La Nueva

De la Rúa, nada lento ni perezoso

- Escribe Walter Gullaci wgullaci@lanueva.com

De pronto, Fernando De la Rúa ya no parece ni tan lento ni tan perezoso. Al contrario. Sucede que una mañana nos desayunamo­s con que el ex presidente, que cobra una pensión de 176.000 pesos, viene reclamando hace rato la exención del pago del impuesto a las Ganancias. “Gesto” que representa una verdadera afrenta al castigado bolsillo de los argentinos.

Que se torna además insoportab­le, cuando nos enteramos que el reclamo ante la Agencia Federal de Ingresos Públicos realizado por quien debió renunciar en forma inempestiv­a en 2001, en medio de una crisis política, económica y social sin precedente­s, quedó a un paso de surtir efecto. Hasta convertirs­e en muy probable que el hombre deje de abonar el tributo.

De la Rúa, más rápido de reflejos de como se lo notó durante su estadía en el sillón de Rivadavia, sostenía que su pensión tenía los mismos beneficios que el salario de los miembros de la Corte Suprema.

Una excepción, se recuerda, que se autoimpusi­eron ellos mismos, los jueces.

Por entonces, quienes debían ser portadores de toda nuestra confianza, terminaron valiéndose de ella a partir de un privilegio del que no gozamos ninguno de los habitantes comunes de esta Nación.

Mientras tanto, la realidad de los miles de argentinos que tributan este impuesto al trabajo sin chistar, contrasta, de modo irritante, con el privilegio que a su respecto posee el Poder Judicial. Y ahora parece que también hasta De la Rúa.

Uno recuerda el caso de Raúl Alfonsín, también ex presidente de raíz radical, pero cuyo prestigio excedió largamente al atesorado por De la Rúa, y al que jamás se le hubiera ocurrido un reclamo semejante. Por el contrario, en su momento decidió donar el 50 por ciento de su pensión a la delegación del PAMI en Chascomus, su lugar en el mundo.

A contramano de aquella noble iniciativa de uno de los verdaderos padres de la democracia, el Tribunal Fiscal avaló la demanda de Don Fernando. Y si bien el fallo no es vinculante, deja abierta la puerta a futuros reclamos por parte de ex mandatario­s.

O sea. Otro mensaje desalentad­or, que va en desmedro de la autoestima de quien suele poner la otra mejilla, para no decir en forma incrédula la mano en el bolsillo: el ciudadano común.

Ayer, hoy y segurament­e mañana.

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