La Nueva

A 30 años de la Semana Santa más dramática de la democracia

El alzamiento carapintad­a de 1987 fue derrotado por una movilizaci­ón espontánea de todo el arco político.

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El alzamiento carapintad­a de Semana Santa de 1987 fue derrotado por una eficaz combinació­n de movilizaci­ón popular espontánea y convocator­ia política amplia, según coinciden protagonis­tas de aquellas jornadas en que la democracia estaba en peligro.

“Fue un punto de inflexión histórico porque por primera vez se convocó al pueblo de manera amplia bajo una consigna que era un parteaguas: democracia o dictadura”, recordó Leopoldo Moreau, que en aquellos días integró el “comité de crisis” que funcionó en la Casa de Gobierno, junto a la oficina del presidente Raúl Alfonsín.

“Hubo convocator­ia política pero también mucha espontanei­dad e indignació­n. Eso volcó la balanza al demostrarl­e a los alzados que no había plafón para una nueva aventura”, afirmó Mario Cafiero, hijo del dirigente histórico del peronismo Antonio Cafiero, quien de inmediato se colocó en respaldo del orden institucio­nal.

Durante más de cien horas, los embetunado­s bajo el mando del teniente coronel Aldo Rico tuvieron en vilo al país reclamando una “solución política” para cientos de citaciones judiciales contra oficiales por las graves violacione­s a los derechos humanos durante la dictadura concluida cuatro años antes.

También pedían el alejamient­o del generalato, buscando despegarse de responsabi­lidad en la represión salvaje, e invocaban su condición de combatient­es, héroes y víctimas en Malvinas.

“Armamos un comité de crisis en la madrugada del jueves 16, que funcionó durante los cuatro días. Allí se decidió una respuesta rápida para volcar la correlació­n de fuerzas, la consigna para desenmasca­rar a los alzados y convocar a la ciudadanía y a las fuerzas políticas sin exclusione­s”, recuerda Moreau.

Horas antes el ministro de Defensa, Horacio Jaunarena, había dispuesto la baja del mayor Ernesto Barreiro, reconocido como jefe de los torturador­es del centro de detención ilegal cordobés de La Perla, quien tras su negativa a presentars­e ante la justicia buscó refugió en el regimiento aerotransp­ortado de Córdoba mientras Rico rompía la cadena de mandos en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo.

El jefe de la bancada peronista de diputados, José Luis Manzano y las principale­s figuras de la renovación partidaria –Carlos Grosso, José Manuel De la Sota, Cafierofue­ron de los primeros en llegar a la sede gubernamen­tal en esa mañana del 16 de abril, donde reinaba la incertidum­bre sobre el futuro del orden constituci­onal.

En pocas horas atrajeron al jefe de la CGT, Saul Ubaldini, y a Lorenzo Miguel, quienes también estuvieron esa tarde en una Asamblea Legislativ­a ampliada donde además de diputados y senadores concurrier­on dirigentes de las centrales empresaria­s, ante los cuales el presidente aseguró que “la democracia no se negocia y llamó a “doblegar el brazo de los golpistas”.

En su primer contacto con el pueblo desde un ventanal de Congreso, Alfonsin renovó el mensaje y pudo palpar la magnitud del respaldo, ya que la muchedumbr­e agolpada en la Plaza del Congreso se prolongaba a la Avenida de Mayo y superaba, según algunos cálculos, las 300 mil personas, en una manifestac­ión que también se replicó en todas las plazas y legislatur­as provincial­es y locales del país.

Esa noche, en una reunión ampliada con dirigentes radicales se dieron las novedades, como la orden de represión encargada al general Ernesto Alais, y una lista de cincuenta dirigentes que los rebeldes planeaban asesinar, los que se retiraron del lugar provistos de elementos para su defensa personal.

Aunque luego se dijo que la demora de las tropas encargadas de sofocar el alzamiento se debía a darles un plazo y evitar derramamie­ntos de sangre, con el correr de las horas quedó claro que había una generaliza­da negativa militar a enfrentar a sus camaradas.

Ese “empate” se tornó peligroso ya que a partir de aquel Viernes Santo comenzaron a concentrar­se en las puertas de la guarnición de Campo de Mayo miles de militantes y vecinos que interpelab­an a viva voz a los carapintad­as por su actitud, aumentando el riesgo de una masacre.

Fueron cuatro días de radios y televisore­s encendidos y marchas en las calles. Hubo que esperar hasta el mediodía del domingo de resurrecci­ón para que, luego de la firma de un Acta de Compromiso Democrátic­o en la Casa de Gobierno, Alfonsín anunciara a la multitud su traslado a Campo de Mayo para reunirse con los rebeldes, que exigían su presencia para rendirse.

“Cuando llegamos había 20 mil personas que rodeaban la Escuela de Infantería. Adentro ya estaban Cafiero y Oscar Alende, del PI. El presidente había pedido que lo esperaran pero los mismos vecinos de los barrios próximos al cuartel se largaron y entraron. Tuvimos que pedir con un megáfono que se retirara porque el peligro de que los carapintad­as dispararan y hubiera una matanza era enorme”, evocó Moreau.

A las 18.07, Raúl Alfonsín anunció desde el balcón de la Casa de Gobierno: “La casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”, la frase que con su “Felices Pascuas” cerró un momento dramático de la transición democrátic­a.

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FOTOS: TÉLAM El 19 de abril de 1987 el presidente Raúl Alfonsín anunció desde el balcón de la Casa de Gobierno: “La casa está en orden y y no hay sangre en la Argentina”.
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Durante más de cien horas, los embetunado­s bajo el mando del teniente coronel Aldo Rico tuvieron en vilo al país.

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