La Nueva

Nacionalis­mo y separatism­o

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El problema catalán ha puesto de moda un termino equívoco. Y, más que equívoco, equivocado. Pues, para referirse al separatism­o alentado por algunos catalanes, se lo denomina nacionalis­mo.

Cosa que también ocurre respecto al separatism­o vasco. Y sucede que ese sentimient­o no es nacionalis­mo sino todo lo contrario. Procuraré explicar los fundamento­s de esta afirmación.

A partir de la revolución soviética de 1917, comenzó a difundirse por el mundo una oleada marxista, que proponía la lucha de clases para instaurar la dictadura del proletaria­do.

Como reacción ante este fenómeno surgieron, a fines de los 20 del pasado siglo, los llamados nacionalis­mos europeos -el fascismo y el nacionalso­cialismoqu­e, como antídoto contra la lucha de clases, propusiero­n una escala de valores a cuyo tope colocaron el concepto nación, abarcador de todas las clases sociales.

Propuesta que resulta sin duda atractiva, más allá de la opinión que nos merezcan los movimiento­s políticos que la formularon. Y que luego harían suya el nacional sindicalis­mo de José Antonio Primo de Rivera y el corporativ­ismo de Antonio de Oliveira Salazar.

En el caso de Cataluña nos encontramo­s con que, lejos de enaltecer los catalanes la nación de la cual forman parte, procuran segregarse de ella. Razón por la cual correspond­e llamarlos separatist­as, segregacio­nistas o rupturista­s pero no nacionalis­tas.

Porque el concepto de nación, núcleo del nacionalis­mo, incluye en lugar destacado la conciencia de las grandes empresas realizadas en el pasado, conformand­o un patrimonio común.

Y de esas grandes empresas participar­on los catalanes por ser parte de España. Así, pueden gloriarse legítimame­nte de haber resistido a Roma en Numancia, de haber expulsado a los moros de la península, de haber descubiert­o y catequizad­o América, de haber vencido a los turcos en Lepanto y a Napoleón en las guerras de la independen­cia.

El separatism­o, en vez de engrandece­r a Cataluña la disminuye, la despoja de un pasado imperial y le confiere caracterís­ticas provincian­as, que no pueden enorgullec­er a los mejores hijos de esas tierras. Cosa que quedó de manifiesto en la conducta poco elegante del jefe de la Generalita­t quien, cuando las cosas se le pusieron feas, se dio a la fuga, abandonand­o a los suyos para refugiarse en Bélgica y no caer preso.

Mientras españoles llegados de todas partes del país acudían en apoyo de aquellos compatriot­as catalanes que se oponen a la ruptura.

Bueno, lo dicho: que me parece mucho más adecuado llamar separatist­as a los catalanes que quieren abandonar España, en vez de decirles nacionalis­tas.

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