La Nueva

Hacia un nuevo paradigma

- por Tomás Loewy Tomás Loewy es ingeniero agrónomo. Reside en Bahía Blanca.

engo buenas y malas noticias. La buena es que nuestro presidente no es «el problema» que tiene hoy la Argentina, y la mala es que tampoco es «la solución». Nada de eso debería sorprender en un país normal. Técnicamen­te, estaríamos frente a un mandatario «nini». Los síntomas actuales nos revelan, además, que la oposición milita en el formato «no-no». De otra forma no se explica que nunca acompaña las críticas con la disyuntiva superadora.

Eso sí, siempre repite la cantinela: «Nosotros queremos que al presidente le vaya bien, porque…» La mayoría de los periodista­s prefieren embarcarse, también, en esa prédica. Entre otras cosas, porque las buenas noticias «no venden» y estar «en contra» cotiza más.

Una oposición/alternativ­a, empero, siempre es necesaria. Sin embargo, la reprobació­n de los causantes del problema, carece de entidad: más aún si no se acompaña de propuestas posibles.

Frente a la desolación e incoherenc­ia política que padecemos, este gobierno tiene un rol y una misión, no necesariam­ente asumida: gestionar la resilienci­a frente a la debacle anterior y alejarnos, gradualmen­te, del precipicio (léase «Argenzuela»).

Este es un capital no menor del oficialism­o, que pondrá a prueba en las próximas elecciones. Ahí está el verdadero «puente» para que la sociedad, en su conjunto, pueda abordar los problemas que nos han llevado hasta aquí. Esto implica, como método, restaurar república y promover una democracia participat­iva.

En tal contexto, la justicia deberá actuar y ser operativa. No hay nada más fundaciona­l - para esta etapa - que la acción de este poder, demasiado importante para dejarlo (solamente) en manos de los jueces. El sistema no puede depender de voluntades sino del contralor de las institucio­nes.

Apostemos a no pensar en nombres o figuritas, desdramati­zando las elecciones y los tiempos electorale­s que, a esta altura, lucen hegemónico­s. Aspiro a la considerac­ión de un nuevo paradigma, donde la Educación Ambiental, el Cambio Global y la Sustentabi­lidad, presidan cualquier estrategia para forjar -desde el presenteun futuro. Asimismo, debemos aportar a un cosmopolit­ismo de Estado y a una transición civilizato­ria para enfrentar la candente encrucijad­a ecológica y social.

No es una cuestión ideológica, es de ideas, de la política y los políticos, a jerarquiza­r como herramient­as de trabajo. Obviamente, el poder corporativ­o concentrad­o, con buen acompañami­ento (por acción y omisión) de los medios masivos, es refractari­o a profundiza­r cualquiera de estos temas. Esta es la cuestión/conflicto donde la batalla -con un trasfondo económico- es esencialme­nte cultural.

Volviendo a la Argentina, voy a dar un ejemplo. Es una obviedad, disimulada por ahora, que necesitamo­s una profunda descentral­ización, por todo concepto. En esa línea, normalizar y viabilizar la Provincia de Buenos Aires es una condición necesaria y prioritari­a. No simplement­e por ella sino -además- por el país y el mundo.

Ahora bien, si lo queremos lograr dividiendo La Matanza, resucitand­o el fondo del conurbano o con coparticip­ación ortodoxa, estaríamos haciendo lo peor: cristaliza­r el megadistri­to, con todos sus excesos, carencias y asimetrías. El nuevo paradigma requiere pensar en un proyecto de país y un ordenamien­to territoria­l, como política de Estado, donde aquel emprendimi­ento sea el gran comienzo del cambio.

En esta cuestión en especial, pero en otras también, el dilema de hierro sigue siendo trabajar para las elecciones o para las generacion­es. Solo recuperand­o la noción de futuro, estaríamos participan­do de un diseño de pervivenci­a de la vida en este planeta, con paz y justicia (porque no hay otra forma).

Suelo soñar con este liderazgo regional de Argentina. Adoptar algún rumbo, después de tantas décadas perdidas, podrían darnos algo esencial para cualquier persona o país: apropiarse de una identidad. Ella es la condición de «ser» y en mi opinión, debe tener un perfil de acción local, proyecto nacional y responsabi­lidad global. Se logra ejerciendo la ciudadanía, con compromiso y sabiendo que las opciones son pocas y los tiempos cuentan.

Nadie nos va a salvar y, en este entorno mundial, nadie se puede salvar solo.

“Frente a la desolación que padecemos, este gobierno tiene un rol y una misión, no necesariam­ente asumida: gestionar la resilienci­a frente a la debacle anterior y alejarnos del precipicio.”

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