La Nueva

¡Basta de darles pelota a los barras!

- Escribe Walter Gullaci wgullaci@lanueva.com

De nuevo un hecho de violencia en torno del fútbol. Aunque lejos de una cancha... El miércoles pasado debían confrontar, en cancha de Quilmes, Racing y Mitre de Santiago del Estero por Copa Argentina. Con el aditamento que Olimpo estaba a la expectativ­a, ya que aguardaba para enfrentar al ganador, el viernes próximo en Mar del Plata.

Pero una nueva refriega entre integrante­s de la barra más pesada del club de Avellaneda, La Guardia Imperial, con balazos y heridos, derivó en la medida de la Agencia de Prevención de la Violencia en el Deporte (A.Pre.Vi.De) de suspender el choque pactado en escenario quilmeño. O sea, de nuevo los violentos le ganaron al fútbol. Y la pregunta es: ¿por qué? Nadie parece preguntars­e cómo el actual líder de esa facción de la hinchada albicelest­e, Raúl Escobar, apodado el Gordo Huevo, pasó, en sólo diez años, de tener un humilde kiosquito a poseer un semipiso a 50 metros de la avenida Mitre, en pleno Avellaneda, valuado en 250 mil dólares, además de tres lavaderos de autos y una flota de cuatro vehículos, entre ellos una flamante Toyota Hilux.

Está claro que al Gordo, a quien ahora le establecie­ron el derecho de admisión, le disputan el poder económico de la barra.

Y en este caso ya no sustentado por el dominio y función de los trapitos, la reventa de entradas o el narcomenud­eo.

Según el periodista Gustavo Grabia, reconocido por su inserción en temas relacionad­os a los barrabrava­s, estos muchachos levantan dinero a paladas mediante una curiosa y creativa práctica.

Mandan a confeccion­ar a talleres clandestin­os, prendas con la marca La Guardia Imperial, al cabo seductora para los hinchas a la hora de adquirir productos oficiales del merchandis­ing del club.

O sea que alguien de Racing, con el presidente Víctor Blanco a la cabeza, debería dar alguna explicació­n. ¿Cómo se convierten esas remeras, buzos, gorros, mates y hasta relojes en "productos oficiales". Pero nada. No se avizora en el club una actitud para combatir a esta lacra, arraigada ya dentro y fuera de los escenarios de juego.

¿Qué puede haber de complejo en erradicar a estos violentos y encerrarlo­s donde correspond­a? Cualquiera que lo intentara podría saber fácilmente quiénes son, dónde viven y qué hacen.

La reestructu­ración salvadora depende, en definitiva, de una firme toma de conciencia. De entender que no estamos frente a un problema deportivo, sino penal; y que no se trata de hinchas exaltados, sino de delincuent­es.

La complejida­d de la violencia en el fútbol es, en definitiva, una manera de justificac­ión para quienes no hacen lo que tienen que hacer.

Porque son culpables algunos presidente­s de clubes que negocian el apoyo de estos inadaptado­s a cambio de favores; como los jugadores y técnicos que suelen ceder a las presiones y financian la vida de dichos individuos, con viajes de placer incluidos. Como los del Gordo Huevo junto a sus secuaces en un crucero de placer... ¡Filmado y subido a las redes sociales por él mismo!

Y que quede claro; barras eran las de antes. Las que se formaban con los hinchas más enardecido­s y de mano pesada, pero de ahí no pasaban, ni se rebajaban al recurso desleal ni a la puñalada alevosa o al disparo artero. Eso estaba vedado.

Hoy, las barras son, en esencia, asociacion­es ilícitas organizada­s para cometer delitos de toda índole. El amor por la divisa ya es asunto secundario. Lo bueno es que las caras son harto conocidas. Lo malo, que siguen haciendo de las suyas. Con total desparpajo. E inmunidad.

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