Arquitectura. Un concurso de ideas para reflotar un paseo en la costanera.
En 1934 se planteó la primera propuesta de generarlo, con el proyecto de “La Rambla de Arrieta”.
La posibilidad de disponer de un muelle que albergue actividades diversas quedará abierta pronto a la creatividad profesional, a partir del concurso de ideas que convocará el Colegio de Arquitectos, Distrito X, como respuesta a una iniciativa de recuperar y poner en uso el que fuera muelle de los elevadores de Ingeniero White.
La idea no es nueva, aunque sí parte de una utopía, de un sueño que nunca pudo concretarse y que conforma una de las postergadas deudas del puerto con la ciudad.
Este año, por caso, se cumplen 75 años de una de las más intensas campañas a favor de una obra de ese tipo. En 1943 se presentó el proyecto de un balneario popular en Ingeniero White, un espacio recreativo en inmediaciones de la usina General San Martín (El Castillo), a poca distancia del complejo de puentes La Niña.
La idea era apoyada por la comunidad y una treintena de entidades; entre ellas, la Corporación del Comercio, la Liga Naval Argentina y la Sociedad La Siempre Verde.
Arrieta, el hombre
El puntapié inicial había sido dado por el intendente Agustín de Arrieta en 1934, lo cual le valió que, desde entonces, se hablara de “la rambla de Arrieta”.
Aquel primer proyecto había sido ampliado una década después. Incluía una “hermosa avenida costanera”, una playa, plazoletas, un hotel con vista al mar, un club náutico y una pileta que permitiría bañarse sin depender de las mareas.
Con vista al mar
El ingeniero Juan Regnasco, autor del nuevo diseño, elaboró un proyecto “compatible con la técnica y reclamado por la opinión de los 120 mil habitantes bahienses”.
Mencionó que la creación de las ciudades obedecía a lo que en urbanismo se denomina "acción generadora". "Bahía Blanca es una ciudad marítima, donde el mar es el elemento formativo y generador de su esencia y carácter", señaló.
Por eso propuso "un paseo costanero para todo el año", con cafés, restaurantes abrigados con vista al mar y un balneario.
El acceso se lograría vinculando el bulevar Juan B. Justo con Terrada-Thompson, con el cual el nexo ciudad-mar sería “casi inmediato”, quebrando la circunstancia “casi increíble” de vivir de espaldas al mar.
“Imaginemos --decía-terminar las tareas del día con un reconfortante paseo costanero, llevar allí amigos, saborear un brebaje caliente, deleitarnos con la vista de los vapores o presenciar una regata”.
Regnasco manifestó su idea con un atractivo dibujo y señaló que el mar, evocando al poeta Thomas Carlyle, “abre las puertas del infinito, para hacer latir la efímera naturaleza del hombre y reafirmar su confianza en Dios”. Ni el paseo, ni el balneario, ni la vista al mar pasaron su calidad de proyecto.
En este siglo, se abre una nueva oportunidad, con varios ejemplos en ciudades portuarias de intervenciones similares, reales y posibles.