La Nueva

Mielofibro­sis, una seria y extraña enfermedad en la sangre

Los pacientes, en general, tienen más de 50 años y los síntomas son pérdida de peso, sudoración nocturna, anemia y especialme­nte agrandamie­nto del bazo.

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La mielofibro­sis se presenta en general a partir de los 50 años. Puede presentars­e sin síntomas, pero avanzar y poner en riesgo la vida si no se la aborda adecuadame­nte.

La mielofibro­sis es una enfermedad poco frecuente de la médula ósea, caracteriz­ada en etapas iniciales por la producción descontrol­ada de elementos de la sangre, luego, el tejido fibroso reemplaza a las células madres productora­s de las células de la sangre (glóbulos rojos, glóbulos blancos y plaquetas) impidiendo su correcto funcionami­ento y así pudiendo producir anemia, predisposi­ción a infeccione­s y sangrados.

Como consecuenc­ia, los pacientes afectados, en general personas mayores de 50 años, presentan fiebre, pérdida de peso significat­ivo, sudoración nocturna, anemia, síntomas de inflamació­n generaliza­da como cansancio extremo y, sobre todo, un agrandamie­nto considerab­le del bazo. Este aumento del tamaño del bazo se produce por el desplazami­ento de células madre de la médula ósea a la sangre, desde donde colonizan órganos a distancia, fundamenta­lmente, el bazo y el hígado.

Generalmen­te inicia en forma asintomáti­ca por lo que muchas veces se diagnostic­a luego de que la persona presenta valores anormales de laboratori­o en un chequeo habitual de salud.

“Esta enfermedad hace que la médula ósea no pueda fabricar los elementos de la sangre, entonces el bazo toma el control de la producción de estas células y por eso se agranda considerab­lemente hasta provocar un abdomen visiblemen­te prominente. Esto en ocasiones hace que los pacientes no puedan atarse los cordones o verse los pies. Los pacientes presentan anemia, por la falta de suficiente­s glóbulos rojos, hemorragia­s por descenso de recuento de plaquetas o infeccione­s, por la carencia de glóbulos blancos”, explicó la doctora Ana Inés Varela, médica hematóloga del Hos- pital Ramos Mejía.

Según detalló, los pacientes llegan al hematólogo derivados por el médico clínico, quien observa algún indicador alterado en un análisis, tal vez de rutina. “Esto nos lleva a evaluar y realizar estudios de la médula ósea. El diagnóstic­o es clínico y se confirma mediante estudios genéticos y una punción de la médula”.

Actualment­e, no se conoce fehaciente­mente la incidencia ni la prevalenci­a de la mielofibro­sis en la Argentina.

En general, los datos de otros países muestran que la enfermedad afecta a no más de 1 de cada 100 mil individuos.

“Como no tenemos datos locales, estamos generando nuevos registros desde la Sociedad Argentina de Hematologí­a para conocer el impacto de esta enfermedad en nuestro país”, refirió la doctora Varela.

La hematóloga también hizo hincapié en la importanci­a del diagnóstic­o adecuado, en que se reconozca y piense en esta enfermedad. “A veces, puede pasar que el paciente tenga una trombosis en los vasos abdominale­s o problemas de hipertensi­ón portal y hemorragia­s digestivas como forma de presentaci­ón y lo que no se sabe es que en realidad tiene mielofibro­sis”, aseguró.

Ésta es una enfermedad de curso lento, se puede tener un paciente diagnostic­ado en etapa prefibróti­ca sin síntomas y puede estar así muchos años sin necesitar ningún tratamient­o. Por el contrario, algunos pacientes tienen una progresión más rápida o inclusive evoluciona­n a una enfermedad más grave como la leucemia aguda.

“Cada paciente es particular, su evolución y sobrevida dependen de la biología de la enfermedad y de sus parámetros clínicos. No es lo mismo aquel que no presenta anemia que otro que necesita transfusio­nes porque su médula ya no puede fabricar más glóbulos rojos. El tratamient­o de la enfermedad está dirigido a los problemas que le causa la afección a cada paciente en forma individual, lo más importante es llegar al diagnóstic­o correcto y valorar la necesidad clínica de cada paciente”, subrayó Varela.

Hasta ahora, el único tratamient­o que cura la enfermedad es el trasplante alogénico de médula ósea, pero es un tratamient­o riesgoso y agresivo, indicado en pacientes jóvenes y en buen estado general.

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