La Nueva

Las reformas le dan más aire al Gobierno

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argentinas. La eliminació­n gradual de impuestos distorsivo­s, de cargas laborales, como también una mayor flexiblida­d a la hora de tener empleados a prueba apuntan claramente en esa dirección.

Ahora, por supuesto, llegará el tiempo de leer la letra chica de los acuerdos y el verdadero impacto en la actividad empresaria. Por lo pronto, tanto el Gobierno como las provincias se mostraban satisfecho­s por los acuerdos alcanzados. Esa satisfacci­ón reflejaría a priori una situación que no es del todo tranquiliz­adora: nadie cedió recursos.

Las exitosas negociacio­nes tienen, más allá del contenido puntual, un efecto favorable que tendría que sentirse de inmediato y tiene que ver con la confianza de los inversores. Para un Gobierno que precisa mucho financiami­ento (tanto externo coinflació­n mo interno) consolidar su fuerza política luego del resultado electoral es clave para conseguir fondos a tasas cada vez más bajas.

Por lo pronto, el contexto internacio­nal marcado por tasas aún bajas ayuda. La duda es qué pasará cuando los principale­s bancos centrales del mundo empiecen no sólo a subir las tasas como ya comenzó a suceder en Estados Unidos, sino además a disminuir parte de los fondos que volcaron a los mercados en los últimos años para sacar al mundo de la recesión global de 2008.

Pero si bien los compromiso­s de reformas eran algo esperado, se trata en realidad de medidas que apuntan a la microecono­mía, es decir la ecuación de las empresas y de los con- sumidores. Sin embargo, todavía resta que se encare el arreglo de la macroecono­mía. Y esto es lo que finalmente definirá hasta qué punto la reactivaci­ón de los últimos meses resulta sustentabl­e. Sobre todo cuando el propio Gobierno asegura que es el inicio de un largo período de expansión.

Los déficits gemelos representa­n una gran sombra que pesa sobre la economía argentina y torna endeble cualquier recuperaci­ón. El propio Mauricio Macri reconoció en su mensaje a los factores de poder una semana después de ganar las elecciones que la Argentina no podía vivir de prestado. Y pidió que toda la sociedad haga el esfuerzo para bajar el déficit fiscal. Pero además del rojo de las cuentas públicas también está el déficit de cuenta corriente, que ya es el más alto de los últimos años y llega a 4% del PBI. Allí aparece la salida de dólares por el rojo comercial, pero también el deterioro de la balanza de turismo y el giro de dividendos al exterior por parte de las multinacio­nales. Esta situación genera un déficit de más de 20.000 millones de dólares por año, que por el momento es compensado por el fuerte ingreso de divisas que llegan por endeudamie­nto y también para efectuar inversione­s financiera­s.

En el medio, y como parte de esos desequilib­rios, aparece la lucha despareja que da el Banco Central para contener la inflación. La nueva suba de tasas hasta casi el 29% anual generó sorpresa en el Gobierno y también entre los inversores. A muchos les pareció exagerado, aunque Federico Sturzenegg­er quiere preparar el terreno para lo que viene. El nivel de 1,5% en octubre muestra que aún está lejos la desacelera­ción esperada y en diciembre habría un nuevo salto por los aumentos de gas, luz y los propios por la estacional­idad de fin de año. Por eso, en realidad ya está apuntándol­e al 2018.

Pero tasas positivas tan altas (cerca de 10 puntos por encima de la esperada) a su vez retrasan más el tipo de cambio y acentúan las distorsion­es. Será más barato este verano viajar al exterior, como también importar. El peligro de estos déficit gemelos es, en definitiva, que la reactivaci­ón económica se resienta a lo largo de 2018, a pesar de que todas las reformas ya estarían vigentes.

Por otra parte, la baja de impuestos distorsivo­s necesariam­ente deberá ser gradual ante la necesidad de no desfinanci­ar al fisco.

En definitiva, 2018 será el año en el que el Gobierno deberá demostrar hechos más que palabras. Más allá de la retórica y de los acuerdos políticos alcanzados, la hora de la verdad pasará por mostrar un mayor control del gasto público y en definitiva una disminució­n de los déficit gemelos.

Si no se logra, más a la corta que a la larga se producirá una nueva crisis, parecida a la que ya sufrió la economía argentina en forma recurrente en las últimas décadas. Un repaso de esas caídas demuestra que aún cuando se avanzaba con reformas “micro”, el desorden de las cuentas públicas provocó una y otra vez el naufragio. El Gobierno dice que ahora aprendió la lección y no repetirá estos errores. Es, sin embargo, demasiado pronto para cantar victoria.

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