Cómo afectará a Bahía y la zona el cierre de Ferrobaires
La decisión del cierre de la empresa Ferrobaires se hará efectiva el próximo jueves. La medida afectará no solo a nuestra ciudad, sino que también se resentirán las estaciones de Cabildo, Saldungaray, Coronel Pringles y Laprida. En Bahía, los talleres Maldonado dejarán la actividad habitual. Si bien la mayoría de los 70 empleados decidió aceptar el denominado retiro voluntario, el resto de los trabajadores seguramente será despedido.
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“La realizó un pormenorizado informe de la situación en que se encuentra actualmente cada uno de los inmuebles, que pasarán a manos de Nación.
Entre Calderón y Coronel Pringles hay ocho estaciones: Corti, Cochrane, Cabildo, Estomba, Saldungaray, Sierra de la Ventana, Peralta y Stegmann.
Apartir del jueves próximo, con la desaparición de Ferrobaires, la historia ferroviaria local y regional habrá escrito una de sus páginas más oscuras.
Si bien en materia operativa la empresa había desaparecido mucho antes --hace casi dos años que una de las principales vías que vinculan a Bahía con Plaza Constitución no tienen servicios y sus estaciones están prácticamente muertas—la medida supone el tiro de gracia para toda posibilidad de reactivación en lo que se refiere al transporte de pasajeros por el ramal Pringles.
La medida se hará sentir principalmente en Cabildo, Saldungaray, Pringles y Laprida, pero también hay otras estaciones menores que continuarán libradas a su suerte.
En Bahía Blanca la crudeza de la situación ya se evidencia con el cierre de los talleres Maldonado, donde la mayoría de sus 70 empleados decidió optar por el retiro voluntario y el resto seguramente será despedido el jueves próximo.
A manera de racconto final, este informe pretende exhibir el estado de situación de los últimos inmuebles que pertenecen a Ferrobaires y que pasarán a la Nación.
Hoy por hoy su futuro entra en un cono de sombras y su supervivencia no está asegurada.
Estaciones que apenas sobreviven
“Hay lugares donde no podemos ir a más de 20 kilómetros por hora, porque a 30 nos damos vuelta”.
Metros más, metros menos, son 138 los kilómetros que separan Grünbein y Coronel Pringles a través del ferrocarril Roca, por el ramal Olavarría-Bahía Blanca.
El tren de pasajeros desapareció de estas vías hace casi dos años y, conforme pasaba ese tiempo, lo mismo pasó con la esperanza de la gente que aguardaba pacientemente en el andén. Hoy tan solo subsiste el tren de carga, con hasta cinco frecuencias diarias entre ambos puntos, aunque lo normal son cuatro: dos de ida y dos de vuelta.
La velocidad promedio apenas supera los 18 kilómetros por hora; para viajar entre ambas ciudades se tardan unas siete horas debido al estado de las vías.
El corridillo general es que el número de formaciones se duplicará una vez que esté en funcionamiento Vaca Muerta: nadie lo sabe a ciencia cierta, pero todos lo afirman en voz baja. Pero es esta cuestión, señalan, la que decreta la muerte del ramal para el tren de pasajeros y con él, la de algunas estaciones que atraviesa.
En la época de construcción de las vías era necesario ubicar terminales cada unos 20 kilómetros de distancia, para la carga de agua. Con el correr del tiempo y el avance de la tecnología, algunos de esos sitios terminaron siendo el lugar de asentamiento para muchas familias y evolucionaron en pueblos y ciudades. Otros a duras penas sobrevivieron, si es que pudieron hacerlo.
Entre Calderón, en Bahía Blanca, y la estación Julio A. Roca de Coronel Pringles se dispusieron ocho estaciones: Corti, Cochrane, Cabildo, Estomba, Saldungaray, Sierra de la Ventana, Peralta y Stegmann, con distancias que varían entre los 10 y 19 kilómetros entre ellas. Pero la realidad actual de cada una de ellas traza diferencias aún más abismales.
Lo dijo un viejo empleado del ferrocarril: “estación de la que no se hace cargo el municipio, la roban”.
Salvo los casos de Sierra de la Ventana, Cabildo y Saldungaray, el resto de las estaciones han sufrido rapiña, vandalismo, incendios, roturas, tornados o bien son usadas como gallinero y lugar de cría de animales.
Vidrios rotos o faltantes, chapas y techos volados, vagones varados y oxidados, pastizales, animales y el olor a viejo, a humedad, son el común denominador. Muchas también son utilizadas como “hospedaje” por viajeros desconocidos o gente de paso.
“No es sencillo -cuenta Néstor Oscar Verbeke, cuidador de la estación Estomba desde hace diez años-. Uno se va al pueblo y cuando vuelve siempre falta alguna cosa o hay algo roto. En la casa del
Unos kilómetros al sur, accediendo por auto a través de un camino rural que nace sobre la ruta 85, se encuentran Stegmann y sus ovejas, verdaderas amas y señoras del lugar. La estación está abandonada, pero hay ovinos y sus desechos por todos lados. De la casa del cuidador solo quedan las paredes; del piso nacen cardos y yuyos esqueleto; las puertas y marcos de madera fueron arrancadas. La estación está abierta y la entrada está cubierta por la lona de una vieja pileta Pelopincho: las ovejas la usan, literalmente, para todo. En su interior no queda nada; hasta quedan signos de algún principio de incendio.
Unos 13 kilómetros hacia el sur por las vías, y un par más por caminos de tierra, se llega a Estación Peralta, partido de Coronel Suárez. En el paraje funciona una escuela rural, con carteles que piden que el tránsito disminuya la velocidad, hay una vieja vivienda bien conservada y habitada, y un comercio cerrado en la única esquina del lugar. ¿El dato de color? Entre los pastizales aún sobrevive una vieja cancha de frontón, construida con los mismos ladrillos que la estación; en Cabildo también queda una.
El edificio principal también está bien conservado, con las aberturas que mantienen el característico tono verde ferroviario; aunque tiene su propio basural, en general no está tan descuidado como Stegmann. La casa del cuidador y su patio están bien mantenidos y limpios; hasta hay una parra que cubre el paso del sol intenso del mediodía.
Unos 16 kilómetros al sur, después de pasar el puente sobre el río Toro Negro y una serie de curvas y contracurvas por el cordón serrano, seguido del Sauce Grande, se llega a la joya del ramal: Sierra de la Ventana. A cargo y cuidada por la familia García desde hace un par de generaciones, en los últimos años ha sido el menor de los hermanos, Marcelo, quien ha pintado y mantenido el lugar, poniendo en funcionamiento también un increíble museo ferroviario.
A partir del 1 de abril, más allá del cierre de Ferrobaires, en el lugar se expenderán pasajes para la línea La Madrid del trayecto Bahía BlancaConstitución.
Las estaciones han sufrido rapiña, vandalismo, incendios, roturas, tornados o bien son usadas como gallinero y lugar de cría de animales.
Siguiendo la línea, a 9 kilómetros llega Saldungaray, donde se puede ver el trabajo del otro hermano García, Rubén, recientemente jubilado. El pasto se mantiene corto y la estación se mantiene pintada y en buen estado; sin embargo, por ahora no tiene nadie que se ocupe de ella.
Allí funciona una dependencia de FerroSur Roca. Los galpones están alquilados a la empresa Celulosa Alto Valle, de Cipolletti: desde Saldungaray se envían troncos al sur y se recibe el papel, donde se almacena.
Ayer los vecinos llevaron a cabo allí un festival cultural, mientras esperan noticias de las gestiones que viene haciendo el municipio de Tornquist para que la estación pase a la órbita de la comuna, como ya pasó con Sierra de la Ventana.
Si esto ocurre, la intención del Ejecutivo distrital es que en el lugar pase a funcionar una terminal de colectivos o un centro cultural.
Desde el extremo sur de Saldungaray parten dos caminos bordeando las vías: uno de ellos las acompaña unos kilómetros y después abandona la traza, dirigiéndose al dique Sauce Grande; el otro no deja nunca la línea del ferrocarril y se dirige hacia Estomba.
Inaugurada en 1903, en los alrededores de la terminal persiste un modesto caserío donde habitan una o dos familias. En la estación vive Verbeke, junto con sus perros y un caballo.
De los cuatro galpones que hay allí, solo dos tienen el techo completo. Un tornado que pasó hace algunos años dejó un reguero de chapas tiradas por doquier; en la estructura quedan otras, que al menor viento flamean, chocan entre sí y se siguen cayendo.
El interior del galpón 4, el más castigado, casi parece el escenario de un videojuego de terror: una sola entrada, plantas que nacen entre el cemento del piso, oscuros pasillos en los laterales, columnas y cabreadas de madera, y un inmenso agujero en el medio por donde ingresa el sol.
Si se siguen unos 200 metros al sur se encuentra la casa destinada al jefe de estación. Allí no queda nada; todo fue robado, hasta las aberturas.
Unos 17 kilómetros después aparece Cabildo, donde la gente ha mantenido celosamente la estación que, como las demás de la línea, comenzó a funcionar en los primeros años del siglo pasado.
Las vías dividen a la localidad y muchos terminan usando la estación como lugar de paso, de un lado a otro de la localidad, para evitar rodeos. Desde hace algunos años, a través de la Ordenanza 15.568/2010, en el lugar funciona el Museo Histórico Regional.
Continuando con la línea hacia Bahía Blanca debería aparecer Cochrane, pero es casi imposible de distinguir. Ni siquiera hay un camino que bordee las vías para arribar a (lo poco que queda de) sus ruinas; es más fácil hacerlo a través de la ruta 51.
Por último, Corti es otra estación a la que conviene llegar por la 51, aunque haya caminos rurales pasando la zona de Cochrane o el puente Canesa. También asignada a un cuidador, el lugar parece más un sitio de cría de animales y aves de corral, que una estación de tren; es más, en el estar principal del edificio hay palomas, gallinas y hasta un pichón de avestruz; también hay galpones y algunos vagones viejos. Eso sí, la zona dedicada al paso del tren se encuentra en estado impecable, casi como si fuera un paño de billar.
Lo que queda de Cochrane solo se puede identificar cuando se halla el basurero que han improvisado junto a lo que queda del viejo andén.