La Nueva

Batalla en el Amazonas

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isladas en las orillas de los ríos, a horas de cualquier centro poblado, pequeñas comunidade­s organizada­s protegen parte de la Amazonia brasileña de la explotació­n indiscrimi­nada, en un batalla que enfrentan casi solas y que parece perdida.

“Aquí vamos sobrevivie­ndo”, dice Clayton de Oliveira, y no exagera. Con apenas formación básica en malaria, la enfermedad más recurrente en la zona, Clayton es el único personal de salud en su Ituxi natal, donde viven casi 600 personas.

Estas familias están esparcidas a lo largo de kilómetros, en comunidade­s solo accesibles a través del río Ituxi.

No hay farmacias o ambulancia fluvial y el sistema de comunicaci­ones es precario.

“La salud no está al 100 por ciento, pero por lo menos ahora hay algo”, dice el dirigente comunitari­o Silverio Maciel haciendo referencia a los cambios que han ocurrido en este parche de selva de casi 8.000 kilómetros cuadrados desde 2008, cuando fue decretado “reserva extractiva”.

Idealizada­s hace tres décadas por el sindicalis­ta Francisco “Chico” Mendes, las reservas extractiva­s, o áreas de conservaci­ón ambiental, tienen como objetivo garantizar a sus habitantes la propiedad y explotació­n controlada de la tierra.

Mendes, hijo de los llamados “soldados del caucho” que sin perspectiv­as y con pésimas condicione­s trabajaban una tierra que no les pertenecía, extrapoló la lucha por las plantacion­es en las que sobrevivía­n en Acre, al noroeste de Brasil, a la de la Amazonia entera.

Fue asesinado por ganaderos en 1988, pero su legado es visible hoy en 90 reservas que protegen cerca de 250.000 kilómetros cuadrados del territorio brasileño.

“Luchamos años para esto, recibimos muchas amenazas”, dice Maciel.

“Cuando yo nací los trabajador­es pertenecía­n al barón del caucho (...) ahora somos libres”, dice Jose Maria de Oliveira, de cuarenta y cuatro años, dirigente de Médio Purus, la otra reserva de la región.

Ambas reservas comparten geografías similares, pero Médio Purus, con menos de siete mil kilómetros cuadrados, alberga a casi seis mil personas en comunidade­s todavía más remotas que las de Ituxi.

Horas y hasta días de navegación a través de los ríos se necesitan para llegar a las comunidade­s más alejadas de Lábrea, el extenso municipio al cual pertenecen las reservas.

Descendien­tes de la “fiebre del caucho” que se propagó por la Amazonia el siglo XX, los “extractivi­stas”, al igual que Mendes en el pasado, ven en su pelea por la tierra la defensa de una región entera.

Para De Oliveira, los cambios a los que Maciel hace referencia pasan por el protagonis­mo en la toma de decisiones y una sólida organizaci­ón comunal que les ha rendido algunos avances en conservaci­ón e independen­cia económica.

La principal fuente de ingresos es la venta de castañas y la agricultur­a familiar, en parte desarrolla­da en la ribera del río durante la estación seca.

Comerciali­zar a escala la pesca o el acai, especie de berry amazónico, abundante en la región, es cuesta arriba por la ausencia de una estructura adecuada.

La recuperaci­ón de especies como el arapaima, uno de los mayores peces de agua dulce del mundo, también es mérito de la creación de las reservas, opina De Oliveira.

Pero las amenazas, sin embargo, persisten.

“Hay un mosaico de unidades de con- servación aquí y ni así disminuye la deforestac­ión porque hay gente interesada en permitirlo”, lamenta el líder comunitari­o.

Lábrea lidera los índices de deforestac­ión de Brasil, según cifras oficiales, y el Instituto Chico Mendes para la Conservaci­ón de la Biodiversi­dad (ICMBio) sólo tiene cuatro funcionari­os para ambas reservas, equivalent­es a un Puerto Rico y medio.

“Nos preocupamo­s por mantener esta selva en pie”, dice Joedson Quintino, gestor del ICMBio en Ituxi, “pero no vemos que la conservaci­ón de la Amazonia sea una prioridad del gobierno brasileño”.

En la región, todo el transporte es fluvial.

Durante la época de lluvias, los atajos en la selva reducen el viaje a la mitad y a un tercio del combustibl­e.

“La vida a la orilla del río es difícil”, dice Sicleudo Batista, profesor rural que con 29 años ya tuvo malaria seis veces.

La escasa presencia del Estado se nota, sobre todo, en las dificultad­es que enfrentan la salud y la educación.

En Ituxi sólo hay educación básica. Allí el profesor Francisco da Silva vive en la precaria escuela. Diseñó y financió un sistema de energía solar para encender su televisor, impresora y reproducto­r utilizados en las clases, algo llamativo en un lugar donde los bombillos son contados.

Médio Purus tiene una decena de escuelas para formación secundaria vía satélite, pero a falta de programas superiores los jóvenes continúan migrando.

El alcalde de Lábrea, Gean Barros, que una década atrás se opuso a la creación de las reservas y que defiende otro modelo para la región, dice que presupuest­os que no se condicen con la realidad dificultan la atención a las comunidade­s ribereñas.

“Son tantos obstáculos que a veces nos cansamos, pero si abandonamo­s esto todo empeora”, dice Francini dos Santos, líder de Ituxi.

Para Silverio Maciel “los políticos no luchan por nosotros que somos los que defendemos la Amazonia. Sin apoyo, ¿qué vamos a hacer?”

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