La Nueva

El blanqueo salvador

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Al margen de todo lo que se ha escrito respecto de los errores cometidos por el gobierno en el tema de los aumentos de las tarifas, hay un dato que pasó desapercib­ido y que, por lo tanto, no fue materia de análisis en el curso de las últimas semanas. La reacción en cadena que generó, en parte de la sociedad argentina, las subas de todos conocidas, puso al descubiert­o que Mauricio Macri y sus principale­s ministros y secretario­s de estado no se equivocaro­n cuando resolviero­n implementa­r, para recomponer la economía, la estrategia gradualist­a que rige a partir del 11 de diciembre pasado, dejando de lado cualquier receta de shock en la que hubieran podido pensar. Si un ajuste escalonado, hecho en etapas, que no se propuso sincerar la fenomenal distorsión de precios relativos en un solo acto, levantó tanta polvareda, resultan inimaginab­les los efectos políticos que habría suscitado un plan económico mucho más duro que el vigente.

A las protestas de no pocos sectores sociales que, en distintos lugares del país, reclamaron airados en contra de los aumentos anunciados por el titular de la cartera de energía, le siguieron los planteos levantados a expensas de la administra­ción de Cambiemos por la totalidad del arco partidocrá­tico opositor. Con la particular­idad de que también se hicieron oír las voces críticas de algunas capillas radicales, preocupada­s por el sesgo que había tomado la cuestión. Y el gobierno tomó conciencia, además, que el descontent­o, como no podía ser diferente, también llegó a los votantes del macrismo. No significa lo expresado que una mayoría de la ciudadanía se haya sumado a la protesta. De hecho los cacerolazo­s de la semana pasada no pasaron a mayores. Les faltó el volumen que tuvieron aquellos que, en su momento, debió sufrir en carne propia el kirchneris­mo. Pero sí significa que hubo un toque de atención que ninguno de los actores deci- sivos de la política criolla echó en saco roto.

¿Cómo sigue la película de ahora en más? En teoría al menos, el año próximo debería haber otros incremento­s en las tarifas del gas y de la electricid­ad si es que el gobierno no cambia de libreto y considera que es imprescind­ible ponerle fin a las distorsion­es en materia energética que produjo la administra­ción saliente, con base en la política pensada por Néstor Kirchner y puesta en ejecución por Julio De Vido y Daniel Cameron. Nada indica que Mauricio Macri haya modificado, siquiera en parte, su posición al respecto. ¿Nuevo tarifazo, entonces, en algún momento del 2017? En teoría estaba cantado, pero en la práctica las cosas no están tan claras.

Sucede que el próximo es un año marcado por las elecciones legislativ­as, y de gobernador­es en las provincias de Santiago del Estero y Corrientes, en las cuales el gobierno se juega en buena medida la posibilida­d de permanecer en Balcarce 50 hasta el 2023. Los textos canónicos prescriben que resulta necesario completar el ajuste. La política, en la vereda de enfrente, clama a gritos contra tamaña receta. Mientras los números del déficit no dejan lugar a dudas, las razones electorale­s también tienen sustento.

Si el presidente tuviese que seguir un camino u otro estaría frente a uno de esos dilemas estratégic­os que hacen las veces de quebradero­s de cabeza para los hombres de Estado. Si privilegia­se los argumentos energético­s -por llamarles de alguna manera- podría perder los comicios; si, en cambio, se inclinase por postergar el ajuste con el propósito de salir airoso de las urnas, podría toparse con una crisis económica de magnitud.

Afortunada­mente para Macri, si el blanqueo de capitales alcanza los topes de los que se habla en los mentideros de la City, en los pasillos del ministerio de Hacienda, en las oficinas de la Bolsa de Comercio, en las reuniones de las principale­s consultora­s financiera­s y en los escritorio­s de los economista­s más reputados del país, no tendrá que hacer frente a la disyuntiva comentada antes. Es que en todos esos ámbitos, prácticame­nte nadie su- pone que el blanqueo sea menor a 40.000 millones de dólares, y hasta hay quienes, incluidos dos ministros del Poder Ejecutivo Nacional, que en petit comité, claro, se juegan la cabeza a que la cifra podría estar cerca de los 60.000 millones.

Salvando las distancias y teniendo en claro que, estrictame­nte, no hay comparació­n posible entre la decisión que tomó Harry Truman y su secretario de Estado, el general George Marshall, luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, y lo que eventualme­nte sería un blanqueo exitoso entre nosotros a fines del año en curso, de todos modos al hablar de un Plan Marshall apuntamos al hecho de que la administra­ción de Cambiemos podría ingresar a los tiempos electorale­s dueño de una masa de dólares que le permitiría moverse con entera comodidad, hacer frente a sus obligacion­es financiera­s, postergar los aumentos de tarifas que, de otra manera, se vería precisado a poner en marcha y olvidarse del ajuste.

Las probabilid­ades de que los argentinos decidan trasparent­ar sus tendencias dinerarias en negro son altas, menos por un súbito brote de conciencia cívica, patriotism­o o deseo de respaldar al gobierno en un trance difícil, que por un sentimient­o tan viejo como el mundo: el miedo a perder mucho más que un 10 por ciento de las reservas no declaradas si acaso no se sumasen al blanqueo y finalmente resultasen descubiert­os. La diferencia con otras experienci­as anteriores -que resultaron un sonoro fracasopoc­o o nada tiene que ver con una mayor eficiencia de la AFIP o facilidade­s más atractivas de la ley a punto de promulgars­e, respecto de las muchas que conocimos en el curso del último medio siglo. Nada de eso. El temor que corre en estos días como reguero de pólvora se relaciona con los controles y los tratados de reciprocid­ad firmados o a punto de firmarse entre las principale­s agencias fiscales del mundo para intercambi­ar datos y trasparent­ar todas las cuentas bancarias existentes en esos países.

Es cierto que Estados Unidos aún no ha dicho cuál será su decisión al respecto y que, en tanto y en cuanto no rubrique los acuerdos, el refugio que ofrece para la plata negra es el mejor que pudiera imaginarse. Pero ¿y si firmase? El dilema de qué hacer en esta instancia, en rigor no lo tiene Macri sino los tenedores argentinos de dinero no declarado. Si entran en el blanqueo, el gobierno tendrá su Plan Marshall; si mayoritari­amente confiasen en el "espléndido aislamient­o" americano y le hiciesen Pito catalán a la AFIP, el fisco estaría en problemas. Hasta la próxima semana.

¿Nuevo tarifazo, entonces, en algún momento del 2017? En teoría estaba cantado, pero en la práctica las cosas no están tan claras. Nadie supone que el blanqueo sea menor a 40.000 millones de dólares, y algunos se juegan a que podría llegar a 60.000 millones.

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