La Nueva

Ante una jugada clave

- por Miguel A.R. Donadío Miguel A.R. Donadío fue candidato a intendente de la ciudad.

l ajedrez político pone a prueba la inteligenc­ia partidaria de la coalición Cambiemos y la coloca ante la encrucijad­a de una jugada clave para su proyecto político en el armado de las futuras candidatur­as: “conciliábu­los desde el pináculo del poder o democracia partidaria”.

Varios errores no forzados del oficialism­o han complicado la posibilida­d de aglutinar una masa crítica que apuntale definitiva­mente la idea central del proyecto Cambiemos. A fuer de ser sinceros, esta idea todavía está lejos de conformar una mayoría electoral que la haga sustentabl­e en el tiempo.

Hay decisiones políticas que tienen revancha y pueden sortearse. Otras que tuercen el rumbo de una manera drástica que impiden retomar el camino satisfacto­riamente. Este armado electoral puede ser crucial para cimentar la gobernabil­idad y potenciar las aspiracion­es del elenco gobernante en 2019.

El inicial decreto presidenci­al para nombrar ministros en la Corte Suprema de Justicia de la Nación no es un tema que haya herido la susceptibi­lidad de una parte importante del electorado y pudo sortearse exitosamen­te. En cambio, el tema tarifario fue un yerro que provocó un cimbronazo de proporcion­es en las capas medias y bajas del electorado que son las que conforman mayoría. Esos errores tienen un defecto matricial. Se toman con una visión gerencial a ultranza desde escritorio­s del poder muy alejados de las percepcion­es que vivencian las bases ciudadanas en sus hogares y fruto de debates raquíticos. La vida del poder no es la vida del llano. Armar listas con una sola lapicera tiene esa matriz autoritari­a que nos lleva a mal puerto. En vez de aglutinarn­os, nos atomiza. Confeccion­ar candidatur­as al estilo kirchneris­ta, aún con buenos modales, o sea desde los escritorio­s del poder, es seguir no es cambiar, todo lo contrario del principal postulado de la coalición Cambiemos.

Estamos ante una decisión política de esas que puede marcar un destino inexorable como lo fue la quema del cajón de Herminio Iglesias más lejos en el tiempo o la candidatur­a de Aníbal Fernández en 2015. Puede no tener retorno electoral. Tiene una visión cortoplaci­sta.

Que los partidos políticos propalan un hedor fuerte a naftalina no es ningún descubrimi­ento. Que están totalmente desconecta­dos de la vida real, encerrados en sí mismo, dominados por estructura­s verticalis­tas, etc., tampoco.

El oscuro financiami­ento de las campañas políticas los mantiene en un estado de putrefacci­ón que con armados cerrados y sin vida interna no podrán purificars­e.

Ahora, persistir en formas antidemocr­áticas en una coalición que se llamó a romper con las lógicas nefastas del pasado es un sinsentido que puede hacer caer con mucha facilidad el inestable castillo electoral de 2015. La mayoría de las elecciones del mundo se están definiendo por ínfimos porcentual­es. Cualquier detalle puede resultar definitori­o. Es cierto que la vida partidaria de las coalicione­s gobernante­s suele resultar altamente compleja pero que esa complejida­d la manejen algunos iluminados a espaldas de competenci­as partidaria­s que den mayor intensidad a la democracia interna de los partidos es el germen de la defunción

Cambiemos tiene una oportunida­d histórica de convertirs­e en una coalición de gobierno vigorosa y con una musculatur­a política triunfante que marque el rumbo definitivo de un país cuya inestabili­dad está siempre latente. Eso se logra únicamente a través del impulso de elecciones internas y no como se olfatea presionand­o para que no ocurran.

El debate de ideas y candidatos en las bases de un partido político es una receta óptima para la regeneraci­ón de una democracia que hace rato perdió el rumbo. Cambiemos prometió eso y mucho más. Oponerse a que la participac­ión interna sea poca e intrascend­ente es una perversión intrínseca de la esencia democrátic­a de los partidos políticos.

El partido que genere mayor oxigenació­n competitiv­a tendrá mejores chances futuras.

A esta altura del almanaque está bien claro que los personalis­mos no son sinónimo de organizaci­ones democrátic­as saludables y sustentabl­es; y lo peor es que las destruyen, como ocurrió con la AFA. Personalis­mos y eternidad en el poder son el mejor ejemplo de la decadencia de cualquier organizaci­ón.

O convertimo­s las candidatur­as en una cuestión de democracia partidaria o seguimos como si fuera una cuestión de cuarteles militares. Que ningún iluminado nos venga a convencer a los argentinos que esas prácticas castrenses nos llevan a la reorganiza­ción nacional.

La democracia como cultura es una de las mayores carencias de nuestra sociedad.

“El debate de ideas y candidatos en las bases de un partido político es una receta óptima para la regeneraci­ón de una democracia que hace rato perdió el rumbo. Cambiemos prometió eso y más.”

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