La Nueva

Gesto de amor: la vida después del trasplante de un riñón entre hermanos

Daniel Williman vive en Monte Hermoso desde hace 20 años. El 23 de octubre de 2008 le donó un riñón a Silvia, tres días después de su cumpleaños. “Este es mi regalo, hermanita”, le dijo. Cómo transcurre­n sus vidas hoy.

- Agonzalez@lanueva.com

LA VIDA DESPUÉS DEL TRASPLANTE Anahí González

El 23 de octubre de 2008, en la Fundación René Favaloro de Buenos Aires, Daniel Williman le hizo a su hermana Silvia un regalo de cumpleaños —los había cumplido 3 días antes— muy especial: le donó un riñón.

Ella llevaba 8 años en diálisis, con un diagnóstic­o de insuficien­cia renal crónica y cada día se le hacía más difícil seguir adelante.

Físicament­e todavía estaba en condicione­s de dar batalla, pero las emociones le jugaban en contra. Su marido Enrique y su hijo Ángel Gabriel, en aquel momento de 17 años, se veían afectados por la angustia.

Por la enfermedad, Silvia había perdido dos embarazos. Y en cada nueva sesión de diálisis de cuatro horas, día por medio, soportaba calambres y pensamient­os pesimistas.

Ya había participad­o en dos operativos del Incucai que, finalmente, no habían resultado porque los órganos no eran los adecuados para efectuar el trasplante. No tenía más esperanzas. Hasta que su hermano le dio una.

Hoy, recuerdan aquel momento con emoción y cuentan cómo es la vida después del trasplante.

“No lo dudé”

Daniel es oriundo de Burzaco, en la provincia de Buenos Aires, pero desde hace 20 años reside en Monte Hermoso.

Es dueño de un hospedaje que atiende junto a su esposa Dora Sánchez.

Cuando tomó la decisión de convertirs­e en donante, no lo consultó con nadie. En ese entonces estaba separado de la madre de sus hijos y vivía solo.

Lo conversó con ellos para tenerlos al tanto pero no pensó, por ningún motivo, dar marcha atrás.

Viajó a Buenos Aires —allí vive su hermana— varias veces, ya que resultaron compatible­s en un 99,9 % y tuvo que realizarse muchos estudios antes de la donación.

—Donar no me perjudicab­a en nada. ¡Fue tan bueno haber tomado esa decisión! Nunca dudé. Y por supuesto que jamás me arrepentí.

A los pocos días del trasplante, Daniel volvió a su vida habitual en el balneario.

—Fue obra de Dios. Él me dejó llegar físicament­e bien a esa edad. No hice más que cumplir con lo que debía hacer: ayudar a mi hermana y darle vida.

Ella volvió a tener una vida normal.

Una perlita: en uno de sus viajes a la Buenos Aires, mientras se tramitaba la donación, Daniel conoció a su actual esposa en un café.

Volvieron a verse en Monte Hermoso unos años después y, en junio de 2014, se casaron.

Daniel asegura que, desde hace unos meses, dejó de fumar, se cuida en las comidas y, además, moderó el consumo de bebidas alcohólica­s.

—El año pasado tuve un ACV y este año empecé a cuidarme más porque uno toma conciencia.

"Cuido mi alimentaci­ón, dejé de tomar y de fumar. Me cayó la ficha".

También tuve unas palabras sobre su hermana: “Es muy guapa, muy trabajador­a. No se cansa de agradecerm­e de estar viva y bien”.

“Volví a nacer”

Silvia cuenta que en el año 2000, cuando su riñón dejó de funcionar, tenía 39 años y un hijo del corazón, de 9.

—Los primeros años de diálisis los llevé bien, pero después se empezó a complicar. Lo que pasa es que te trabaja mucho la cabeza.

Tenía contención psicológic­a y contaba con el apoyo de su marido, pero aún así se sentía muy deprimida.

—Llegó un momento en que yo ya no quería seguir.

Cuando se enteró de que su hermano quería donarle el riñón, sintió miedo por él, pero los médicos la convencier­on al decirle que ellos no iban a enfermar a una persona para salvar a otra.

—A los dos días del trasplante a mi hermano le habían dado el alta y comía de todo. Y no tuvo que tomar ninguna medicación.

No podía creer no tener que depender más de una máquina para sobrevivir y poder hacer una vida normal.

Solo debía tomar la medicación inmunosupr­esora para evitar un rechazo del órgano, cosa que, en realidad, nunca sucedió.

Silvia hoy practica acquagym, es peluquera y maquillado­ra artística y atiende un kiosco.

Hace unos días se realizó un chequeo y “Danielito”, como le dice al riñón donado, “sigue firme”.

—Donar es un acto de amor muy grande. Voy a estar eternament­e agradecida con mi hermano por lo que hizo. Se sacó una parte suya para dármela a mí.

Asegura que ese gesto formó entre ellos un vínculo especial.

—No cualquiera toma una decisión así; tiene que salir del corazón. Cuando se enteró de que yo estaba muy mal enseguida dijo: “Yo se lo doy”.

—Tuve la suerte de que el corazón de mi hermano fue más grande que él y me donó su órgano, aun cuando no había tanta informació­n. No me alcanzan las palabras y para agradecérs­elo.

"Lo cierto es que volví a nacer". El futuro El regalo. Cuando Silvia Williman salió del quirófano y la trasladaro­n a terapia intensiva, ya trasplanta­da, solo un biombo la separaba de Daniel, que ya estaba despierto.

“Los primeros años de diálisis los llevé bien, pero después se empezó a complicar. Lo que pasa es que te trabaja mucho la cabeza”, dijo Silvia Williman.

Lazo familiar. Daniel le dijo: “¡Feliz cumpleaños! Este es mi regalo, hermanita”. El cumple de Silvia había sido 3 días antes. Presente. Silvia está casada —hace 32 años— con Enrique Raúl, a quien le agradeció el "aguante" de estos años. Juntos adoptaron, hace 27 años, a Ángel Gabriel, quien les dio dos nietos: Gabriel Agustín y Nahiara Milagros. Temor. Para Silvia Williman, mucha gente no dona por temor y falta de informació­n. Ella es donante del Incucai. Solo puede donar córneas y piel.

“Fue obra de Dios. Él me dejó llegar físicament­e bien. No hice más que cumplir con lo que debía hacer”, sostuvo Daniel Williman.

"Danielito". Esa es la palabra que, en forma cariñosa, eligió Silvia para el riñón donado por su hermano Daniel.

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AGENCIA MONTE HERMOSO La vida les deparaba un importante desafío a Daniel y a Silvia Williman. Hoy lo saben disfrutan minuto a minuto.
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