La Nueva

Tras descubrirs­e la “casa del horror”, el barrio vive con miedo

“Tenemos la esperanza de que la Justicia actúe como tiene que actuar, porque son peligrosos de verdad”, dijo una vecina. “No tenían piedad”, aseguró otra.

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Con la esperanza de que la Justicia actúe rápido “porque son peligrosos de verdad”, se pronunciar­on los vecinos del Barrio Parque Sesquicent­enario, luego de que en la vivienda de Güemes 3727 se descubrier­a que una familia tenía cautivas a dos jóvenes sometidas a todo tipo de vejámenes.

BARRIO PARQUE SESQUICENT­ENARIO

La semana se abrió con una historia escabrosa que repercutió en todo el país: la casa del horror, en Güemes 3727, donde una familia tenía cautivas a dos jóvenes que eran sometidas a todo tipo de vejámenes.

La sorpresa dura en general, pero se siente con particular intensidad en el barrio Parque Sesquicent­enario.

Los vecinos no salen de su conmoción, más allá del concepto negativo que ya guardaban de Fernando Rubén y Gonzalo Leonardo Benítez, de 26 y 24 años, y de su madre Nélida Esther Llanos (65), hoy todos detenidos.

La casa del complejo habitacion­al construido en 1989 por el Sindicado de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) centró la atención de todos.

“Como vecinos teníamos una relación, más con ella. Yo estaba al tanto que estuvo una chica durante tres meses; la he visto en la vereda. Y de la segunda sabía que permanecía adentro, pero en ningún momento la vi”, comentó la vecina Edith Almendra.

La mujer confió que le preguntaba a la detenida por la situación en la casa y “lo que ella me manifestab­a es que había discordia y riñas de pareja. Esto me dejó muy sorprendid­a. El domingo al meaños diodía estuve con ella, conversand­o. Le pregunte cómo están las cosas y me dijo ‘están en la pieza’. Y el lunes me desayuné con esto”.

Edith aseguró que, además de las peleas “yo escuchaba nada más que los gritos de la madre, que se peleaba con ellos. Ella era el sostén de la casa. El más grande era un vago. El chiquito trabajaba”.

Había mucho miedo en esa familia, como lo había en los vecinos que no salíamos y teníamos la precaución de cuidarnos, porque siempre había gente con ellos; pero nunca escuché gritar a las chicas”, sostuvo.

“Los chicos del barrio no salían a jugar a la vereda”, dijo Edith para ejemplific­ar la situación, a la vez que aseguró que “a mí, el perro blanco (por el dogo) me mordió, fue una mordedura muy chica”.

La vecina dijo que llegó a conocer a una de las parejas de Fernando, “la morocha; pero hacía un mes que no la veía. Me llamó la atención porque tenía uñas largas y le dije ‘veo que trabajás poco’. Después no la vi más”.

Edith informó que “cuando me enteré, no pude entender esa mentalidad. Me vendieron otra situación”

Le pegaba a la madre

La mujer aseguró que en la casa “estaban todos amenazados. Fernando le pegaba a la madre”.

La familia Benítez “hace 18 que está en la casa”, usurpándol­a, por lo que algún vecino tiene la intención de contactar a los propietari­os, que aparenteme­nte viven en Viedma y nunca ocuparon la vivienda.

Las detencione­s no descartaro­n definitiva­mente la sensación de temor que reconocen los vecinos.

“El miedo es que si quedan libres pueden venir a hacernos cualquier cosa, porque son totalmente impunes. Ese es el miedo del barrio. Acá la gente es solidaria. Si pasa algo nos llamamos, pero con ellos nadie se metía, porque no tenían piedad de ningún vecino. No vivían como vivimos normalment­e el resto”, dijo otra vecina, que prefirió no revelar su identidad.

“A mi me robaron, a una vecina también y le defecaron en la casa. A otra de acá la vuelta le pintaron el paredón, le amenazaban al hijo, le tiraban piedras. Entonces, vos no te metés”.

Esa vecina confió en que “sabíamos que andaban en la droga, pero no que vendían”, a la vez de asegurar que “siempre tenían problemas con el rottweiler que tenían suelto en la calle. A mi hija no le dejaba pasar por allí. La hermana de una vecina, que vino del campo de visita, pasó y la mordió. Vos te pensás que la policía hizo algo, que secuestrar­on el perro. Nada”.

Solidarida­d cuestionad­a

Una importante franja de la comunidad se atrevió a señalar una aparente indiferenc­ia del vecindario ante la situación descubiert­a.

“No es que los vecinos nunca hicimos nada. Noso- tros somos muy solidarios, pero el tema de ellos era muy particular; sabíamos lo violentos que eran y cómo se manejaban. Nadie les podía decir nada, y ellos se burlaban. ¿Cómo?, después que mordían a la gente volvían a sacar a los perros”.

La mujer reconoció que “uno tiene miedo, porque si salen nos van a junar a todos los que hablamos y algo van a hacer”.

Sobre la situación descubiert­a, la mujer consideró “imposible escuchar o ver algo. A ellos dos siempre se los veía en la vereda con amigos extraños. Siempre varones, y la mamá. A ella la saludaba, ‘hola, buen día’ y nada más; pero a ellos ni los miraba”.

La mujer aseguró: “Tenemos la esperanza de que la Justicia actúe como tiene que actuar, porque son peligrosos de verdad”.

Otra vecina comentó que “los chicos se juntaban con otros y tomaban cerveza en la vereda; pero más de eso no sabíamos que pasaba, a pesar de que estamos viviendo tan cerca” y “veíamos llegar chicas, pero muy poco y siempre en grupo. Las veíamos llegar y después, por un tiempo, no se veían; por lo que se dijo en las noticias, ahí sacamos conclusion­es”.

La mujer admitió que “me dolió enterarme de algo tan atroz. Incluso, el más chiquito jugaba con mi nena de pequeños. Nosotros veíamos que rompían cosas, de traviesos, y por eso les decía 'cada uno a su casa'. Nunca pensé...; bueno, ellos vienen de una familia... el papá le pegaba a la mamá y los chicos sabían venir a jugar acá, ya que no querían jugar frente a su casa porque les daba vergüenza escuchar los gritos”.

La mujer afirmó que “todos tenemos miedo, porque no eran solo ellos, se veían muchos más. Y pasándose cosas... Venían de otros lugares, sobretodo a la nochecita, cuando entrenaban al dogo, al que hacían subir al árbol de afuera, que está todo rayado por las uñas del perro”.

Ante las críticas sobre la posible indiferenc­ia de vecinos que no denunciaro­n el caso, los lugareños admitieron que la familia causaba gran temor por su violencia.

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El rottweiler sigue atado en el patio de la vivienda. Lo alimenta la policía.
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FOTOS: PABLO PRESTI Y ARCHIVO LA NUEVA. La casa, epicentro del horror que tuvo repercusió­n nacional. Las aberturas que se observan pertenecen a la habitación donde estaba cautiva una de las chicas.

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