El mensaje de dos nenas de 6 años
La discusión, frente a la malaria, era si el Día del Amigo había movido o no el amperímetro en los comercios. Cifras y más cifras. Para el bolsillo, pero sin ningún contenido emocional.
Quedaba relegado el hecho de investigar por qué, de pronto, en un corazón pueden habitar dos almas.
Testimoniar sobre los renunciamientos, la solidaridad, la hermandad de dos o más personas que eligieron posar juntas frente a un espejo y apreciar una sola figura. La de la amistad.
Al cabo, tejer historias que nos cautiven. Seguramente simples.
Tan simples, como ésta.
*** Valentina e Isabella tienen 6 años, concurren a la misma escuela (la 69 del barrio Patagonia) y viven en el mismo barrio. Se eligieron sin traumas. Remolino permanente una, un mar apacible la otra. Pero juntas, una naturaleza impredecible. Fascinante.
De pronto, Valentina se aparece con uno de sus dibujos llamativamente profundos.
Una cruz y su abuelo Tito, quien ya no está. “Porque está en el cielo”.
“Quiero que vengas, que estés conmigo”, sostiene Valen. Con su mirada ingenua y un hilito, casi imperceptible, de angustia. A lo que Isa reacciona, con inusitada tristeza. “Y yo quiero que venga Dona”. Y hace “puchero”, por su perrita muerta en un accidente.
Entonces Valen recurre a su lado más histriónico. Y se convierte en una perrita faldera. En Dona.
En cuatro patitas corretea, mueve la cola, saca la lengua...
“Vení Isa, soy Dona, dale”, le dice a su amiga, ansiosa por revertirle la angustia por una sonrisa. Y lo logra. Vaya que lo logra.
Ahora la que actúa como una perrita es Isa, pero con otro nombre. El de Afrika, la perrita de Valen.
Entonces ríen, juegan y se divierten. Sienten que ser amigas las puso a salvo, a las dos, del peor de los pecados que puede recaer sobre un niño. El de estar tristes.
Porque el otro pecado, el de los grandes, quizás pase por mercantilizar todo.
Incluso, hasta el maravilloso culto a la amistad.