La Nueva

Una muerte marcada por el salvajismo

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como “un indigente al que le gustaba decir cosas a las chicas y al que conmigo le fue mal. Era medio 'verdusky' y debido a que era viejo, quedaba fuera de lugar. Yo, dos o tres veces, lo puse en su sitio y después fue mi mejor compañero, como un padre”, aclaró entre sonrisas.

El hombre vivía “con su perro” en un colectivo cedido por un vecino y estacionad­o en un sector del terreno.

“A él le daban cosas y, por ahí, nos daba a nosotros algo que él no comía, porque no le gustaba tirar. No era un tipo malo, sino que era pícaro que cuando se ubicó fue como si fuera un padre. Es más, mi madre se enfermó y él llegó a asistirla”, asegura Silvia, pretendien­do somerament­e hacer una equilibrad­a descripció­n de la víctima.

“Caballín es papá de una hija mía. Estaba en pareja con él, quedé embarazada y me fui. Ese o el día anterior al hecho, vino con su pareja en ese momento. Él lo hacía para ver a su hija. Es una persona que se ha criado viendo como su madre alternaba con los hombres. Y la piba (por Ledebur) salía a pedir por ahí cuando el viejito vivía a tres cuadras de acá, de prestado en un terreno hasta que lo vendieron y él quedó a la deriva”.

Silvia recuerda que al retirarse, Caballín “dijo 'capaz que después vuelvo con la Popi'; Canelón preguntó '¿qué Popi, la que vivía alla abajo?' y el papá de mi hija respondió 'sí'. Claro, la conocía porque el viejo pícaro, cuando vivía en ese terreno pasaban las pibas y se dejaban tocar por unas monedas. Pero en esta ocasión no se sobrepasó. Todo lo que dijo fue '¿la Popi, la que vivía allá abajo'?”.

La mujer detalla que el día del hecho había estado acompañand­o a Francisco Robaina, otro testigo clave.

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