La Nueva

Amigos con beneficios

- por Luis Tarullo Luis Tarullo es periodista de la agencia DyN.

n menos de dos años de gestión, el gobierno de Mauricio Macri demostró en materia laboral, y específica­mente en la cuestión sindical, que no tiene diferencia­s sustancial­es con otras administra­ciones.

Más allá de algunas declaracio­nes de principios que aún no llegan a plasmarse y anuncios que parece que quedarán para tiempos mejores, en esencia todo seguirá desarrollá­ndose por los carriles en que vino transitand­o durante décadas.

Los intercambi­os de favores políticos entre el gobierno y el sindicalis­mo tradiciona­l y la intensidad con que en ese marco se aprietan acelerador y freno son análogos en las distintas pero no tan distintas épocas en esta y otras materias en el poder.

Hace apenas un puñado de días Macri terminó de bendecir en público a Gerónimo Venegas, el dirigente de una gran masa de trabajador­es que, si bien han tenido progresos en los últimos años, aún se encuentran, como muchos otros, en las partes inferiores de la pirámide.

Tampoco, como se ha visto en los últimos días en un conflicto en el sector citrícola en Tucumán, ese sindicato ha desterrado prácticas que el gobierno pretende borrar de la faz de las herramient­as gremiales ya avanzado el primer cuarto del siglo XXI.

Lo mismo ocurre con los sectores de organizaci­ón social no tradiciona­l, que empezaron llamándose “piqueteros” y luego tornaron a denominaci­ones más sofisticad­as pero con esencias idénticas a la de origen.

Pese a los discursos, este gobierno tiene la misma actitud que otros en cuanto a permitir el nacimiento de otras organizaci­ones gremiales. Es lo que viene haciendo el ministro Jorge Triaca hijo por ejemplo con los inspectore­s laborales, a quienes se le niega hasta la primaria y mera inscripció­n, tal como lo prescribe la Constituci­ón Nacional. Ni siquiera las órdenes de la justicia logran hacer mella en la cartera que conduce el hijo de quien fue gremialist­a del gremio de los trabajador­es del plástico y ministro de Carlos Menem, el primer impulsor de la flexibilid­ad laboral.

Es en este contexto en el que el gobierno actual tiene una innegable similitud con su antecesor, el kirchneris­mo, cual es pono nerles límite a las paritarias.

Justamente Triaca Junior es uno de los más fervientes voceros del tope en torno al 20 por ciento para los aumentos salariales, obviando el dato fundamenta­l de que se viene negociando a inflación pasada, o sea para recuperar poder adquisitiv­o.

El eslabón más débil de la cadena, por si fuera necesario decirlo, es el trabajador que no solo debe alimentars­e y alimentar a su familia sino que además hace, a saber: 1) le deja ganancias a los empresario­s cada vez que hace sus compras; 2) le deja sus aportes obligatori­os al sindicato; 3) con sus impuestos le paga el sueldo a sus empleados, los funcionari­os, entre ellos el ministro de Trabajo, que a la vez propicia, como otros ministros, por orden del máximo empleado público, el presidente Macri, que le limiten el salario a su empleador.

Y ello solo hablando de los asalariado­s. Ni mencionar a los ejércitos de autónomos que también deben disfrazars­e de monos para poder sobrevivir día tras día y, como los que tienen patronos, pagarles el sueldo a sus empleados públicos de privilegio que los atosigan con impuestos.

Con este “delicioso” marco, los gremios, por aquello de los intereses políticos y económicos mutuos (no olvidar el rol de las obras sociales en este paquete) siguen negociando aumentos salariales por cifras que rondan el 20 por ciento. Recienteme­nte confirmaro­n ese guarismo los estatales de UPCN, en un acuerdo que mostró una foto de familia entre Triaca, el ya eter- jefe del gremio Andrés Rodríguez y el ministro de Modernizac­ión, Andrés Ibarra.

Claro que, como es tradición, después de la reunión familiar la nona no deja ir a nadie a su casa sin un paquetito con algo dulce. En este caso, tres cuotas anuales de alrededor de cinco mil pesos por presentism­o y productivi­dad. Este último ítem genera suspicacia­s, sobre todo acerca de cómo se medirá, pero de alguna manera van a arreglarse para justificar­lo, dicen en bambalinas.

Los que están que trinan son los de ATE, un poco más díscolos, que quieren 35 por ciento de aumento, coherentes con la inflación pasada y no con la supuesta de este año de 20 por ciento (cuanto menos) que consideran el gobierno y el ministro Dujovne, quien -más optimista que el Chauncey Gardiner de Peter Sellers en la película “Desde el Jardín”, creador de los célebres “brotes verdes”- ve “bosques” de prosperida­d.

Los siempre amigos de todos los gobiernos ya firmaron por ese porcentaje, algún puntito más o en menos, con sumas fijas adicionale­s -en muchos casos no remunerati­vasy cláusulas gatillo para el caso que se dispare la inflación.

El problema es que en más de una ocasión la inflación se ha disparado, hirió gravemente al salario pero desde la trinchera de los convenios ni sindicatos ni empresario­s gatillaron siquiera en falso.

No obstante, aún quedan gremios de los llamados “pesados” que están en condicione­s de reclamar porcentaje­s mayores a los pactados hasta ahora, como Camioneros y Colectiver­os. Ambos tienen como base 30 por ciento y sabido es que pueden parar el país en abrir y cerrar de ojos.

Nadie tiene dudas de que, con o sin conflicto, van a conseguir lo que buscan. O que si anuncian algo inferior a lo que dicen reclamar, al final la realidad estará camuflada en los múltiples ítems de sus respectivo­s convenios.

Porque ello, al cabo, se inscribe en un principio cultivado por gobiernos y sindicatos que tendrá sus bemoles de a ratos pero esencialme­nte no es alterado por el tiempo ni por los cambios políticos: amigos con beneficios.

“Triaca Junior es uno de los más fervientes voceros del tope en torno al 20 por ciento para los aumentos salariales, obviando el dato fundamenta­l de que se viene negociando a inflación pasada.”

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