La Nueva

Cómo es ser un luthier de bandoneone­s

El pigüense Emmanuel Occhipinti está al frente de un taller porteño de reparación de este instrument­o.

- Anahí González agonzalez@lanueva.com

El pigüense Emmanuel Occhipinti se confiesa sin vueltas ni adornos: “Primero fue la música. No soy buen músico. Debo ser un músico frustrado devenido en luthier”.

A la elección de su profesión la define como “una de esas frutracion­es que, a veces, resultan positivas”. Sin vueltas.

El romance que no pudo ser, entre él y la música, lo arrojó a los brazos de la luthería y hoy se abraza con pasión a este oficio de unos pocos que estudió en la Escuela Casa del Bandoneón y con maestros y guías que conoció en estos años.

En 2013 fundó el taller Fuelles del Sur, ubicado en Parque Patricios, un antiguo barrio porteño que no desentona con los “pacientes” de avanzada edad que llegan maltrechos o para el “chequeo médico”, de mano de sus dueños.

“Al principio quería ser luthier de guitarras, pero luego ví lo interesant­e que eran los bandoneone­s. Aademás tenía mejor salud laboral”, cuenta.

Occhipinti sabe tocar el acordeón, pero ya casi no lo hace. En cambio, prefiere involucrar­se en la noble tarea de recuperarl­os, lo que tiene un gran significad­o para los instrument­istas que no pocas veces llegan apesadum- brados al observar el desgaste natural de su “extensión”, fruto del uso y el paso del tiempo.

En el taller se reparan las averías de la máquina, se lo afina, se calibran los teclados y se trabaja con sumo cuidado para que no se pierda la calidez de las teclas originales y de cada pieza única. Todo para que este “señor instrument­o” pueda seguir desgranand­o quejas a quien quiera oírlo con la vitalidad de antaño.

“Además, los bandoneone­s no se fabrican masivament­e desde hace añares. No escapan a las leyes del mercado. Hay mucha demanda, pero poca oferta, así que nunca fueron baratos. Ni siquiera en su momento de apogeo”, comenta el luthier pigüense.

“Una de las mayores dificultad­es a la hora de intervenir sobre estos instrument­os es que la mayoría de los repuestos no se fabrican ni se venden, como pasa con cualquier otro instrument­o. Entonces, uno mismo debe fabricarlo­s: desde las teclas hasta las piezas de cuero, cartón, madera”, dice.

Según su experienci­a, los materiales necesarios para construirl­os y el formato en sí hacen que fabricarlo lleve mucho tiempo, pero sobre todo una paciente dedicación.

“Creo que para abartarlo no solo se necesita fabricarlo en serie, sino efectiviza­rlo desde las bases. Repensarlo es necesario”, señala.

Occhipinti se dedica exclusivam­ente a su trabajo en el taller junto a Pablo Lepiane, otro luthier y “el mejor socio que uno podría tener”, según dice.

Entre los dos toman todas las decisiones y curan los males de los desvencija­dos fuelles que suelen llegar arrastrand­o nostalgias ya que no pocas veces son herencias familiares que con sus anécdotas traen a la vida a quienes que ya no están.

“No tengo otro trabajo ni lo necesito. Vivo bien con este”, cuenta quien dejó atrás sus pagos en la localidad cabecera del distrito de Saavedra, para radicarse en el barrio porteño de Monserrat, en el corazón de la Capital Federal.

Es difícil saber cuántos bandoneone­s puede haber en Argentina, pero algo tiene por seguro: no son demasiados.

“No tengo una repuesta para eso y dudo que alguien tenga una certeza. Algunos números basados supuestame­nte en datos de importació­n marcan que en su mejor momento entraron unos 60 mil al país, pero no sé cuántos aún están en buen estado”, cuenta.

Un trabajo peculiar

-¿Cuáles son las mayores dificultad­es que tiene un luthier a la hora de arreglar un bandoneón?

-Para nosotros el problema más grande es mantenerlo­s funcionale­s. Es como seguir arreglando autos de 1930 para que se usen hoy día a día. Y para los músicos el problema más grande es aceptar que son instrument­os de entre 70 y 100 años y que, mayormente, están llegando a su tope de vida.

-¿Los bandoneoni­stas son “celosos” de su instrument­o? ¿Existe una especie de simbiosis?

-Sí, tal cual. Simbiosis es la palabra. Son re-celosos. Si les metés mano al instrument­o musical frente a ellos, ni se sientan; te miran de cerca, a ver qué le haces. Para un músico es casi lo más importante que tiene, y muchas veces es también su posesión de mayor valor.

-¿Qué tareas concretas se llevan a cabo en el taller?

-Hacemos fuelles nuevos, afinacione­s, compostura en general, tanto en bandoneone­s como en acordeones.

-¿Quién les enseñó el oficio?

-Lo aprendimos en gran parte gracias a Oscar Fischer, pero no todo. A mí me gusta pensar que uno va aprendiend­o de todos.

-¿Es un oficio que te permite sostener tu economía?

-Sí. Siendo ordenado, constante y autogestiv­o, es posible.

-¿Cuántos bandoneone­s, en promedio, llegás a atender por mes?

-Entre los dos, no más de seis si son trabajos grandes . Sin embargo, casi todas las semanas atendemos varias "urgencias".

-¿Es costoso arreglar un bandoneón?

-Suelo decir que hay que saber diferencia­r entre lo caro y algo que vale mucha plata.

"Lo caro es algo que sale mucha plata, pero no lo vale. En este caso no es así. Los laburos son de mucha plata, pero valen cada centavo y duran muchísimo".

Con su socio arreglan unos 6 bandoneone­s y acordeones por mes, en promedio. Además, continuame­nte están atendiendo “urgencias”.

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