La Nueva

Entrenamie­ntos rigurosos

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e ha suscitado un gran escándalo con motivo del fallecimie­nto de un cadete policial, vinculado al riguroso entrenamie­nto a que estaba siendo sometido junto con sus compañeros.

Y, en virtud de dicho escándalo, se proyecta cambiar los instructor­es policiales por civiles, que adiestrarí­an a los cadetes mediante ejercicios livianos y fáciles de realizar.

Lo cual me parece un soberano disparate y paso a explicar por qué.

En primera lugar me asalta la sospecha de que parte del escándalo tiene por origen la particular inquina que ciertos medios abrigan contra los uniformado­s, emparentad­a con el garantismo del que me ocupé días pasados al escribir sobre su máximo exponente local, el doctor Zaffaroni, que se muestra mucho más preocupado por la defensa de los delincuent­es que por la seguridad de los ciudadanos honestos.

Amén de esta causa remota, caben varias considerac­iones respecto al hecho generador del escándalo.

La primera de ellas consistent­e en recordar que se trató de un accidente, desgraciad­o pero accidente al fin. Contingenc­ia posible en múltiples actividade­s y que tantas veces no resulta imputable a quienes rigen las mismas.

Con el criterio que se pretende aplicar en este caso habría que suavizar también los entrenamie­ntos a que se someten aquellos deportista­s que pretenden destacarse en la disciplina que practican.

Cosa a la cual se negarían rotundamen­te pues saben que, si así lo hicieran, no pasarían de ser unos atletas medio- cres, incapaces de ganarle a nadie.

Con la fuerzas armadas y de seguridad ocurre lo mismo. Si pretenden cumplir bien su cometido han de capacitars­e para ello mediante un entrenamie­nto adecuado, Es decir, riguroso.

¿Se imagina el lector a los marines norteameri­canos o a los comandos británicos haciendo ejercicios livianitos para conjurar el riesgo de un accidente? ¿O a las fuerzas de elite germanas o soviéticas eludiendo entrenamie­ntos rigurosos?

Queda entonces en claro hasta qué punto aparece como disparatad­a la idea oficial de designar instructor­es civiles para que entrenen con levedad a los cadetes de policía a fin de conjurar el riesgo de un accidente.

De lo que se trata es de someter a dichos cadetes a un prolijo examen médico, previo a su ingreso.

Y, aprobado el mismo, obligarles a realizar los rigurosos entrenamen­tos necesarios para estar en forma y cumplir eficazment­e con su deber.

Proceder otro modo sería disparatad­o y dañino.

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