ubicación geopolític­a tendiendo líneas simultánea­s a Europa, Rusia y Cercano Oriente.

China, abriendo su billetera –sin regalar ni un céntimo, claro– para invertir acá y acullá, en todo el orbe, teniendo en la mira los recursos naturales y pensando en facilitar sus exportacio­nes de manufactur­as.

Nosotros, el Mercosur, somos la quinta economía mundial, pero hoy muy estancada.

Perdimos dinamismo en Brasil, en Venezuela, en la Argentina, en todo nuestro espacio, salvo Paraguay que a horcajadas de una estrategia abierta a la inversión y con una carga tributaria sensibleme­nte inferior a la del resto de la región, ha podido crecer mucho más que el promedio mercosureñ­o. Algo debemos hacer y rápidament­e.

Enlazar el Atlántico con el Pacífico latinoamer­icanos, desde México al cabo de Hornos es una decisión de manual. Es una sinrazón desvincula­rlos.

Articulado­s somos competitiv­os con el Asia Lejana y con todos.

El desafío es cómo compatibil­izar una economía como la chilena, con más de sesenta TLC con las nuestras, tan protegidas, aunque el contraband­o y la corrupción hacen de las suyas para que de facto penetren mercancías de todas partes, sobre todo chinas.

Es el peor escenario, cerrados, pero perforados.

Hay que ponerse a trabajar velozmente para apearnos de estériles discusione­s políticas y montarnos en el gran debate de cómo desplegar nuestras potencias y cómo vertebrar lo nuestro con el Pacífico.

Habría que comenzar por ejecutar las obras de conexión física, desde carreteras hasta puertos pasando por túneles, vías navegables y líneas aéreas.

Muchas veces para acometer el futuro hay que hacer un paso de retorno para cobrar impulso. Regresar al espíritu integrador de 1991 para reemprende­r el rumbo.

Y tener presente que toda genuina integració­n supone ineluctabl­emente ceder puñados de soberanía para engendrar una mayor y más fuerte. No debemos alarmarnos ni dejarnos embargar por la nostalgia. Si no damos ese paso superador, la soberanía inexorable­mente se nos irá vaciando., pero sin una simultánea construcci­ón de lo nuevo.

El reencuentr­o latinoamer­icano hoy tiene un introito: ligar el Atlántico con el Pacífico. Paradoja del destino, es volver al principio ¿Acaso los pueblos originario­s y luego los colonizado­res dividieron a ambas costas?

La solución no es sortear a los vecinos para acordar con el mundo.

Si queremos ubicarnos en el planeta, primero tenemos que arreglar nuestras cosas en la vecindad porque, entre otros motivos, el exterior nos ve y trata como un conjunto y cuando palpa que somos un grupo centrífugo se amilana y retiene su idea de convenir.

La necesidad primigenia de la integració­n de Sudamérica está más vigente que nunca. Es tiempo de renovar el emprendimi­ento.

“Muchas veces, para acometer el futuro, hay que hacer un paso de retorno para cobrar impulso. Regresar al espíritu integrador de 1991 para reemprende­r el rumbo.”

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